Migración y Desarrollo, volumen 20, número 38, primer semestre 2022, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jardín Juárez 147, colonia Centro, Zacatecas, C.P. 98000, Tel. (01492) 922 91 09, www.uaz.edu.mx, www.estudiosdeldesarrollo.net, revistamyd@estudiosdeldesarrollo.net. Editor responsable: Raúl Delgado Wise. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo Vía Red Cómputo No. 04-2015-060212200400-203. ISSN: 2448-7783, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de última actualización: Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Maximino Gerardo Luna Estrada, Campus Universitario II, avenida Preparatoria s/n, fraccionamiento Progreso, Zacatecas, C.P. 98065. Fecha de la última modificación, mayo de 2022.

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https://doi.org/10.35533/myd.numero38

Desenmascarando la migración y el desarrollo. Un enfoque basado en los estudios sobre desposesión y desplazamiento

Debunking migration and development. A dispossession and displacement studies approach

Recibido 15/08/21 | Aceptado 23/10/21

Nina Glick Schiller*

*Estadounidense. Profesora emérita de la Universidad de Manchester. Correo-e: nina.glickschiller@manchester.ac.uk

Traducido del inglés al español por Georgia Aralú González Pérez y Aldo López Valle.

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Resumen. A partir de una perspectiva crítica de los conceptos de migración y desarrollo y con el objeto de expandirla, este artículo ofrece un análisis político-económico del «crecimiento y desarrollo» por desposesión. Alude a las crisis contemporáneas, incluye el desplazamiento propiciado por procesos interrelacionados de movilidad física y movilidad social descendente. Cuestiona, de igual modo, el supuesto de que la dinámica migratoria puede ser concebida como algo independiente de la historia global de la movilidad y los asentamientos humanos, así como del crecimiento de las estructuras y redes de poder imperiales, pasadas y presentes. El análisis de los procesos multiescalares de acumulación por desposesión nos permite ir más allá de las descripciones estadísticas o etnográficas del empobrecimiento y la desigualdad, además, dar sentido a las múltiples formas contemporáneas de indignación política, comprende tanto las formas reaccionarias racistas de desesperanza como los movimientos sociales descolonizadores antirracistas que pugnan por una justicia equitativa.

Palabras clave:migración trasnacional, desposesión, desarrollo, desplazamiento neoliberal capitalista, coyuntura histórica, procesos multiescalares.

Abstract. Building on but extending the critiques of concepts of development and migration and development, this article offers a political economic analysis of dispossessive «growth and development». It speaks to contemporary crises including displacement actuated by the interlinked processes of physical mobility and downward social mobility. The article challenges the assumption that migration dynamics can be understood as separate from a global history of human mobility and settlement and the growth of imperial structures and networks of power, past and present. This analysis of multiscalar processes of accumulation by dispossession allows us to go beyond statistical or ethnographic descriptions of impoverishment and inequality and make sense of multiple contemporary forms of political rage including both racist reactionary forms of despair and anti-racist decolonizing social movements for equitable justice.

Keywords: transnational migration, dispossession, development, displacement neoliberal capitalism, historical conjuncture, multiscalar processes.

 

Hablar de «desarrollo» en las primeras décadas del siglo XXI parece, en el mejor de los casos, un anacronismo, una yuxtaposición de un concepto modernista dentro de una coyuntura histórica distópica, dolorosamente posmoderna. El «Informe sobre las migraciones en el mundo 2022» de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (McAuliffe y Triandafyllidou, 2021:6) advierte que existe «un menoscabo activo de los valores de la equidad, la rendición de cuentas, la imparcialidad, la ecuanimidad, la justicia y la probidad por dirigentes políticos que anteponen sus intereses personales al interés común». Si bien las instituciones financieras internacionales, como el Banco Mundial1 (BM) (2021), afirmaron estar comprometidas con «soluciones sostenibles para reducir la pobreza y construir una prosperidad compartida en los países en vías de desarrollo», también admitieron que en 2020 «la reducción de la pobreza sufrió su más grande revés en décadas»; en un reporte del BM (2020:XI) se proyectó que «en 2020, de 88 a 115 millones de personas podrían recaer en la pobreza extrema a consecuencia de la pandemia, con un incremento adicional de entre 23 y 35 millones en 2021, lo que aumentaría el número de nuevas personas en pobreza extrema hasta 110 o 150 millones (…). La crisis [parece] que incrementará la desigualdad en el mundo». En efecto, la desigualdad ha sido tal que «los 2 mil 153 multimillonarios del mundo poseen más riqueza que 4.6 mil millones de personas, que conforman 60% de la población del planeta» (Oxfam, 2021).

Empero, incluso cuando expertos en desarrollo informaron sobre la magnitud de sus fracasos y la ONU documentó un crecimiento de la migración interna e internacional a causa del desastre medioambiental, la inestabilidad política y la violencia, la mayoría de los investigadores en estas áreas de estudio no examinaron las deficiencias fundamentales con los conceptos de «países en desarrollo» y economías «más grandes» (McAuliffe y Triandafyllidou, 2021:2). La nueva versión del lenguaje sobre el desarrollo describe a la intensificada extracción de riqueza dentro los países pobres y sus habitantes en términos de «mercados emergentes», «economías en desarrollo», «economías rezagadas» y «gobernanza externalizada» a las «cadenas globales de valor» (Mayer y Phillips, 2017). Aunque los especialistas en el tema reconocen que las recientes políticas como el desarrollo de las cadenas globales de valor (CGV) han «contribuido a cambios en el poder económico e incrementado la desigualdad del ingreso entre países» (Banco Mundial, 2012:7), estas discusiones rara vez se enlazan a análisis de los mecanismos de acumulación de capital. En general, sólo autores y publicaciones izquierdistas examinan las concentraciones de poder económico, político, militar y cultural, al igual que los procesos y dinámicas de acumulación por desposesión que subyacen, mantienen e intensifican las disparidades que se reportan en la literatura predominante acerca del desarrollo (Delgado y Márquez, 2008; Delgado y Martin, 2015; Feldman, 2015a y 2018; Selwyn y Leyden, 2021).

En consonancia con el tema del «desplazamiento» de los estudios del desarrollo, este artículo se construye con base en las críticas a los conceptos de desarrollo de mediados del siglo XX y en el «mantra» de migración y desarrollo de principios del siglo XXI (Kapur, 2003), al tiempo que relega las discusiones en torno al «nexo» (Nyberg-Sørensen et al., 2002) entre migración y desarrollo con un análisis de los procesos históricos y contemporáneos de desposesión. Al respecto, ofrezco un enfoque de la transformación global basado en la ciencia social que toma en cuenta las condiciones de la mayoría de los pueblos del mundo, cuyas vidas han sido moldeadas por regímenes pasados y presentes de desposesión. Argumento que es necesario emprender un análisis de economía política en torno a las dinámicas de desposesión que atraviesan el «crecimiento y desarrollo» para desentrañar las crisis contemporáneas, incluidas modalidades emergentes de desplazamiento asociadas a procesos entrelazados de movilidad física y movilidad social descendente. Nuestro análisis de los desplazamientos y la reestructuración de los procesos multiescalares de acumulación por desposesión nos permite ir más allá de las descripciones estadísticas o etnográficas del empobrecimiento y la desigualdad para dar sentido a los múltiples tipos de indignación política imperantes, en tanto formas reaccionarias racistas de desesperanza o movimientos sociales descolonizadores antirracistas que pugnan por una justicia equitativa.

Comienzo por cuestionar la premisa de que el debate referente a las dinámicas migratorias puede entenderse disociado de la historia global de la movilidad y el asentamiento humanos, así como del crecimiento de estructuras y redes de poder imperiales, antiguas y vigentes. Ligo esta crítica a un breve repaso de los supuestos subyacentes del paradigma del desarrollo, destaco su historia en el paradigma de la modernización de la Guerra Fría y las explicaciones que éste perpetuó sobre la riqueza o pobreza de los Estados. Arguyo que los estudiosos del desarrollo, arraigados en el nacionalismo metodológico del aludido concepto de modernización, han normalizado la históricamente absurda noción de que el crecimiento de las economías nacionales evolucionó gracias a sus propias dinámicas y capacidades internas. Esa visión distorsionada de la historia niega la importancia de los pasados coloniales y los presentes neocoloniales, al mismo tiempo que limita entender cómo la acumulación de riqueza y el empobrecimiento de los pueblos del mundo se organizan dentro de redes dispares de poder económico, militar y cultural. Más adelante, este estudio traza un camino a seguir, basado en la descolonización, en una academia antirracista y en conceptos de acumulación por desposesión, desarrollados dentro de la doctrina marxista y perfeccionados por geógrafos críticos.

Resituando la movilidad y el desarrollo en la historia global e imperial

Con el propósito de resituar los conceptos de desarrollo, migración y asentamiento en la historia mundial, resulta útil entender el modo en que ciertos Estados, regiones y localidades se han vuelto cada vez más ricos y poderosos que los otros. En este repensar de la historia, es central reconceptualizar el papel de la migración en la conformación de lugares, pueblos, ciudades, Estados e imperios. Ello significa dejar de lado la noción contemporánea de que la migración es una estrategia problemática de supervivencia adoptada por habitantes de países o regiones rezagados. Una perspectiva alterna más precisa reconoce la contribución crucial de las múltiples formas de movilidad en la configuración de la historia humana, incluye la búsqueda de alimentos, el comercio, la peregrinación, la misión, la academia itinerante, la venta ambulante, la exploración, la invasión y la colonización.

Adicionalmente, la historia mundial identifica los vínculos transfronterizos a larga distancia y las conexiones entre movilidad y asentamiento que subyacen a la organización de la vida urbana, el poblamiento de las ciudades a través del tiempo, el ascenso de los Estados, la naturaleza de los imperios, y el auge de varios sistemas de comercio regional dentro y entre los continentes (Glick, 2021; Sassen, 2008; Tilly, 1990). La construcción de una perspectiva general sobre la movilidad humana, los asentamientos, y las transformaciones políticas y económicas requiere un trabajo académico colectivo, no sólo un ensayo; sin embargo, aquí se esbozan algunos puntos esenciales.

Las investigaciones evidencian que la supervivencia de nuestros ancestros se asociaba a su flexibilidad para desarrollar capacidades.2 En ese sentido, descubrimientos en el estudio de la evolución humana, con fundamento en el análisis genómico y la modelación de fuentes genéticas ancestrales, esclarecen que nosotros, los homo sapiens (humanos contemporáneos), somos tanto el resultado de milenios de movimientos a lo largo de extensos territorios, como parte del mestizaje entre poblaciones homínidas móviles (Groucutt et al., 2021; Timmermann y Friedrich, 2016).

En contigua tesis, es importante preguntar por qué en la actualidad existen académicos que advierten con despreocupación que en buena parte de la historia humana los pueblos vivían en pequeños grupos aislados (Bowmaker, 2021). Semejante distorsión histórica obstaculiza las percepciones sobre los nexos entre la movilidad y la construcción del poder político y económico en todas las regiones del mundo. En realidad, la historia de las diversas modalidades de movilidad humana desafía las nociones de que la cultura humana se desarrolla con relación a una identidad estática dentro de una ubicación territorial fija y delimitada. Por ejemplo, los arqueólogos reconocen que, en muchos lugares y con distintos patrones culturales, los seres humanos que se dedicaban a la búsqueda de alimentos alternaron entre periodos de desarrollo intensivo de sitios rituales vinculados al comercio a larga distancia, seguidos de periodos de dispersión y movilidad de la población (Wengrow y Graeber, 2015; Dietrich et al., 2012).

Una vez desarrollada la domesticación de las plantas, las organizaciones urbanas y estatales permanecieron ligadas a formas de comercio a larga distancia, migración y asentamiento por todo el mundo. Con el tiempo, las dinámicas de desposesión y acumulación de riqueza predominaron, pues aquellos en el centro político consolidaron y mantuvieron su riqueza y poder mediante un mecanismo de expansión, conquista, y adquisición de tierra, recursos y mano de obra. Esta dinámica, además de conectar la desposesión y el desplazamiento de las personas en los territorios conquistados con varias formas de movilidad —colonización o esclavitud— y con el desarrollo de los centros políticos, ha sido crucial para el ascenso de diferentes imperios y sus núcleos urbanos. Los responsables de imperios tan diversos como el antiguo Egipto, la China de la dinastía Han, el imperio mongol, el imperio mogol de la India, los incas, los aztecas, los romanos, los otomanos, el Sacro Imperio Romano, Rusia, Japón o Gran Bretaña dieron por hecho que el centro político debía desarrollarse por medio de la expropiación de riqueza, recursos, reclutas y prisioneros de los territorios conquistados.

En el caso de otros imperios históricos, los Estados euroamericanos también se erigieron gracias a la riqueza acumulada derivada de la construcción de un imperio expansivo y los procesos de desposesión concomitantes. Los Estados que se convirtieron en poderes coloniales en el trascurso de los siglos incluyen a España, Portugal, Países Bajos, Inglaterra, Francia, Bélgica, Suecia, Dinamarca y Noruega, Austria-Hungría, Alemania, Rusia, China, Japón y Estados Unidos, los cuales normalizaron los movimientos poblacionales desde el centro imperial hacia las colonias. Los migrantes imperiales que arribaron a las Trece Colonias, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica a la postre demandaron el derecho a considerarse nativos por ser blancos y regular los derechos de todos los demás que vivían en el territorio nacional.

Cuando Estados Unidos anexó alrededor de la mitad de México con la intención de incorporar esos territorios como estados, como fue el caso de California y el suroeste, los migrantes estadounidenses que llegaron al territorio conquistado se volvieron nativos, mientras que los pobladores mexicanos pasaron a ser «extranjeros en su tierra natal» (González y Weber, 1973:XI; Perea, 2003). De forma simultánea, las prácticas culturales de movilidad al interior de estas regiones, típicas de los pueblos autóctonos, se utilizaron para justificar la falta de derechos de los indígenas sobre ese espacio, mismo que se representó como tierras vacías en espera de ser pobladas. Retratados como «desaparecidos», los pueblos indígenas de Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Canadá y Argentina fueron despojados y desplazados mediante la migración forzada y el reasentamiento (Standfield, 2018). Hoy día, este proceso de desposesión y migración forzada en contra de los pueblos indígenas se ha intensificado en regiones como el Amazonas.

En estos mismos siglos, desde el XVI y hasta mediados del XIX, entre 11 y 12 millones de personas africanas fueron declaradas propiedad privada de los europeos y enviadas de manera forzosa al extranjero, de entre las cuales, cerca de 2 millones murieron durante el viaje (Ellis, 2009:2930). Esta inmensa migración forzada de personas africanas fue crucial para el desarrollo capitalista europeo y americano, y para el «subdesarrollo» de África (Beckert, 2014; Rodney, 2018[1972]; Solow, 1985). Hasta hace poco, las historias europeas y estadounidense se negaban de modo sistemático a reconocer que su aclamado desarrollo económico lo impulsó la colosal fortuna que las clases dominantes acumularon a partir de la venta de seres humanos, combinada con las posteriores riquezas amasadas por las industrias conectadas con el comercio esclavista, éstas incluían la construcción de barcos, embarque, y la producción de hierro, azúcar, café, ron, algodón y textiles (Williams, 2014). Otras formas de migración y trabajo subyugados —trabajo no abonado, deportación de convictos y reclutamiento—, también impulsaron el desarrollo de las colonias británicas. Inicialmente, un estimado de medio millón de europeos empobrecidos trabajaron en el Caribe como mano de obra esclava durante un tiempo limitado, luego, tras finalizar su papel en el comercio atlántico de esclavos en 1833, los británicos llevaron a alrededor de 1.2 millones de trabajadores no abonados desde la India colonial hasta 19 colonias en la región caribeña, Sudáfrica, África oriental, Fiyi y Mauricio (Lewis y Maingot, 2004:9697; UNESCO, 2011).

Los vaivenes de los conceptos de modernización y desarrollo

La emergencia de ciencias sociales diferenciadas dentro de los departamentos universitarios data de finales del siglo XIX, en el apogeo de la consolidación imperial euroamericana. Estos departamentos se conectaban a través de fuentes de financiación y de redes que sus facultades mantenían con gobiernos nacionales, administraciones y administradores coloniales, y con academias regionales y nacionales o sociedades académicas como la Royal Society of London y la Société d’Anthropologie de Paris. Si bien los académicos de la época vivían en campos sociales transnacionales comunicados mediante la correspondencia, la afiliación a academias y su experiencia como visitantes o residentes en diversas ubicaciones geográficas, las recién definidas disciplinas académicas adoptaban cada vez más formas del nacionalismo metodológico en su enfoque con respecto a la historia de los países y sus explicaciones de la migración. El nacionalismo metodológico (Glick, 2020:32) puede definirse como

una orientación intelectual que asume a los Estados-nación como equiparables a los límites de la sociedad, y que cada Estado es un actor político independiente, por ende, puede servir como la unidad primaria para el análisis histórico, económico, político y cultural. En consecuencia, el desarrollo se aborda por medio de la historia nacional distintiva de cada país, así como de sus fortalezas y debilidades políticas, económicas y culturales (Beck, 2002; Smith, 1983; Wimmer y Glick, 2002).

Como orientación conceptual el nacionalismo metodológico desvincula la narrativa nacionalista de un país acerca de su exitoso desarrollo a partir de su historia colonial. Las historias nacionales en torno del crecimiento ignoraron los relatos del movimiento transnacional e imperial de riqueza y mano de obra, derivado de las formas violentas, pasadas y presentes, de desposesión y extracción de riqueza. Al principio no todos los académicos adoptaron tales narrativas nacionales. Personajes fundamentales de la geografía, en particular E.G. Ravenstein (1885; 1889), representaron a la migración desde el campo hacia las ciudades y desde las regiones pobres hacia las regiones ricas —dentro y fuera de las fronteras nacionales— como parte integral del desarrollo de las economías y la civilización. Durante ese periodo, los investigadores interesados en la arqueología y la antropología asumieron que el movimiento territorial humano era parte del proceso con el cual los pueblos reflejaban la distribución de recursos a lo largo de espacios y escalas territoriales.

En la segunda mitad del siglo XIX, los teóricos sociales normalizaron la idea de grupos sociales acotados como la imperecedera configuración humana básica. Ferdinand Tönnies (1957), por ejemplo, imaginó al mundo dividido en comunidades diferenciadas antes del surgimiento de los Estados o incluso de los asentamientos poblacionales; en el caso de Herbert Spencer —cuyos escritos de finales del siglo XIX tuvieron un papel vital en la formación de las ciencias sociales—, imaginó a la «sociedad como una pluralidad de personas que ocupan un territorio específico que comparten características en común» (citado en Martindale, 1960:71). En ese lapso, un número creciente de intelectuales y líderes políticos, empeñados en la construcción del Estado-nación, equipararon a la sociedad con los límites del territorio nacional, y proyectaron una cultura, lengua e historia compartidas como el patrimonio colectivo de la nación (Anderson, 1993). Al proponer que los humanos viven por naturaleza en comunidades estáticas y separadas, dicha politizada explicación del pasado humano aseveró que la migración representaba una amenaza para el orden social (Brow, 1990). A medida que evolucionaban las disciplinas antropológicas, sociológicas, geográficas y económicas, muchos académicos abogaron por categorías de diferenciación que reforzaron mitos de jerarquías nacionales con sustentos raciales. Complementariamente, simbolizaban a las naciones como una herencia cultural fundada en una base biológica común compartida, a la vez que catalogaban a los migrantes de otros países como una amenaza en contra de la pureza nacional. Al mismo tiempo, los conceptos euroamericanos de superioridad racial legitimaron sus expansiones territoriales, los despojos, los desplazamientos y el dominio colonial.

De manera notable en el siglo XX, las perspectivas del nacionalismo metodológico impregnaron las interpretaciones en cuanto al desarrollo de las economías nacionales, reflejo de un periodo intenso de construcción del Estado-nación del centro imperial dentro de los proyectos colonizadores en curso. Los líderes políticos y los académicos de Occidente afirmaban que sus éxitos económicos evidenciaban su propio ingenio, cultura e historia. A consecuencia de su evidente pasado de colonos e inmigrantes, Estados Unidos basó sus pretensiones de superioridad en su construcción como nación blanca (Roediger, 1991).

Este ocultamiento de las historias coloniales del desarrollo nacional culminó en los paradigmas de la modernización de la Guerra Fría, posterior a la Segunda Guerra Mundial, propuestos por académicos como Walt W. Rostow (1960), quien retrató al mundo colonizado en tanto sociedades tradicionales atrapadas por culturas nacionales estáticas. Dichos estados emergentes sólo podían transformarse siguiendo las «etapas del crecimiento económico», desde lo tradicional hasta lo moderno, que incluían una etapa de «despegue». Pese al despliegue de una postura metodológica nacionalista que postulaba a los países en vías de desarrollo dueños de su propio destino, los teóricos de la modernización incorporaron en las condiciones para el despegue a las continuas adquisiciones neoimperiales de materias primas y cultivos comerciales con agricultura acrecentada. Lo anterior gracias a los proyectos de desarrollo y la deuda internacionales para facilitar el riego, la construcción de presas y la agricultura industrial. El capital para estos proyectos en América Latina, el Caribe, África y el sureste de Asia provenía de préstamos de instituciones financieras globales y de los poderes occidentales. La culminación de tal «desarrollo» significó una profunda división entre Occidente y el resto, pero con el refuerzo de una pequeña élite dispuesta a convertirse en un actor global en las relaciones de inversión empresarial y financiera, y en el desarrollo inmobiliario.

Vale la pena resaltar que investigadores acuciosos formularon críticas a los modelos de «desarrollo» casi desde el comienzo de su implementación. En la década de 1940, la recién formada ONU lanzó una «misión de asistencia técnica» en Haití, la cual describió en un reporte de 1949 como su «primera empresa» para el desarrollo de una «zona económicamente subdesarrollada» y la destacó como un «modelo» a imitar (Friedman, 1954:1). En una evaluación de 1954, John Friedman (1954), quien más tarde lideró un estudio que comparó la acumulación de capital en las ciudades del mundo, identificó los fallos en el proyecto de la ONU en Haití. Enlistó una serie de puntos que las críticas al desarrollo reiteraron durante los 65 años siguientes. Argumentó que la palabra «desarrollo» no se puede utilizar de modo banal. Para Friedman (1954:1) es necesario preguntarse: 1. ¿Cuáles intereses son relevantes a fin de recomendar un curso de acción que conduzca a un desarrollo económico? 2. ¿Las medidas de desarrollo propuestas son adecuadas para hacer frente a las necesidades estimadas del país en el futuro? 3. ¿Hasta qué punto es esencial la participación popular (local) en la planificación y ejecución de los proyectos en el éxito del desarrollo económico inducido? 4. ¿Existe una «estructura» objetiva de desarrollo económico que deba tomarse en cuenta en la planificación del desarrollo económico en lo que respecta a las prioridades y la organización geográfica de los proyectos?

Sin embargo, el área de los estudios del desarrollo, desde sus albores en los 1950 hasta la actualidad, se ha caracterizado por no integrar en su análisis a las causas del subdesarrollo y a la organización del crecimiento económico global ideada a partir del inicio del capitalismo con la intención de beneficiar a los Estados dominantes y a los intereses financieros que albergaban. Décadas atrás, Derwin Munroe (1993) observó que los investigadores, comprometidos con la asistencia hacia el desarrollo, a menudo no logran reconocer que el diseño de las políticas pretende favorecer a los financiadores en detrimento de los receptores.

A diferencia del desarrollo colonial de Europa y Norteamérica, financiado por capital proveniente de la conquista, la expansión y adquisición territorial, así como la dominación colonial, el capital poscolonial debe pagarse de nueva cuenta con intereses a los financieros mundiales. Aquellos inmersos en los paradigmas de la modernización y el desarrollo, o en disciplinas posteriores como los estudios del desarrollo, rara vez han abordado el papel central de las instituciones financieras y los intermediarios de préstamos internacionales —BM, Banco Internacional de Desarrollo y Fondo Monetario Internacional (FMI)—, y el de los Estados dominantes donde tienen su sede (Roddick, 1988). A pesar de que se han verificado transformaciones coyunturales se ha visibilizado la función del capital financiero en el subdesarrollo sistemático, el desempoderamiento y empobrecimiento de la mayoría de los países y los pueblos del mundo, que simultáneamente ha dado lugar a saberes alternativos.

Luchas por una perspectiva global en migración, desarrollo y desposesión

En la década de 1970, los actores económicos y los Estados comenzaron a reacomodar por completo el sistema financiero, luego de descubrir que las estrategias de inversión de «desarrollo inducido por la deuda» en los países emergentes, y los acuerdos entre capital y trabajo en los países industriales no producían tasas de ganancia suficientes. Los economistas ortodoxos debatieron si «los ahorros internos, el cambio de divisas, el conocimiento y las habilidades, las actitudes y las instituciones» obstaculizaban el desarrollo económico, pero mantuvieron la retórica del desarrollo nacional, a la par que formularon nuevas estrategias para el capital financiero. Censuraron las políticas previas de inversión en industrias nacionales protegidas, intensivas en capital y aseguradas por barreras arancelarias, además de las restricciones a las monedas nacionales y a las inversiones extranjeras (Moore, 1975:124). Las transformaciones en la política surgieron a consecuencia del aumento en los precios del petróleo y la reducción de suministros, por parte de los antiguos Estados coloniales productores de petróleo organizados en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), junto con la masiva inflación resultante. Los resultados inmediatos de esas transformaciones representaron el fin de los acuerdos de Breton-Woods sobre los sistemas nacionales de divisa y el comienzo de un conjunto de políticas catalogadas como agendas neoliberales (Delgado, 2014).

Estas agendas se suscitaron en diferentes plazos y a través de distintas políticas en diversas regiones del mundo. En los 1980, en América Latina y el Caribe, las instituciones crediticias reclamaron deudas y exigieron a las economías y al FMI que insistieran en que sólo se concederían los préstamos si se reestructuraban las economías nacionales, y se privatizaban los bienes y servicios públicos (Roddick, 1988). Se redujeron o eliminaron los aranceles nacionales, lo que dejó sin protección a las industrias locales de las antiguas colonias, las divisas se devaluaron abaratando los productos exportados en los mercados extranjeros y encareciendo los bienes importados, las industrias propiedad del Estado y los servicios públicos se vendieron a inversores privados que adquirieron activos valiosos a precios insignificantes. Los funcionarios públicos, incluidos maestros y médicos, se enfrentaron al desempleo o bien a recortes salariales considerables; los trabajadores perdieron la protección al empleo, a la salud, al salario y a las condiciones de seguridad, en tanto que la población en general debía pagar cuotas cada vez más altas para acceder a educación, atención médica, agua y electricidad. Por otra parte, los ingresos fiscales se consagraron a los intereses y cuotas de los préstamos internacionales (Deere et al., 1990). Ante estos intensos ataques contra la calidad de vida, un número creciente de personas, incluida la clase media educada, optó por migrar y enviar remesas a sus hogares (Delgado y Covarrubias, 2008).

Fue en el momento coyuntural del estancamiento de las ganancias euronorteamericanas, y el resultado exitoso de las luchas independentistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, así como de la descolonización formal, que durante un breve periodo la narrativa del desarrollo de Occidente se vio interrumpida.3 Desde la década de 1960 hasta la de 1980, dentro de un contexto de políticas antiimperialistas, de repudio a la ciencia social de la Guerra Fría y de un renovado estudio del marxismo, se puso en tela de juicio el actuar político imperante, es decir, las medidas financieras de la teoría de la modernización popularizadas por ideólogos de la Guerra Fría como Eugene Rostow. Estos cuestionamientos adoptaron la forma de una doctrina antiimperialista forjada en el Sur global que resaltaba las fuentes de la riqueza y el poder euroamericanos, y que condujeron a un nuevo vocabulario: teoría de la dependencia, sistemas mundiales, centro y periferia, y Europa como agente del subdesarrollo (Cardoso y Faletto, 1979; Frank, 1967; Hopkins y Wallerstein, 1982; Kay, 1989; Rodney, 2018).

Esta corriente de pensamiento ofreció una crítica rigurosa a supuestos de la teoría de la modernización, entre ellos: 1. La separación de los procesos de enriquecimiento de la sociedad del análisis de cómo se produce la riqueza, por quién y para quién. 2. La contrastación entre el enriquecimiento de la sociedad con el bienestar de la mayoría de la población mundial. 3. La perspectiva del Estado-nación que confina las historias de crecimiento económico y «avance» social en las fronteras de un Estado en particular y en mediciones como el producto nacional bruto. Dichas teorías fueron influenciadas por Marx en cuanto a la relación de los procesos de acumulación de capital, de modo que «la acumulación de riqueza en un polo es, por ende, la acumulación simultánea de miseria, de tormento a la mano de obra, de esclavitud, de ignorancia, de embrutecimiento y degradación moral en el polo opuesto, esto es, del lado de la clase que produce su propio producto como capital» (1976:799).

En la década de 1960, analistas de la pobreza y la economía informal en América Latina y África abordaron la migración rural hacia centros urbanos como parte de sus análisis de la dependencia, y de su enfoque histórico-estructural del subdesarrollo (Delgado, 2014). La migración internacional, que no había sido un tema relevante para las ciencias sociales y políticas entre las décadas de 1930 y 1970, adquirió notoriedad en términos políticos y se volvió un ámbito de estudio en las postrimerías de la reestructuración de los 1970. Académicos en Estados Unidos enfatizaron «la nueva migración», mientras que en Europa el tema pasó a ser los trabajadores invitados que se rehusaban regresar a sus «hogares», y el incremento de los solicitantes de asilo que los políticos tildaban de ser «migrantes económicos». Al inicio de la crisis, ciertos investigadores situaron en el mismo contexto a la migración y al ajuste estructural vinculado con la emergencia de políticas de desarrollo neoliberal. Así lo hicieron aquellos que analizaron la línea global de montaje, la rápida construcción y deconstrucción de zonas francas industriales, la «nueva migración» y la migración transnacional en las décadas de 1980 y 1990 (Glick et al., 1992; Nash y Fernández Kelly, 1983; Portes y Walton, 1981; Sutton y Chaney, 1987). De igual modo, estaban conscientes de que la privatización, la reducción de los servicios públicos, los contratos laborales breves y precarios, las empresas deslocalizadas y las zonas francas se estaban convirtiendo en la norma en buena parte del Sur global. Después de los 1990, se llevaron a cabo procesos de reestructuración afines en las antiguas sociedades socialistas; no obstante, hasta hace poco los críticos de la migración no habían incorporado estas formas de ajuste estructural en sus discusiones sobre la migración y el desarrollo, aun cuando los migrantes de Europa del Este —muchos sin permisos laborales en un principio— se convirtieron en parte del tejido social de la Unión Europea (Garapich, 2008).

A la par de la nueva reestructuración coyuntural del capital de corte neoliberal, desplegada entre 1970 y 2007, los académicos tradicionales entendieron las transformaciones culturales, sociales y políticas, inherentes a estos cambios, como una era de libre comercio y globalización (Mittelman, 1996). A pesar de algunas referencias a los conceptos de globalización y a los flujos de ideas, bienes, capital y mano de obra, la mayoría de los estudiosos de la migración respondieron a estos cambios abordando la migración y el desarrollo como un tema de investigación diferenciado. En general, abandonaron el análisis de la dependencia y reestructuración del capitalismo, además de las crecientes condiciones laborales precarias de migrantes y no migrantes, con el propósito de adoptar los conceptos de comunidades transnacionales y economías de remesas, haciendo hincapié en la agencia de los migrantes y sus organizaciones (Vertovec, 2004).

El creciente mutismo en el siglo xxi respecto a la relación de la migración interna e internacional con la estructuración y transformaciones desiguales de la economía capitalista mundial puede rastrearse en la literatura en materia de migración transnacional. Algunos de los primeros estudios publicados entre 1989 y 1994 (Basch et al., 1994; Glick, 1999; Kearney y Nagengast, 1989; Rouse, 1991) desplegaron una «perspectiva global» de la migración que vinculaba el mantenimiento de las redes transnacionales por parte de los migrantes y el envío de remesas con la reestructuración capitalista de la economía mundial. Sin embargo, a medida que los estudios sobre la migración transnacional se convirtieron en un tema en sí mismo y los estudiosos exploraron las comunidades transnacionales, los espacios transnacionales, las economías de remesas y las organizaciones transnacionales de migrantes, el tema de la migración se disoció cada vez más de un análisis de las continuas colonialidades del poder. En el siglo XXI, con algunas excepciones significativas —y con fuertes vínculos con los movimientos y académicos antiimperialistas (Balandier, 2005; Delgado y Márquez, 2008; Meillassoux, 2009)—, quienes escribieron sobre la migración transnacional no abordaron las formas multiescalares en que la reestructuración del capital y sus estructuras de poder se reconstituyen al interior y transforman la vida cotidiana de las personas, produciendo desplazamientos y asentamientos.

El mantra de la migración y el desarrollo, y sus críticos

Con la llegada del milenio, y ante la creciente evidencia de la inmisericordia producida por la implementación de agendas neoliberales, las instituciones financieras internacionales forjaron una narrativa del desarrollo sustentada en la reducción de la pobreza, que de nueva cuenta dejó de lado la perspectiva crítica antimperialista del sistema capitalista mundial. Las categorías descriptivas previas de la migración y las formas de movilidad —como la migración rural-urbana, la migración laboral, los refugiados y los trabajadores temporales— se convirtieron en áreas de estudio diferenciadas. La migración interna permaneció como un aspecto de la demografía nacional, mientras que la migración internacional se explicó a través de la dinámica de push-pull. Cada Estado se representa como dueño de una trayectoria histórica del desarrollo, independiente y diferenciada, siendo las condiciones de subdesarrollo en el país de origen las que impulsan a los individuos a abandonar su hogar, al tiempo que el país de destino los atrae debido a su trayectoria nacional independiente que produce oportunidades económicas, libertad, seguridad y protección. A pesar de recibir múltiples críticas, las explicaciones push-pull, con diversas modificaciones (Lee, 1966) o el análisis de los «impulsores» de la migración (van der Hear et al., 2018), continúan gozando de popularidad con el pasar de las décadas.

Fue dentro de este encuadre de la migración en el marco de economías nacionales independientes con distintos grados de desarrollo económico, que las remesas de los emigrantes se convirtieron en el centro de atención de las agencias internacionales de desarrollo y de las instituciones financieras mundiales. Los estudiosos de la migración transnacional reportaron que las remesas eran una de las formas en que las personas que habitaban en el extranjero proveían de sustento a sus familias, a las instituciones educativas y religiosas, a sus comunidades de origen y a las organizaciones políticas (Glick et al., 1992; Rouse, 1991; Pessar, 1997, Glick y Fouron, 2000). Algunos también hicieron hincapié en las «remesas sociales», es decir, en los conocimientos y las habilidades que los emigrantes trajeron consigo a sus países de origen mediante redes transnacionales y los asentamientos de retorno (Levitt, 1998). Sugirieron que los transmigrantes «influyen en protestas sociales, elecciones o demandas por mayor transparencia o reformas. Sacan a la luz los fundamentos sociales de los intercambios de remesas económicas y sociales, y muestran cómo las limitaciones materiales moldean la circulación de remesas sociales» (Lacroix, Levitt y Vari-Lavoisie, 2016).

Al ser desplegadas por instituciones financieras y organizaciones de desarrollo globales, estas observaciones acerca de la agencia migrante derivaron en un espacio completo de acción, una industria de la migración y el desarrollo. Gracias a las remesas, los migrantes se consideraban héroes olvidados del desarrollo internacional, pues permitían, mediante el envío de recursos «a sus hogares», llevar a sus países de origen industria, educación, vivienda, sanidad y atención médica, al tiempo que se involucraban en la reducción de la pobreza. Adicionalmente, los recursos enviados por los migrantes se convirtieron en una fuente de financiamiento, pues los Estados receptores de remesas descubrieron que podían utilizarlas como garantía ante los préstamos de las entidades crediticias internacionales (Guarnizo, 2003).

A medida que el campo de la migración y el desarrollo crecía, también lo hacía un conjunto de críticas. Los críticos se preguntaban a qué intereses sirven los proyectos de desarrollo involucrados. Señalaron los diversos intereses de los múltiples actores que, según se dice, se benefician del nexo entre migración y desarrollo: los Estados receptores de migrantes, las poderosas instituciones financieras, las instituciones no gubernamentales, los líderes políticos de los países emisores de migrantes, los hogares de los migrantes, las asociaciones de migrantes y los transmigrantes individuales. Tal como lo hizo Friedman en sus críticas al primer proyecto de desarrollo de la posguerra, estos nuevos académicos que juzgan el «fanatismo» por la migración y el desarrollo (Vammenand y Brønden, 2012) se preguntaron si la infraestructura física y política de los países «menos desarrollados» era capaz de soportar el desarrollo planeado, y si el desarrollo promovería una mayor equidad y participación popular o mayores disparidades en la distribución de la riqueza (Skeldon, 2008b; Glick y Faist, 2009; de Haas, 2010; Faist y Fauser, 2011; Bastia, 2013).

Algunas advertencias eventualmente provinieron de agencias de desarrollo e instituciones financieras que, en otros contextos, contribuyeron a ese «fanatismo» (Gamlen, 2014; Skeldon, 2008a). Éstas indicaron que las remesas sólo promovían crecimiento económico en aquellos Estados o regiones donde existía un ambiente político seguro y estable, con suficiente infraestructura de caminos y comunicaciones, y con poder para facilitar el crecimiento. Semejantes condiciones son insólitas debido a las composiciones poscoloniales que continuaban al servicio del antiguo poder colonial —o de nuevos intereses imperiales poderosos, como China—, que crearon estructuras de préstamos, y de apropiación de tierras, minerales y recursos hidráulicos que empobrecieron a la antigua colonia, y enriquecieron sólo a un puñado de oficiales gubernamentales y a intereses corporativos transnacionales (Castles, 2018).

No obstante, los esfuerzos de los investigadores por no ceñirse al molde de la migración y el desarrollo se han visto obstaculizados por las limitaciones en su teoría y metodología. Han utilizado de manera recurrente los términos de los niveles macro, meso y micro de la sociología, sin una teorización clara de los mecanismos de los poderes financiero, corporativo y militar que constituyen las estructuras de oportunidad diferenciadas que restringen a la agencia de los migrantes. Por ejemplo, al ofrecer una «perspectiva teórica» sobre la migración y el desarrollo, Hein de Hass (2010:255) explicita que la

inserción conceptual del análisis específico de la migración localizada incide en el contexto más amplio del desarrollo en el nivel macro, lo que permite comprender la heterogeneidad de los impactos de la migración. El grado en que la migración puede contribuir al desarrollo regional, e incluso nacional, depende fundamentalmente del contexto más general del desarrollo a nivel macro.

Este tipo de explicación de los niveles de análisis deja sin medios para conectar a las instituciones mundiales, consideradas como de nivel macro, con la pobreza vivida en lugares y tiempos específicos, factores imprescindibles para hablar de las inequidades que nos rodean. Ya no podemos permitirnos aislar el tema de la migración de las discusiones de la transformación económica y la reestructuración de las formas de acumulación de capital. Los evidentes fracasos de las políticas de desarrollo internacional —incluidas aquellas para la migración y el desarrollo—, evidenciados por la creciente brecha entre los millonarios del planeta y los millones de habitantes que luchan día a día por sobrevivir, ofrecen la oportunidad de afrontar las limitaciones de la forma en que los académicos, los funcionarios públicos y los movimientos sociales han abordado el problema de cómo construir un mundo socialmente más equitativo. Los estudios sobre flujo de remesas, migraciones de retorno, deportaciones, creación de fronteras, industrias migratorias, comunidades diaspóricas, agencia migrante y vida posterior a la migración son, en última instancia, insuficientes, pues describen condiciones sin asociarlas con la sistémica acumulación por desposesión subyacente que enfrenta la mayoría de los pueblos del mundo.

Teorizar el «despojo de tierras» dentro de un nuevo momento coyuntural

Ahora más que nunca, se necesita un enfoque de la transformación social fundado en un análisis coyuntural y multiescalar tanto de los procesos de desposesión y desplazamiento como de las formas en que los desposeídos pueden unirse para cambiar el rumbo del planeta. Algunos teóricos han comenzado a ofrecer ese análisis. A diferencia del discurso de los niveles de análisis, el análisis multiescalar rastrea las redes de conexiones financieras, políticas, sociales y culturales del poder dispar, ya que éste configura y es configurado por las relaciones entre los actores institucionales, los Estados, las corporaciones, las agencias no gubernamentales, familias e individuos (Brenner, 2019; Çağgˇlar y Glick, 2018; Castles, 2018; Sassen, 2014). Estas reconfiguraciones están determinadas por las luchas locales enmarcadas en diferentes historias regionales e imperiales.

Con el propósito de ofrecer una política y doctrina adecuadas para tal situación, Stephen Castles y equipos de investigación asociados deslocalizaron la teoría del desarrollo (2018:249). Desplegaron «un enfoque multiescalar, que examina las experiencias mundiales, nacionales y locales (…) [en] regiones que experimentaron transformaciones considerables ligadas a la movilidad humana». A fin de superar las abstracciones en los niveles de análisis, la óptica del desarrollo nacional y «la importancia del poder-contenedor de las relaciones económicas y sociales en la economía política mundial», varios académicos han buscado «reemplazar dicho modelo con uno cuyos pilares sean grupos y asociaciones ubicados dentro de redes múltiples y superpuestas del poder» (Long, 2000:185). Al observar la manera en que estas redes se reconfiguran y reordenan de manera constante, a medida que sus trayectorias reconstituyen condiciones, susceptibilidades y cosmovisiones locales, los geógrafos críticos comenzaron a abordar las relacionalidades multiescalares en la década de 1990 (Hart, 2002). Entendieron la escala como puntos de entrada con referencias territoriales que se interpenetran dentro de un análisis de los procesos interconectados con alcance mundial. Los procesos multiescalares no pueden reducirse ni entenderse sin examinar las dinámicas de modos de acumulación de capital que ocurren al interior de escalas interconectadas, incluida la mundial (Brenner, 2019; Çağgˇlar y Glick, 2018; Glick, 2015). Este enfoque descarta conceptos de escala como una jerarquía fija anidada con unidades territoriales delimitadas como el hogar, el vecindario, la ciudad, la provincia, el Estado-nación y el mundo.

Estos investigadores sitúan su enfoque de las transformaciones en un análisis coyuntural, y aducen que «la gran recesión de 2008 marcó un punto de inflexión en la globalización, caracterizado por el estancamiento de los índices de crecimiento económico y por una ‹financiarización› de las inversiones, mediante la cual la especulación de acciones, propiedades, divisas y derivados se ha vuelto más redituable que la fabricación de productos útiles» (Castles, 2018:249). Es válido desentrañar los procesos de acumulación de capital que subyacen a los de la «financiarización», en los términos que los despliega Castles, porque al entenderlos se constata la forma en que los propios actores y las fuerzas mundiales despojan a la clase media y a las clases trabajadoras de múltiples países, y las empujan hacia una movilidad social descendente, aparte de convertirlos en migrantes internos o internacionales. Bajo el término de financiarización y mercados emergentes se sitúa la acumulación de capital de los mercados de deuda, incluyendo los préstamos a los gobiernos de los países empobrecidos, el crédito al consumo en todo el mundo, las hipotecas, la deuda estudiantil y los préstamos depredadores de día de pago y de automóviles, y los pagos atrasados de multas y tasas.

Los teóricos del capitalismo contemporáneo y sus formas de «desarrollo» se han percatado una vez más de la emergencia de prácticas abusivas de desposesión, las cuales determinaron el desarrollo inicial de las relaciones capitalistas y han estado presentes a lo largo de los siglos de crecimiento y dominación (Polanyi, 1957[1944]). Referente a la «acumulación primitiva», Marx advirtió que la acumulación de capital por desposesión adoptó múltiples formas, que oscilaban desde la apropiación violenta de tierra y recursos durante la conquista y la colonización hasta «la forma parlamentaria de robo» como lo es el cercamiento de los bienes comunes en Inglaterra (Marx, 1867:724). Asimismo, argumentó que «los medios sociales de subsistencia y producción» se transformaron en capital, gracias a los procesos de desposesión (Marx, 1867:714). La racialización se incorporó en esta acumulación de capital, ya que la desposesión ocurrió a través de «la extracción, la esclavitud y el entierro en minas de poblaciones indígenas, [y] la caza comercial de pieles negras» (Marx, 1976[1867]:915916). En un manifiesto de 1913, Rosa Luxemburgo (1951[1913]) declaró que esta forma de acumulación es un aspecto persistente y fundamental del capitalismo.

David Harvey (2004; 2005), apoyado en la regeneración, revaluación y financiarización de bienes inmuebles urbanos —al tiempo que rebautiza las prácticas de apropiación violenta de tierras, recursos, propiedades comunales y trabajo como «acumulación por desposesión»—, arguyó que, desde los 1970 y con el advenimiento de las formas neoliberales para generar beneficios, los procesos de desposesión de nueva cuenta ocuparon el centro del debate sobre la acumulación de capital. Referente a la financiarización, destacó la intensificación en la extracción de riqueza a partir del despojo a personas de clase media o pobre de sus propiedades (públicas y privadas) y de sus salarios. A raíz de la regeneración urbana en todo el mundo, incrementa el número de personas que se quedan sin hogar debido a la ejecución hipotecaria y al desalojo de la vivienda revalorizada, mientras que las poblaciones rurales, incluidos los propietarios indígenas de tierras, son forzados a huir a las ciudades a medida que las corporaciones competidoras, las milicias privadas y las entidades gubernamentales los despojan mediante la fuerza con el propósito de obtener minerales raros, agua, tierras petrolíferas y gas. En consecuencia, conforme la riqueza global se concentra, millones de personas buscan seguridad y un modo de vida viable.

La pandemia de covid-19 intensificó la desposesión en varios grados en diferentes partes del mundo, pero la intensificación de la precariedad y la desigualdad ha sido global. Ante la creciente inseguridad que amenaza la subsistencia o la vida misma, a principios del siglo XXI Guy Standing comenzó a referirse a quienes enfrentan un futuro incierto como el «precariado» (Standing, 2014a). Aunque al inicio este autor al teorizar el precariado hizo poca referencia a los migrantes, en fechas recientes reconoció que «ellos y las minorías étnicas» son una de las «facciones del precariado (…), los últimos habitantes, a los que se priva de derechos en cualquier lugar» (Standing, 2014b:11). Otros investigadores insistieron, en respuesta al término «precariado», que la vida de las clases trabajadoras y las personas racializadas siempre ha enfrentado condiciones precarias en un mundo capitalista (Frase, 2013). Aun así, incluso los críticos de este concepto coinciden en que con la «identificación de nuevas tendencias empíricas y nuevas susceptibilidades sobre el trabajo y la mano de obra, los teóricos del precariado al menos nos están ayudando a trazar nuestro propio camino hacia nuevas respuestas» (Frase, 2013).

Estas nuevas respuestas pueden emerger si se desplazan tanto los conceptos de desarrollo y migración como los de precariado, y si se teoriza sobre la emergencia de un «desposeído» global, mediante el estudio de la desposesión y el desplazamiento. Tal término posibilita situar una amplia categoría de personas que comparten una relación con el capitalismo, en la que el capital se acumula desde diversas esferas de sus vidas. Asimismo, aclara los procesos subyacentes de desposesión que desarraigan las vidas de aquellos que no han migrado y de los que buscan refugio en nuevos lugares y más allá de las fronteras.

Lo anterior no significa que los despojados comprendan lo que les ocurre y los intereses que comparten. Es evidente que en este momento coyuntural los poderosos del mundo enfrentan una nueva crisis política de autoridad, pues las personas buscan entender qué sucede con sus vidas. En contestación a dichas preguntas y mientras el capital financiero global intensifica su impacto depredador, los poderosos financian de manera creciente a políticos fascistas que atribuyen la precariedad de los ciudadanos de cada Estado-nación a la presencia de individuos que son catalogados como ajenos a la cultura nacional (Robinson, 2019). Los líderes autoritarios que llegan al poder explican la precariedad de los ciudadanos al señalar a los migrantes, así como a personas que difieren en cuanto a la religión, la raza, la etnia o la identidad de género, o de los valores normativos de la población definidos por ideólogos como el núcleo de la nación. Las ideologías históricas del nativismo y el nacionalismo blanco o nacionalismo racializado se han adaptado a la coyuntura actual y se han popularizado, ya que aluden a la creciente ira de aquellos a quienes se les ha hecho creer que gracias a su condición nativa y a su religión tienen garantizada una parte de la riqueza producida por el capital. Estos desposeídos enfurecidos, que se definen a sí mismos como nativos, defienden el uso de los poderes policiales y militares incluidos el arresto, la detención y la deportación. La deshumanización de los migrantes legitima su encarcelamiento, ahogamiento y asesinato a manos de una industria antimigrante entera (Sassen, 2014; Sørensen, 2013).

Mientras tanto, las contradicciones que emergen, a la par que los procesos del capitalismo despojador, continúan socavando la vida en todos los sectores donde se inserta el «desposeído». Por ejemplo, en 2021 la cadena de suministro global se vino abajo. Al no poder seguir produciendo bienes debido a las repentinas interrupciones en la demanda, en el suministro de mano de obra, en el abastecimiento de materias primas y piezas, en el envío y el transporte, en la entrega y en que las personas tuvieran la riqueza necesaria para consumir los bienes y servicios que se producían, la interdependencia de las personas de todo el mundo se hizo repentinamente visible. Se evidenció que los países en los que vivimos no eran ricos o pobres de manera independiente, pero sí interdependientes, y que la producción se extendía más allá de las fronteras y únicamente ocurría mediante los esfuerzos conectados de mano de obra, recursos, conocimientos y habilidades de individuos en el orbe; sin embargo, la riqueza producida sólo iba dirigida a un puñado. Un equipo de desarrollo del Banco Mundial reportó que

la recesión inducida por la pandemia en 2020 provocó el mayor aumento de la deuda mundial en un solo año desde al menos 1970. Adicionalmente, esto se produjo tras una ola de endeudamiento que duró un decenio y que fue la más grande, rápida y generalizada de las últimas cinco décadas. La deuda pública, privada, doméstica y externa ha alcanzado los niveles máximos en décadas recientes dentro de las economías avanzadas y los mercados emergentes. Además, mientras que los pagos de intereses han tendido a reducirse en las economías avanzadas, éstos se han incrementado en las economías en desarrollo (Kose et al., 2021).

Estas condiciones facilitan a los organizadores políticos hablar de forma directa sobre las causas profundas de la desposesión capitalista que alimenta la miseria, la ira y las políticas de reacción y desesperanza. Así, la apertura de un camino alternativo a los movimientos globales de acumulación capitalista por desposesión y al racismo estructural concomitante —que a su vez busque la justicia social, económica y medioambiental— se vuelve posible, pese a la difusión de desinformación, confusión y odio por parte de las fuerzas represivas de la derecha (Hooker, 2020). Las contradicciones cada vez más intensas y visibles que exponen las redes y mecanismos de poder, engaño y enriquecimiento alimentan la esperanza de que los movimientos sociales logren unir a los seres humanos, con el fin de retomar el control de la fuerza de trabajo, la tierra y los recursos, y reemplazar el sistema destructivo que está aniquilando al planeta. Estos esfuerzos incluyen movimientos como Black Lives Matter o Rhodes Must Fall que luchan para resguardar las ciudades santuario y descolonizar el conocimiento (Mullings, 2020; Mbembe, 2015; Mignolo, 2011). De modo complementario, se han fusionado con esfuerzos organizativos previos para proteger a los solicitantes de asilo, abrir las fronteras y defender el derecho a desplazarse y asentarse. Todavía más, Castles (2014:250) advierte que dichos movimientos «sólo pueden ser una contrafuerza efectiva al populismo de derechas si (…) [toman] en serio las inquietudes de todos los grupos sociales, no sólo migrantes, que experimentan inseguridad y deterioro en sus condiciones de vida, derivado de las nuevas fuerzas que moldean la economía y la política mundiales». En sí, y con el propósito de vislumbrar la unidad subyacente de los desposeídos, la teorización acerca de la naturaleza del sistema al que nos enfrentamos debe ser parte integrante de esta lucha.

Conclusión

Las teorías sociales, incluidas las referentes a la migración y el desarrollo, reflejan y contribuyen a las maneras en que comprendemos y vivimos nuestras vidas dentro del mundo interconectado que engloba las estructuras del poder económico, político y cultural que construimos y reconstruimos. Las políticas de migración y desarrollo no facilitan el aumento de la igualdad mundial o la justicia social, en cambio, «encubren la agenda de control migratorio que refleja los auges y caídas de las economías de la migración» (Gamlen, 2014:587). El mantra de la migración y el desarrollo ha conferido una apariencia positiva de desarrollo humano a la industria de la gobernanza mundial de vigilancia con alta tecnología, prisiones privadas, extracción de beneficios mediante la industria de captura de personas; de forma simultánea aviva los miedos de una invasión de migrantes y refugiados entre los desposeídos que se definen a sí mismos como nativos. En ese sentido, se crea una base apolítica para los líderes populistas autoritarios.

La reestructuración de los procesos de acumulación de capital nunca es sólo un proceso económico, sino que se acompaña de una profunda transformación social del modo en que se desarrollan las vidas, se hacen y deshacen los lugares, y se constituyen y transforman las emociones y sociabilidades (Hall, 1979). El uso de los conceptos de acumulación por desposesión tal y como se sugiere en este artículo, faculta a académicos y activistas para confrontar las estructuras multiescalares superpuestas de poder institucional desigual, que crearon las disparidades de riqueza y oportunidades que hoy refuerzan y empoderan a movimientos fascistas. En paralelo, les permitiría evidenciar el papel fundamental de la racialización y el género en la producción y reproducción de desigualdades económicas, sociales, culturales y políticas, así como de los movimientos autoritarios que buscan mantener las estructuras de opresión. Además, un estudio sobre la desposesión y el desplazamiento puede proporcionar la teoría y metodologías necesarias que iluminen las vías políticas hacia una justicia social y económica en un momento coyuntural de reciente aparición. Semejante análisis es imprescindible para forjar los potentes movimientos transnacionales requeridos para erradicar el capitalismo despojador y todas las formas de opresión.

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Notas

1 Compuesto por cinco organizaciones financieras asociadas: la Comisión Europea y el Banco Europeo de Inversiones, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, el Banco Islámico de Desarrollo, el Fondo Nórdico de Desarrollo y el Banco Nórdico de Inversiones, y el Fondo opep para el Desarrollo Internacional.

2 Las migraciones de los homínidos salieron y regresaron a África, y cruzaron el Levante, Asia Central e Indonesia. Las poblaciones contemporáneas de homo sapiens aún preservan en su código genético evidencia de estas interacciones que ocurrieron en múltiples lugares distantes (Groucutt et al., 2021).

3 Manuela Boatcă (2021) indica el modo en que la perspectiva global de Wallerstein sobre la transformación de las sociedades ha cobrado protagonismo en ciertas coyunturas históricas y en otras se ha dejado de lado.

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