Migración y Desarrollo, volumen 19, número 37, segundo semestre 2021, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jardín Juárez 147, colonia Centro, Zacatecas, C.P. 98000, Tel. (01492) 922 91 09, www.uaz.edu.mx, www.estudiosdeldesarrollo.net, revistamyd@estudiosdeldesarrollo.net. Editor responsable: Raúl Delgado Wise. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo Vía Red Cómputo No. 04-2015-060212200400-203. ISSN: 2448-7783, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de última actualización: Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Maximino Gerardo Luna Estrada, Campus Universitario II, avenida Preparatoria s/n, fraccionamiento Progreso, Zacatecas, C.P. 98065. Fecha de la última modificación, diciembre de 2021.

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https://doi.org/10.35533/myd.numero37

El problema migratorio en el capitalismo global: síntoma del desarrollo desigual y la crisis civilizatoria

The problem of migration global capitalism: a symptom of uneven development and civilizational crisis

Recibido 14/04/21 | Aceptado 27/05/21

Humberto Márquez Covarrubias*

* Mexicano. Docente investigador, Universidad Autónoma de Zacatecas.
Correo-e: hmarcov@gmail.com

Resumen. El problema migratorio en el capitalismo contemporáneo es sintomático de la tendencia secular del desarrollo alimentado por la acumulación de capital, la procreación de sobrepoblación relativa y la consecuente migración forzada y compulsiva. Asimismo, devela la profundidad de la crisis civilizatoria, que pone al desnudo la crisis humanitaria de la población redundante que busca insertarse a los mercados laborales donde tiene reservados espacios degradados, peligrosos y mal remunerados. El problema migratorio en el capitalismo no tiene resolución sin cambiar las relaciones sociales capitalistas. Los Estados nacionales resguardan sus intereses: fronteras, seguridad, guerra, recursos naturales, y utilizan o expelen a los migrantes como fuerza de trabajo. Las políticas asistenciales de la sociedad civil resarcen la corporalidad desvalida desde una visión humanista despolitizada que no acomete las causas estructurales del fenómeno. Los migrantes se organizan sólo para realizar el periplo migratorio en caravanas, pero no han cobrado conciencia social de clase. La emancipación de los migrantes no podrá realizarse si no se emancipan junto con el conjunto de la clase trabajadora, que sin embargo permanece dispersa, inconexa y dominada por la trama del poder del capital global.

Palabras clave: capitalismo, desarrollo desigual, migración forzada, proletariado internacional nómada, emancipación.

Abstract. The problem of migration within contemporary capitalism is symptomatic of the long-standing trend of development fed by the accumulation of capital, the reproduction of relative overpopulation and the consequent forced and compulsive migration. It also reveals the depths of the civilizing crisis, which lays bare the humanitarian crisis of the surplus population that seeks to enter the labor markets where they encounter demeaning, dangerous and poorly paid conditions. The migratory problem in capitalism cannot be resolved without changing capitalist social relations. Nation states protect their interests: borders, security, war, natural resources, and use or expel migrants as a labor force. The welfare policies generated within civil society compensate this helpless humanity from a depoliticized humanist vision that does not address the structural causes of the phenomenon. Migrants are organized to carry out the migratory journey in caravans, but they have not gained social class consciousness. The emancipation of migrants will not be possible if they do not emancipate themselves together with the whole of the working class, which nevertheless remains dispersed, disconnected and dominated by the web of power of global capital.

Keywords: capitalism, uneven development, forced migration, nomadic international proletariat, emancipation.

 

Dialéctica del desarrollo desigual

El desarrollo desigual capitalista imprime su lógica en la configuración de los capitales con variados grados de composición orgánica de capital, entre el capital constante y el capital variable (c/v) y, por tanto, disímiles niveles de desarrollo en la estructura social compuesta por clases sociales que establecen relaciones contrapuestas en la esfera productiva, y en el ámbito espacial que configura el sistema mundial con centros metropolitanos, sedes del capital y países periféricos subsumidos a los designios económico-políticos de las grandes potencias.

La principal contradicción ubicada en los ámbitos nacional e internacional se refiere a la contradicción toral entre el capital y el trabajo que se extiende sobre los circuitos entreverados de la producción, la distribución y el consumo. El problema fundamental del desarrollo capitalista alude a la generación, distribución y apropiación del valor y el plusvalor generado por el trabajo social. La relación capital-trabajo entraña una relación de intercambio desigual donde el trabajador contribuye con su capacidad de trabajo, el trabajo vivo, para reproducir el valor de su propia fuerza de trabajo (v, la parte variable del capital que toma la forma de salario) y reponer el valor de los medios de producción que ha sido desgastado en el momento productivo y, por añadidura, tiene la función de crear algo nuevo, un valor agregado, el excedente económico o, mejor dicho, el plusvalor, es decir, el trabajo impago que a la postre será transfigurado en las formas de ganancia, interés y renta para ser apropiado por el empresario, el banquero y el terrateniente, respectivamente; además de que el Estado, incluyendo su enorme burocracia, se apropiará de partes del valor repuesto y del plusvalor mediante la política impositiva. En el modo de producción capitalista, dependiendo de sus grados desiguales de desarrollo, sobre ese entramado de relaciones sociales se producen y reproducen, cotidianamente, las condiciones materiales de existencia y las posibilidades de reproducción social en conjunción con el entorno planetario.

En el tablero del mercado mundial se entrelaza una división internacional del trabajo tutelada por los Estados nacionales, los sistemas de Estados y bloques económicos. Merced a los grados de desarrollo desiguales de las economías nacionales y las capacidades competitivas desiguales de los capitales actuantes se registran formas de intercambio desigual. Las relaciones de dominación capitalista entre naciones tienen su antecedente histórico en la consolidación de las metrópolis del capital que generaron su acumulación originaria y emprendieron la Revolución Industrial para expandir sus intereses en el mercado mundial mediante los procesos de colonización e imperialismo y, en el largo arco del tiempo, se consolidó con el fenómeno de la globalización. En la trama de las relaciones de intercambio desigual entre economías con niveles de desarrollo equidistantes, la persistencia de los niveles asimétricos de productividad y los esquemas comerciales desproporcionados concita la sistemática transferencia de gran parte del excedente económico generado en los países periféricos hacia los países centrales. Un amplio tejido de redes globales de capital multinacional controla los procesos productivos deslocalizados al amparo de tratados de libre comercio, sistemas de protección legal, políticas de seguridad concomitantes, entre otras medidas. El patrón global de intercambio desigual permite que las grandes potencias capitalistas desplieguen ciclos de sobreacumulación, y que las economías periféricas subdesarrolladas y dependientes se hundan en una espiral descendente de subacumulación.

El mundo periférico subdesarrollado de América Latina, África, Asia y Europa se ha reinsertado a la trama de la acumulación mundial poniendo a disposición de redes de capital global tanto sus reservas de recursos naturales territoriales, mineros, energéticos, agrícolas, hidráulicos, marinos, solares y eólicos; al igual que su abundante fuerza de trabajo barata, desorganizada y flexible bajo pautas que reeditan las formas de imperialismo y colonialismo. Se trata de la conjugación de nuevas formas de saqueo e industrialización deslocalizada que resignifican el papel de las periferias que siguen siendo espacio inconmensurable para las necesidades de valorización del capital global. Esta acometida entraña un nuevo asalto global del capital sobre el territorio y los trabajadores, que pretende abrir nuevas fuentes de generación y apropiación de excedentes ante las dificultades de lograrlo en otras demarcaciones hipertrofiadas.

En las periferias no sólo priva la mayor de las desigualdades, inestabilidad y violencia, sino que sigue siendo el espacio en que la reproducción demográfica ofrece fuerza de trabajo potencial con crecimiento rápido. Los capitales depredadores que deambulan esta extendida región no sólo son personificados por las corporaciones multinacionales y fondos de inversión estadounidenses, canadienses, europeos y japoneses, sino también capitales industriales y financieros de origen chino y de otras nacionalidades en ámbitos más regionalizados. En esta acometida también se distingue a las burguesías nacionales (o «lumpenburguesías») que han logrado capitalizar los ciclos nacionales de independencia, revolución, las guerras intestinas, la formación de los Estados nacionales y su enquistamiento en el poder público para fungir como empresarios contratistas o beneficiarios de los procesos de privatización, o también favoreciéndose de procesos de expropiación a las clases trabajadoras, las cuales han protagonizado gran parte de las luchas sociales y procesos revolucionarios, aunque no en todos los casos han disfrutado de sus logros.

Sin embargo, la embestida capitalista no representa precisamente un nuevo reparto del mundo ni deriva de un pacífico pacto entre los capitanes del gran capital. En el contexto actual de grandes tensiones geopolíticas por la hegemonía mundial entre bloques de poder capitalistas, derivados del colapso del orden mundial de la segunda posguerra mundial, con su ciclo de expansión de capital y crisis mundial, aunado al quiebre del bloque soviético, el asalto de las grandes potencias capitalistas resuena con trompetas de guerra comercial y amenazas militares, por lo que acarrea más peligros que a finales del siglo XIX.

Los mecanismos de conquista de corte neoimperialista y neocolonial contra el mundo periférico subdesarrollado son más complejos y sofisticados. La plataforma diversificada de operación militar, estatal y privada, con bases militares, servicios de inteligencia, servicios secretos, tecnología de última generación, tienen bajo la mira y asedio a esta extensa región del mundo. Las guerras de conquista, las intervenciones militares, los golpes de Estado, los movimientos contrainsurgentes y las guerras contra el terrorismo y el narcotráfico, además de las guerras civiles o de secesión son azuzadas o incentivadas en distintos grados y niveles por las grandes potencias para generar inestabilidad política y quebranto social permanente, a fin de ablandar el espacio institucional y abrir las compuertas para los intereses de gran capital.

Además del apuntalamiento militar, se instrumentan otras formas de intervención. En primer término, destaca el ancestral estrangulamiento financiero derivado de la deuda externa que se convierte en una bola de nieve impagable y compromete los recursos soberanos que se transfieren sistemáticamente hacia los grandes centros financieros internacionales. En el nivel territorial, florece el despojo territorial y el consecuente acaparamiento de tierras en distintos grados para favorecer la implantación de nuevos enclaves exportadores de la minería, la energía, la agroindustria y la manufactura.

La generación de economías de enclave exportadoras involucra la transformación de la agricultura, la minería, el sector energético, el turismo y la industria de conformidad a las redes globales de capital y los planes de negocio de las corporaciones multinacionales. Estas formas de extracción y exportación no responden a las necesidades nacionales y locales sino al abastecimiento de cadenas de suministro global. Se trata de megaproyectos con monocultivos intensivos, parques de ensamble manufacturero, megaminería a cielo abierto, etcétera. La destrucción de las industrias locales y sus cadenas de suministro mediante la importación indiscriminada de mercancías manufacturadas, alimentos, dispositivos tecnológicos de origen chino, estadounidense o europeo, a menudo subvencionados por sus gobiernos, que destruyen en definitiva a las cadenas productivas o a productores nacionales y locales incapaces de competir contra capitales foráneos.

El saqueo ancestral de las riquezas territoriales que rebosan en esas regiones como materias primas de las industrias multinacionales con la demanda de los llamados minerales estratégicos, minerales raros, tierras raras, petróleo, gas, coltán, además de los recursos marítimos como los piscícolas costeros. Otras formas de extractivismo son el tráfico de drogas, la trata de mujeres, cuyas cadenas de mando y consumidores radican en los países centrales.

La noción de trabajo altamente calificado tiene un ascendente liberal individualista que le confiere preponderancia al esfuerzo, la preparación, el mérito individual y el consiguiente acceso diferenciado al ingreso. Se homologa la idea de «cerebro» al trabajador intelectual. La figura de la sinécdoque, que reduce a la persona a una de sus partes, el cerebro, se torna más paradójica cuando se alude a la «fuga de cerebros» (brain drain) que también puede traducirse como «drenado de cerebros» o «pillaje de cerebros», significa la extracción o apropiación de fuerza de trabajo calificada de las periferias, sean científicos, investigadores, académicos o profesionistas de ramos como la salud.

El desarrollo desigual que concentra los mayores beneficios en los países desarrollados irradia daños colaterales o efectos indirectos perniciosos en las regiones periféricas, como los efectos del cambio climático (desertificación, sequía, inundaciones), la especulación (hambrunas), la violencia criminal por el cultivo de drogas prohibidas y la precarización laboral como exigencia del capital corporativo.

La cuestión social: emergencia del proletariado internacional

Marx define explícitamente al proletariado no en función de los medios de producción sino en cuanto asalariado: «Por ‹proletariado› únicamente puede entenderse, desde el punto de vista económico, el asalariado que produce y valoriza ‹capital› y al que se arroja a la calle no bien se vuelve superfluo para las necesidades de valorización del ‹Monsieur Capital›» (Marx, 1982:761). En determinadas circunstancias, como en nuestros días es el caso de la producción autónoma informal, un proletario puede tener medios de producción, cuando un utensilio se convierte en insumo para la producción de mercancías, y dada la constante expansión de la masa superflua de trabajadores, se precisa recurrir a formas rudimentarias de supervivencia. No obstante, el proletario se ve compelido a venderse, como si fuera un esclavo moderno, en calidad de mercancía humana que no pertenece a un determinado capitalista, sino a toda la clase capitalista que dispone del trabajo social combinado.1

La separación de la fuerza de trabajo de sus condiciones sociales precapitalistas y la incorporación al trabajo asalariado es un fundamento histórico para el despliegue del capitalismo:

El capital necesita (…) poder disponer, ilimitadamente, de todos los obreros de la Tierra, para movilizar, con ellos, todas las fuerzas productivas del planeta, dentro de los límites de la producción de plusvalía, en cuanto esto sea posible. Pero estos obreros suelen encontrarse casi siempre encadenados a formas de producción precapitalista. Deben ser, pues, previamente «libertados», para enrolarse en el ejército activo del capital. Este proceso es una de las bases históricas inevitables del capitalismo (Luxemburg, 1912:175176).

El proletariado en cuestión se toma como un insumo productivo por el capital, se subsume en términos formales cuando se retoman las condiciones de trabajo preexistentes y, en términos reales, cuando finalmente se organizan bajo el comando del capital. El trabajo sometido al capital posibilita entonces el despliegue de la ley general de acumulación capitalista formulada por Marx es elocuente:

Cuanto mayores sean la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y vigor de su crecimiento y por tanto, también, la magnitud absoluta de la población obrera y la fuerza productiva de su trabajo, tanto mayor será la pluspoblación relativa o ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital (Marx, 1982:804).

Cabe advertir que las leyes del desarrollo capitalista no significan disposiciones jurídicas del orden superestructural que gobiernan las relaciones mercantiles, sino que la legalidad en el desarrollo capitalista alude a que las grandes tendencias del decurso histórico capitalista no son hechos incidentales, ni anomalías ni formas disfuncionales; se trata, en todo caso, de regularidades, determinaciones y tendencias inscritas en la lógica y despliegue de la producción capitalista. Bajo esa lógica, la ley general de la acumulación capitalista es crucial para develar el funcionamiento sistémico del capitalismo y de cómo de ella se desprende una ley de población, que significa la procreación de la sobrepoblación relativa y su papel en la referida ley de acumulación.

La determinación de la ley de acumulación de capital establece una correspondencia entre el ejército industrial de reserva y los trabajadores activos, por lo que «encadena el obrero al capital con grillos más firmes que las cuñas con que Hefesto aseguró a Prometeo en la roca» (Marx, 1982:805). No obstante, conforme se acrecienta el proceso de acumulación de capital, las condiciones de los obreros se deterioran, independientemente del nivel salarial; y a la acumulación de riqueza le prosigue la acumulación de miseria.

Pero la ley general de la acumulación de capital de Marx no es precisamente una explicación sobre el empobrecimiento sino sobre la trama del capital donde se advierte que el crecimiento de la demanda de trabajo no conduce a un incremento sostenido de salarios que llevaría a estrangular las ganancias y obstruir la acumulación. Además, se devela el papel funcional del desempleo capitalista, el influjo devastador de las crisis entre los trabajadores y la tendencia inexorable a la pauperización de gran parte de la población.

Para el desarrollo industrial ha sido necesario la procreación de masas sobrantes de obreros: «La acumulación capitalista produce de manera constante, antes bien, y precisamente en proporción a su energía y a su volumen, una población obrera relativamente excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades medias de valorización del capital y por tanto superflua» (Marx, 1982:785). De hecho, acrecentar la población trabajadora ha sido una condición previa al incremento del plusvalor, sin importar que los excedentes laborales se tornen en masas inservibles, aunque siempre dispuestas a ser utilizadas.

La procreación de una masa inconmensurable de trabajadores sobrantes es una condición de existencia del desarrollo desigual del capitalismo, no sólo funge como «peso muerto» sino como trabajo vivo potencial que estará disponible, dispuesto a cubrir los requerimientos cambiantes, en cualquier momento y lugar, de las necesidades de la acumulación de capital. De manera especial, cuando la economía atraviesa por una fase de estancamiento, la población sobrante presiona a los trabajadores asalariados en activo, y con ello ejerce una presión a la baja del valor medio de la fuerza de trabajo.

El vínculo entre la dinámica progresiva de acumulación de capital y el aumento del excedente de fuerza laboral resulta del incremento de la composición de capital (cc/cv) y el aumento de la productividad del trabajo. En tanto la composición de capital se mantenga inalterable, el avance en el proceso de acumulación de capital supone un incremento en la demanda laboral. No obstante, el proceso de acumulación y la concentración de capital van de la mano y se cristaliza en una mayor composición orgánica de capital, es decir, un mayor componente de la parte constante (medios de producción) sobre la variable (fuerza de trabajo). Con el incremento del capital a escala global, se amplían los espacios de valorización y se acrecienta la demanda de fuerza de trabajo en términos absolutos, mientras que en términos relativos disminuye. Conforme se imponen las relaciones de producción capitalista a escala mundial y se subsume a su lógica formas de producción precapitalistas, se va generando una sobrepoblación relativa. En esa sobrepoblación se anida el ejército industrial de reserva.

Esta contradicción forma parte de la lógica interna de funcionamiento y despliegue del proceso de valorización, más allá de que dependiendo del lugar o coyuntura pueda presentar distintas formas o grados. Tal como acontece en el presente, cuando el capitalismo mundial atraviesa por una prolongada crisis, en un contexto donde se ha dado un salto a la innovación científico tecnológica (la llamada cuarta Revolución Industrial) donde al propio tiempo se registra una enorme y creciente cantidad de trabajadores desocupados o subocupados.

La categoría de ejército industrial de reserva formulada por Marx es crucial para desembrollar la lógica expansiva y contradictoria del modo de producción capitalista, que no parece reconocer ningún límite material que no sea el suyo propio, por lo que se presenta como un modo provisto por un mecanismo irrefrenable de autodesarrollo sin fronteras. Es así que para sostener ese fragor expansivo, vive bajo la pulsión de incrementar incesantemente el tiempo de trabajo excedente, es decir, la parte del trabajo realizado por el trabajador pero no retribuido, el trabajo impago, y al mismo tiempo tiene el estímulo de empujar el acrecentamiento de las jornadas de trabajo a efecto de poner en ejercicio laboral a la mayor cantidad posible de obreros.

Empero, para realizar un mayor margen de trabajo impago, se le presentan dos alternativas, la de incrementar la jornada de trabajo (plusvalor absoluto) y la de aumentar la productividad del trabajo mediante el trabajo potenciado, es decir, la aplicación de la ciencia y la tecnología al proceso productivo (plusvalor relativo). Habríamos de considerar, sin embargo, un tercer método: la remuneración del valor de la fuerza de trabajo por debajo de su valor (superexplotación), que opera como una medida contratendencial a la caída de la tasa de ganancia, pero conforme esa tendencia se profundiza, ese método se convierte en una forma permanente de gestión del capital. Sea como fuere, el desafío total de acrecentar el trabajo impago entraña una contradicción insoluble en la sociedad mercantil capitalista: el método incesante de incrementar la productividad del trabajo mediante el trabajo potenciado (mayor contenido tecnológico) propicia una disminución relativa de la fuerza laboral ocupada.

En la trama de la acumulación de capital y el consecuente despliegue de la dialéctica del desarrollo desigual, un cúmulo de factores económico-políticos interactúan y catapultan dinámicas migratorias en los planos nacional e internacional, a partir de la procreación de la sobrepoblación, el sustrato de un proletariado nómada. En el nivel del sistema mundial capitalista se engendra una sobrepoblación global, la cual puede adquirir una connotación de sobrepoblación absoluta en determinados países que son incapaces ya de absorber contingentes laborales, se trata de una población redundante que no encuentra, en definitiva, ningún acomodo ni expectativa de hacerlo en el futuro en los mercados laborales de su propio país, y en tal medida son expulsados o «exportados» como fuerza de trabajo migrante, y sólo así, en los ámbitos de los mercados laborales internacionales pueden asumir la forma de una sobrepoblación relativa, que eventualmente puede insertarse en el área laboral en otros países, así sea en sectores degradados, inseguros y precarios. Sea como fuera, a escala global ocurre la formación de una clase laboral subordinada al capital global en su país o fuera de él.

La cuestión migratoria: eclosión del proletariado internacional nómada

En la historia del capitalismo, el proletariado ha sido por antonomasia una clase migrante a disposición del capital: su suerte está echada en tanto tenga que moverse para venderse como fuerza de trabajo. Los trabajadores migrantes en sus distintas categorías, orígenes, procedencias, forman parte del trabajo social combinado que explota el capital social mundial.

Pese a las restricciones y barreras de contención, que contrastan con la libertad de movimiento conferido a los grandes capitales, el sistema capitalista mundial entraña una tendencia a la conformación de una fuerza de trabajo que se desplaza por distintas regiones del mundo, las cuales conforman sistemas migratorios articulados bajo determinadas lógicas geopolíticas. A la postre, la movilidad de trabajadores contribuye a que en la acumulación de capital se establezca o prefigure una tasa media de ganancia.

Para que la expansión continua del capitalismo sea posible en el orbe, se requiere de una gran movilidad, que se quisiera infinita y sin cortapisas, de sus mercancías y de la configuración de un libre acceso al mercado. Al mismo tiempo, precisa de la movilidad más amplia posible, desde el punto de vista del capital, para acceder a fuerza de trabajo, preferentemente barata. Para desplegar y emplear el potencial de las fuerzas productivas del planeta, el capitalismo necesita tener la capacidad suficiente a fin de movilizar la fuerza de trabajo mundial sin restricciones o, mejor dicho, según sus requerimientos.

En la trama capitalista, el proletariado es compelido incesantemente a desplazarse para buscar un lugar y una oportunidad donde poder vender su capacidad de trabajo. En el capitalismo, la movilidad de los trabajadores es crucial: «El capitalismo crea forzosamente la movilidad de la población, que no se requería con los sistemas anteriores de economía social y era imposible en ellas en proporciones más o menos grandes» (Lenin, 1975:614).

Desde sus orígenes, el capitalismo ha empleado métodos violentos o la coerción económica para explotar la fuerza de trabajo a escala planetaria, de menos a más, hasta alcanzar un carácter global, como en la actualidad. Por su condición de asalariado, para sobrevivir está obligado a emigrar a los más variados destinos, sean cercanos o cortos, inclusive a otros países y continentes. La travesía y la distancia que deberán recorrer los obreros itinerantes dependerá de la situación económica nacional y mundial, además de factores contiguos como la crisis, la guerra, la represión, el hambre, la demanda laboral, etcétera. El derrotero lo marca el espacio donde un obrero pueda realizar su ser social como asalariado. En definitiva, debido a su condición social en el capitalismo, es y ha sido, resueltamente, una clase de migrantes, por ello ese aserto marxista de que «los obreros no tienen patria» (Marx y Engels, 1872).

No obstante el énfasis que se hace desde el pensamiento fragmentario que alienta el posestructuralismo y el posmodernismo con sus políticas de identidad, al separar y dividir a los migrantes forzados, sean trabajadores sin papeles o refugiados, y destacar formas particulares de manifestación como el origen nacional, étnico, género y grupo de edad, con el fin de separarlos del conjunto de los trabajadores, es importante advertir que los proletarios del mundo en realidad históricamente tienen una condición de desarraigo propinada por el capital. Si se tiene en mente la génesis del capitalismo, con su estela de expropiación, proletarización, esclavismo y colonialismo, podrá notarse cómo los proletarios han sido separados por medio de la coerción y la violencia de las condiciones materiales de existencia que le eran consustanciales afincadas en el mundo de vida del campo y el artesanado. Como ha sido atestiguado, en la remota Edad Media la fuerza de trabajo que era explotada se encontraba arraigada en la tierra, pero conforme verificó el proceso de expropiación o desposesión, las emergentes fuerzas del capital la obligaron a emprender el éxodo de los espacios rurales a los centros urbanos y fabriles, es decir, a proletarizarse, toda vez que «el gran señor feudal, tenazmente opuesto a la realeza y al parlamento, creó un proletariado muchísimo mayor al expulsar violentamente a los campesinos de la tierra, sobre la que tenían los mismos títulos jurídicos feudales que él mismo, y al usurparles las tierras comunales» (Marx, 1982:898). La procreación de un proletariado carente de hogar y lugar se refiere a:

Los expulsados por la disolución de las mesnadas feudales y por la expropiación violenta e intermitente de sus tierras, ese proletariado libre como el aire, no podían ser absorbidos por la naciente manufactura con la misma rapidez con que eran puestos en el mundo. Por otra parte, las personas súbitamente arrojadas de su órbita habitual de vida no podían adaptarse de manera tan súbita a la disciplina de su nuevo estado. Se transformaron masivamente en mendigos, ladrones, vagabundos, en parte por inclinación, pero en los más de los casos forzados por las circunstancias (…) A los padres de la actual clase obrera se los castigó, en un principio, por su transformación forzada en vagabundos e indigentes. La legislación los trataba como a delincuentes «voluntarios»: suponía que de la buena voluntad de ellos dependía el que continuaran trabajando bajo las viejas condiciones, ya inexistentes (Marx, 1982:918).

En el transcurso del desarrollo del capitalismo, las clases capitalistas han requerido acceder libremente a la fuerza de trabajo. Razón por la cual se propician diversos desplazamientos humanos y nutridos flujos migratorios con el cometido de alimentar la máquina de hierro del capital, que no tiene otra misión sino la de extraer el plusvalor del trabajo vivo. Debido a que el proceso histórico de movilidad poblacional está atado a los procesos de expropiación y emigración forzada, un rasgo inmanente de la condición social de los explotados del mundo, los teóricos del socialismo y los movimientos obreros afines han considerado que los obreros no tienen una patria referencial en tanto la nombradía sea la del capital, que por su parte no reclama una nacionalidad, porque su aspiración es dominar el mundo, o más específicamente el mercado mundial:

La nacionalidad del obrero no es francesa ni inglesa ni alemana, es el trabajo, la esclavitud en libertad, la venta voluntaria de sí mismo. Su gobierno no es francés ni inglés ni alemán, es el capital. Su cielo patrio no es el francés ni el inglés ni el alemán, es la atmósfera de la fábrica. El suelo que le pertenece no está en Francia ni en Inglaterra ni en Alemania, está bajo tierra, a unos cuantos palmos de profundidad (Marx, 1845, citado por Echeverría, 2011).

En su ilustración de la ley general de la acumulación de capital, Marx clasificaba a la «población nómada» (Marx, 1982:829) como una porción de la población de origen rural predispuesta a ocuparse en la industria, y que conforma al sector de trabajadores más precario o, mejor dicho, «la infantería ligera del capital», es decir, trabajadores móviles que van de un lado a otro y aparecen alternativamente marchando o acampando, quienes se ocupan indistintamente en los más variados sectores laborales, tales como la construcción, el drenaje, el tendido de vías de ferrocarril, etcétera. Las caravanas de migrantes centroamericanos, caribeños y sudamericanos rumbo a Estados Unidos o los migrantes africanos en pateras rumbo a Europa ilustran la contemporaneidad de este fenómeno. Pero también se trata, a su decir, de la «columna ambulante de la pestilencia», toda vez que viven en condiciones insalubres y son portadores de enfermedades contagiosas que llevan consigo a los lugares donde viven y trabajan. Recientemente, la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2 ha mostrado cómo los migrantes forzados se colocan entre los sectores más vulnerables del planeta que enfrentan todos los riesgos del tránsito, además de la sobreexposición a enfermedades mortales. En su deambular habitan viviendas inseguras, y habitualmente son concentrados en lugares donde los contratistas los explotan por partida doble, como trabajadores y como inquilinos en el mismo lugar donde trabajan, tal y como ocurre, por ejemplo, con los modernos programas de trabajo temporal en la agricultura o en sectores de la industria o servicios que demandan trabajo intensivo de manera estacional.

La fuerza de trabajo migrante supone la formación de trabajadores liberados (despojados y proletarizados) en busca de ocupación en su propio país o en el extranjero, y con ello la formación de una fuerza laboral nómada, dispuesta a cubrir vacantes en otras demarcaciones, provista con diversos perfiles laborales, ya sea como trabajadores manuales que habrán de desempeñar actividades de trabajo intensivo en la agricultura, la construcción, la manufactura o los servicios, o como trabajadores intelectuales en el desempeño de trabajo conceptual o cognitivo en tanto generadores de conocimiento en actividades científicas, académicas, artísticas, incluso deportivas.

Despojo, despoblamiento y quiebre demográfico

En el desdoblamiento de la nueva división internacional del trabajo, la configuración de la economía global del trabajo barato ha significado la generación de ganancias extraordinarias para el capital monopolista derivado de la migración de determinados sectores productivos a regiones subdesarrolladas del mundo para explotar reservorios de trabajadores que quedan apostados en sus países y devengan salarios de subsistencia, si no es que de infrasubsistencia, además de la apropiación de recursos desregulados y prácticamente gratuitos en los países periféricos subdesarrollados.

El despoblamiento rural y el abandono de actividades productivas agrícolas corre a la par de la ruina del campesinado de subsistencia, desplazados por las grandes corporaciones agroindustriales, los mercados abiertos de alimentos y las subvenciones de los países desarrollados a sus productores para obtener beneficios a precios por debajo del precio de mercado (dumping). En tanto, se nutren las megápolis, las ciudades-región y los centros urbanos que tienden a concentrar grandes poblaciones con un amplio soporte infraestructural, nuevas tecnologías de comunicación, flujos de inversión, movilidad de capitales y trabajadores. Se registra una escalada y complementariedad entre los movimientos migratorios dentro de los países, dentro de las regiones, dentro del continente, intercontinentales y a escala mundial.

La bancarrota del campesinado y del sector agrario en general detona un éxodo rural hacia las ciudades del propio país o el extranjero. Las mayores exigencias de los mercados laborales representan mayores desafíos, si no es que una abierta segregación, a los trabajadores con bajos niveles de escolaridad y poca calificación laboral. En un mundo cada vez más volcado hacia el conocimiento, quienes son analfabetas o tienen estudios básicos padecerán mayor precariedad laboral y una brecha tecnológica. Las asimetrías educativas se han agravado con la puesta en vigor de los programas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que imponen la norma de la austeridad y socavan los sistemas de educación superior en países de mediano y bajo desarrollo, a la vez que minan los niveles básicos de educación.

El proceso de urbanización es consustancial al desarrollo y la modernización capitalista tendiente a la concentración de capital industrial y la aglomeración en las ciudades de población y servicios, incluyendo los poderes públicos y privados. Este fenómeno es acusado en los países desarrollados, pero también se ha amplificado en las periferias del mundo.

Por añadidura, las divisiones fronterizas entre los Estados naciones, que en algunos casos otrora pareciera ser abiertas o porosas, se han tornado más herméticas e infranqueables, dividiendo no sólo el mundo central del periférico, sino dentro de cada uno de esos subconjuntos. Sin desconocer que en un mundo globalizado, donde el capital no tiene nacionalidad y la migración forzada desvanece las ataduras patrióticas, se exacerban las tendencias nacionalistas, si no es que abiertamente racistas, animadversiones que se canalizan contra los inmigrantes extracontinentales o provenientes de países subdesarrollados.

Las grandes ciudades absorben a trabajadores y profesionistas de varias regiones, pero la selectividad supone que cantidades enormes de migrantes no sean acogidos según sus perfiles educativos y profesionales, sino que, de entrada, salvo excepciones, serán minusvalorados y no reconocidos conforme sus títulos, certificaciones y calificaciones. Lo anterior como parte de una estrategia de desvalorizar la fuerza de trabajo y subsumir a los trabajadores migrantes como fuerza laboral precaria, cuyo gasto de formación no ha sido asumido por la economía receptora, resulta un regalo.

El desfase entre la industrialización y el crecimiento demográfico, que se decanta hacia una desbordante sobrepoblación, desocupación y pobreza se traduce en migraciones forzadas y compulsivas y en los desequilibrios entre el mundo rural y el urbano. Un contraejemplo, como en muchos otros asuntos, es China, que ha basado su proceso de desarrollo hasta colocarse como una gran potencia mundial en un proceso de industrialización y convertirse en la fábrica del mundo; si bien primero dependiente de las inversiones estadounidenses, cada vez más se ha tornado en autónoma, sobre todo en la franja costera donde están las zonas especiales, las cuales han logrado absorber a 200 millones de migrantes internos en tres décadas. Esta es una de las grandes migraciones del periodo de entre siglos.

Las diversas formas de acumulación por despojo, o mejor dicho, la expropiación de trabajadores de sus medios de producción y de vida, generan un sujeto colectivo despojado, necesitado, empobrecido y violentado, que además será forzado a emigrar para buscar una nueva vida y procurar su propio sustento.

Neoliberalización y superexplotación de los trabajadores migrantes

El neoliberalismo no se refiere solamente al consenso teórico neoclásico keynesiano y a los postulados doctrinarios que orientan el manejo macroeconómico de la tríada de privatización, desregulación y liberalización que se extienden al decálogo del llamado «Consenso de Washington» y a los programas de los organismos internacionales; menos aún se puede reducir a una menor participación del Estado en la economía, como supone el neoclacisimo (al contrario, el gasto estatal ha sido crucial para el sostenimiento económico y el empuje de la internacionalización del capital), ni a la hegemonía del capital financiero sobre las demás formas de capital (tesis financista), en cambio se trata de una política de clase refrendada por el capital global en contra del trabajo colectivo, donde el aspecto central es la mayor explotación del trabajo. No sólo el capital financiero cobra protagonismo, sino el capital industrial desplegado a escala mundial en distintos enclaves productivos encargados de apropiarse de los recursos naturales desregulados y los reservorios de fuerza de trabajo barata.

Una de las grandes tendencias seculares del desarrollo capitalista, advertidas por Marx (1976, capítulos 13 y 14), es la caída de la tasa de ganancia, asimismo, la proclividad del capital colectivo a implementar medidas que la contrarresten. Una de ellas es la superexplotación de la fuerza de trabajo, es decir, el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, mediante el descenso salarial. En este contexto, se aprecia cómo los trabajadores migrantes y refugiados se insertan en condiciones laborales de superexplotación, lo cual permite reducir el salario de los trabajadores en el país receptor o dentro de su propio país.

El ataque múltiple del capital contra el trabajo, en el plano formal y real, desmantela la institucionalidad o red de protección social con sus derechos sociales y laborales, marcos legislativos y formas de organización sindical y política, amén de precarizar el trabajo al extremo, de flexibilizar las relaciones de trabajo y reducir las subvenciones a los desempleados. Uno de los frentes más acusados ha sido contra las formas de salario: directo, indirecto y diferido. La desvalorización del salario directo, es decir, de la remuneración nominal de los trabajadores se ha impuesto como un requerimiento del capital para abatir costos de producción y acrecentar los márgenes de ganancia; esa estratagema se usa como arma competitiva para deslocalizar capitales y atraer inversiones, al propio tiempo en que se incentiva la movilidad de trabajadores donde se implanta el capital. El salario indirecto o salario social, que incluye las prestaciones y bienes o servicios públicos, como educación y salud, es erosionado con la imposición de las políticas de austeridad, la precarización del trabajo y la transferencia de las responsabilidades estatales a las familias y trabajadores. El salario diferido, a saber, el ingreso durante la jubilación del trabajador que ha sido acumulado con aportaciones del trabajador y del empleador como parte del fondo de ahorro obrero, que en realidad procede del propio producto del trabajo, es desviado hacia la inversión especulativa por administradoras de pensiones, es recortado bajo las premisas austeras o es confiscado por entidades financieras o estatales con el consecuente empobrecimiento de los pensionados y jubilados. Las pensiones se han convertido en el caballo de batalla de los neoliberales para explicar la crisis estructural de las finanzas estatales, de las instituciones públicas y de los servicios públicos, y de la necesidad de hacer más recortes.

La norma de la precarización tiende a desconocer las formas indirectas y diferidas del salario, para reducirlo a la forma del salario directo de por sí cada vez menor, con la imposición de empleos inestables, inseguros y altamente precarizados. Sólo un franja cada vez menor de trabajadores dispone de condiciones de trabajo estables o seguras. La diferenciación entre los sectores laborales estables e inestables genera una diferenciación social entre trabajadores y abre una enorme brecha política. Esto es aprovechado por los discursos de derecha que arguyen que los trabajadores estables son privilegiados y arremeten contra esas condiciones de trabajo con miras a flexibilizarlas y precarizarlas.

El hecho es de que anteriormente, según el contexto y el patrón de acumulación en cada nación, pudiera ser que una parte significativa del producto nacional formara parte, inicialmente, del fondo de consumo de los trabajadores bajo esas tres modalidades salariales, aun cuando más adelante se reincorporaran al fondo de acumulación del capital, merced al consumo. Sin embargo, con los programas de ajuste neoliberal, los términos de la relación se modifican para obligar a que, de manera temprana, a costa de las condiciones de vida de los trabajadores, se transfiera parte importante del fondo de vida obrero al capital, que acumula más ganancias y distribuye mayores ingresos entre sus accionistas y gestores corporativos, sin importar que luego se canalicen hacia fondos especulativos, consumo ostentoso y el derroche improductivo.

La sobrepoblación y el aumento de trabajadores migrantes posibilitan que las políticas de ajuste neoliberal desvaloricen el trabajo de manera masiva y sin mayores resistencias políticas y laborales. Desde esa perspectiva, cobra un papel singular la sobreoferta de fuerza de trabajo a escala mundial y nacional para incrementar la tasa de explotación de los trabajadores y garantizar el incremento de las ganancias del capital. Más aún cuando los migrantes se consolidan como el sector laboral más precarizado. Según un estudio de la OIT, la brecha salarial de los migrantes es amplia: perciben entre 13 por ciento y 42 por ciento menos que los trabajadores con ciudadanía en el país receptor (OIT, 2020).

La ofensiva del capital contra el trabajo, mediante el despojo, la precarización y la flexibilización, es también en todo momento y lugar una ofensiva contra los trabajadores migrantes.

Migración forzada

La estructura y dinámica de la acumulación mundial, centralizada por los grandes capitales y apuntalada por los estados dominantes, no sólo propicia un desarrollo desigual entre los capitales —en función de su variada composición orgánica de capital, niveles asimétricos de productividad y capacidad diferenciada para apropiarse del excedente económico generado a escala mundial— sino que también redunda en la generación de una inconmensurable sobrepoblación relativa, un ejército industrial de reserva, pero la escala de referencia se amplifica desde el espectro nacional hasta alcanzar el mercado mundial.

Desde esa perspectiva, la población sobrante en una multiplicidad de localidades rurales y urbanas estará dispuesta irremediablemente a emplearse en los mercados laborales nacionales y transnacionales, en especial en sectores laborales conectados a los mercados globales, con lo cual se configura un abundante proletariado internacional nómada a disposición de los capitales interconectados. En las economías periféricas, subdesarrolladas y dependientes, el proletariado internacional se convierte en fuerza de trabajo migrante, un sujeto colectivo que además de ser despojado, violentado y pauperizado, en definitiva es expulsado de sus lugares de origen para buscar ocupación en los mercados laborales nacionales e internacionales, especialmente en sectores productivos demandantes de trabajo intensivo y desvalorizado. Los capitales vinculados a las redes de capital global se apropian de los abastos de trabajo barato, flexible y desorganizado. Este recurso es una forma espuria de afrontar la competitividad intracapitalista, al recercarse en la parte variable del capital.

El fenómeno de la migración forzada significa, en primera instancia, una expulsión de segmentos de la sobrepoblación relativa desde los países subdesarrollados y dependientes hacia los países de mayor desarrollo relativo, preferentemente a los países centrales y desarrollados. Pero también puede interpretarse que este flujo compulsivo, masivo y articulado de migración representa una forma peculiar de exportación de fuerza de trabajo, una especialización económica de países socialmente insustentables.

El sustrato social de las migraciones forzadas y compulsivas es un sujeto colectivo, el proletariado internacional, que ha sido procreado por las dinámicas del desarrollo desigual. Se trata de un sujeto social proletario que está expuesto a las peores condiciones posibles de trabajo, que tiene como paradero mercados laborales con receptáculos degradantes, segmentos laborales inseguros, precarios, desvalorizados. En el trayecto, los migrantes indocumentados padecen condiciones peligrosas y suelen ser presa fácil de agentes militares y policiales, además de ser violentados por organizaciones criminales que han hecho de este drama humano un negocio que no sólo anula la condición humana de los migrantes, el sentido de la dignidad y el derecho a la vida, sino que los convierten en una mercancía, ya no como una fuerza de trabajo dispuesta a venderse en el mercado laboral, como es a final de cuentas el cometido principal de los migrantes, más bien como una moneda de cambio, una corporalidad viviente que puede ser lacerada, violentada y asesinada porque tiene tasada el signo del dinero.

Las migraciones forzadas y masivas son consustanciales a la formación del modo de producción capitalista y a su reproducción a nivel mundial. A partir de la masa de sobrepoblación y del ejército industrial de reserva, el capitalismo propicia flujos migratorios de forma automática y necesaria que se desplazan en los ámbitos nacionales e internacionales.2 Se trata en esencia de migraciones forzadas y compulsivas, irreductibles a las teorías convencionales de la migración presuntamente libre o voluntaria.

La migración forzada se define como una relación social en función de la relación de capital/trabajo, no en función de la voluntad individual ni de derecho como supone la perspectiva liberal individualista. Si bien es una expulsión de fuerza de trabajo sobrante se traduce en una especialización productiva, cual si fuera una exportación mercantil de fuerza de trabajo, pero al final de cuentas una transferencia de trabajo vivo. Como sea, la migración forzada es una manifestación del desarraigo y movilidad de los trabajadores, entre ellos se pueden encontrar subcategorías como los refugiados de la guerra que se proletarizan, los migrantes «ambientales», los trabajadores pobres, las víctimas de la violencia, los trabajadores calificados. De cualquier modo, la migración forzada se desdobla en una migración interna de jornaleros, obreros fabriles y trabajadores informales, hasta alcanzar una migración internacional para cubrir mercados laborales heterogéneos y segmentados.

En términos generales, antes del capitalismo, la carencia de fuerzas productivas empujaba a la migración forzada: la pobreza, el hambre, las enfermedades, la desesperación detonaban los movimientos poblacionales; con el capitalismo, el desarrollo de las fuerzas productivas empuja a la migración forzada, tanto porque se despejan núcleos poblacionales para capitalizar los territorios y proletarizar a las poblaciones, como porque sectores laborales resultan redundantes con la progresiva industrialización y tecnificación. No obstante, siempre caben dos posibilidades adicionales: que el trabajo persiga al capital en busca de insertarse en una relación salarial y que el capital persigue al trabajo cuando se deslocaliza para buscar los reservorios de trabajo barato como estrategia de abatimiento de costos de producción con el concurso del trabajo barato y recursos naturales desregulados y gratuitos. El sello distintivo de las migraciones forzadas compulsivas en el capitalismo, en contraste con épocas previas, donde la baja capacidad productiva forzaba la emigración, había sido advertido cuando se develaban los métodos de despejamiento para forzar al campesinado a emigrar:

Aquí no es la necesidad de fuerza productiva la que crea una población excedente, sino el incremento de la fuerza productiva el que exige una disminución de la población, eliminando el excedente por hambre o emigración. No es la población la que presiona sobre la fuerza productiva; es la fuerza productiva la que presiona sobre la población (Marx, 1979:84).

El aprovisionamiento de fuerza de trabajo multinacional en los países receptores, sobre todo en las economías centrales o desarrolladas, significa la apropiación de una fuerza laboral abundante, desorganizada y barata que no ha significado ningún costo de formación, y en cambio los esquemas de contratación son, en su mayoría, bajo pautas de explotación degradantes tuteladas por marcos legales y prácticas de corte discriminatorio y racista, o xenófobo y excluyente, orientados a disminuir el potencial organizativo de los trabajadores migrantes y de someterlos a esquemas que rayan en la superexplotación. Eventualmente, estas condiciones pueden ser contrarrestadas, hasta cierto punto, por las luchas de los trabajadores, sobre todo cuando son respaldadas por sindicatos, movimientos sociales y partidos políticos.

El enorme caudal de trabajadores migrantes que buscan ocuparse en los mercados laborales de los países con mayor desarrollo relativo no es de por sí miembro del ejército industrial de reserva del capitalismo contemporáneo, puesto que conforma un número excesivo de trabajadores como para poder incorporarse en la economía receptora en condiciones relativamente estables. No obstante, está claro que luego de la gran crisis del capitalismo mundial de 2008 se generó un crecimiento de la tasa de trabajadores inmigrantes excedentes.

En ese contexto, se implementan políticas de Estado de corte discriminatorio, represivo y selectivo, una suerte de guerra contra los migrantes, por lo que los trabajadores migrantes están siendo sometidos a condiciones de excepción como la irregularidad forzosa, la degradación económica, jurídica, política y cultural.

El arribo a Estados Unidos o al continente europeo para los migrantes indocumentados latinoamericanos, caribeños y africanos se ha tornado una odisea no sólo más aventurada, sino peligrosa, merced a las políticas de contención, represión y selectividad impuestas por los gobiernos de las grandes potencias que repelen a quienes consideran intrusos. No obstante, los migrantes demuestran tener arrestos suficientes para transitar por territorios y aguas inhóspitas hasta alcanzar su objetivo, lo cual puede significar tanto como realizar largos y extenuantes periplos, inclusive reincidir varias veces en el intento si son deportados, debido a que sus alternativas se reducen o son prácticamente nulas.

Invariablemente, la emigración forzada se convierte en una suerte de carrera de obstáculos, donde hay que superar trabas apostadas en el camino de índole legal, militar, policial y criminal. Las corrientes migratorias se dirigen hacia diversos puntos dentro de los propios Estados nacionales y allende las fronteras, hacia Europa, América del Norte, golfo Pérsico e, incluso, Asia.3

Dos caras de la misma moneda: trabajadores migrantes y refugiados

La migración forzada puede subdividirse, a grandes trazos, entre emigración laboral y la migración por guerra, por lo que la emigración derivada de razones económicas no es la misma que los refugiados de guerra. La emigración laboral ha formado parte intrínseca de la movilidad de la clase obrera desde el siglo XVII, en tanto que los migrantes por hechos de guerra toman la forma de refugiados, fenómeno que ha adquirido gran presencia en el siglo XX, conforme el capitalismo entra en fase decadente. En efecto, todo refugiado es un migrante, pero no todo migrante es un refugiado. Un migrante es una persona que abandona su localidad para buscar un trabajo remunerado que le permita sobrevivir. Un refugiado es una persona cuya vida está directamente amenazada y se desplaza para encontrar un lugar donde resguardar su vida y tener mayor seguridad personal. No obstante, el capitalismo se vale de la condición inerme de algunos grupos de refugiados y los introduce en el mercado laboral para aprovechar la baratura del precio de su fuerza de trabajo, por lo que los refugiados se convierten a la postre en una fuerza laboral migrante. Determinadas potencias capitalistas, aduciendo cuestiones humanitarias y diferendos geopolíticos, dan la «bienvenida» a determinados grupos de refugiados con ciertos niveles de formación y capacitación que puedan ser ocupados a cambio de salarios ínfimos.

La dialéctica de las guerras imperialistas y la llamada crisis de refugiados es muestra de las contradicciones del capitalismo mundial. Las múltiples guerras imperialistas, especialmente las dos guerras mundiales, las crisis económicas recurrentes que generan pauperización y las catástrofes ambientales vinculadas al cambio climático son factores propulsores de migraciones forzadas compulsivas.

No se trata, claro está, de un fenómeno novedoso. Las guerras, los genocidios o exterminios, como los pogromos, es decir, la masacre en contra de determinadas etnias o pueblos, son de larga data, pero en el capitalismo se han sofisticado y tecnologizado. Se puede decir que desde que existen las guerras, existen los refugiados de la guerra, mucho tiempo antes de que los trabajadores fueran obligados a emigrar por cuestiones económicas en el capitalismo. La guerra significa una violencia generalizada que obliga a poblaciones inermes a huir si quieren seguir con vida. Pero en el capitalismo, la guerra ha cambiado en términos, sobre todo desde la Primera Guerra Mundial. Antes de ella, la cuantía de refugiados de la guerra era relativamente pequeña. Las víctimas de los pogromos también eran proporcionalmente reducidas.

Antes del siglo XX, el fenómeno de los refugiados era un problema no tan acusado, por ser acotado, reducido y temporal, pero con el florecimiento del capitalismo a escala mundial, y en la medida en que sucedieron las guerras mundiales, aunado a la caída del bloque soviético en 1989, y la conclusión de la «guerra fría», se despliegan una gran cantidad de guerras en distintas partes del mundo, muchas de las cuales parecen conflictos interminables, otras tantas destruyeron países y otras se confinaron como problemas regionales o locales. Más allá de las conflagraciones militares, los acuerdos políticos, los intereses capitalistas y el manejo propagandístico, el problema de los refugiados producto de las múltiples guerras cobró no sólo gran visibilidad sino una mayor magnitud.

La cuestión de los refugiados de la guerra y de los migrantes laborales depende de las condiciones históricas, de las crisis económicas y del estado de la guerra. Pero el factor común es la relación intrincada y contradictoria entre el capital y el trabajo y las formas de gestión de los excedentes poblacionales a cargo de los Estados. Ambas figuras se subsumen a ese conflicto toral. También se puede considerar a los desplazados forzosos por la violencia criminal o la violencia estatal que buscan expropiar territorios y sus recursos valiéndose de la movilización de las poblaciones asentadas.

En la actualidad, las tensiones geopolíticas de las grandes potencias mundiales (Estados Unidos, Alemania, Francia, Rusia, China) que se disputan la hegemonía económica y política, los territorios y sus recursos naturales y humanos, desencadena una oleada de barbarie en las zonas intervenidas, pero que también se retrotrae hacia los centros del capitalismo mundial en la medida en que los problemas del caos y la barbarie se trasladan a extensas zonas del planeta, incluyendo el movimiento de las periferias a los centros.

Aluvión del trabajo barato

Marx analizó la migración forzada correspondiente a una etapa temprana del desarrollo del capitalismo en la cual los trabajadores de la metrópoli son expulsados del proceso laboral con la introducción de la maquinaria ahorradora de trabajo vivo. El capital fomenta la emigración y la colonización de regiones y continentes a los que transforma en abastos de materias primas o alimentos. De esta forma se logra configurar una nueva división internacional del trabajo que responde a las necesidades de la industria maquinizada.

En el proceso de acumulación de capital mundializado, la migración laboral es utilizada como un mecanismo para abastecer abundante fuerza de trabajo barata para los sectores productivos intensivos en fuerza de trabajo que han sido flexibilizados y precarizados, pero también para usar fuerza de trabajo barata en sectores productivos donde se busca impedir o posponer la incorporación de nueva tecnología, es decir, funge como un recurso para afrontar la competencia intercapitalista y para contener la tendencial caída de la tasa de ganancia. De tal suerte que los trabajadores migrantes son recusados en los procesos de innovación y progreso tecnológico, a la vez que son colocados en la retaguardia de las dinámicas del cambio social.

La migración de trabajadores desvalorizados se torna, en determinadas circunstancias, en un lastre del cambio social, pero es funcional a los intereses gananciales del capital. En tanto no se reconoce la ocupación y calificación del trabajador que es desplazado de una rama de la producción a otra a cuasa de la introducción de maquinaria, se promueve la desvalorización de la fuerza de trabajo.

En la trama de la nueva división internacional del trabajo, la movilidad de trabajadores entre las diversas ramas productivas ya no se contiene al interior de una economía nacional, sino que se despliega como una movilidad entre diversos países, donde los capitales con mayor desarrollo relativo explotan a conveniencia las capacidades de trabajo de inmigrantes de diversas nacionalidades que han sido marginados o expulsados por los capitales de sus propios países.

En términos geopolíticos, el derrumbe del bloque soviético y el consecuente triunfo del capitalismo euroestadounidense como polo hegemónico de la economía mundial reconfiguran el tablero geopolítico, no sin detonar conflictos emergentes en varias regiones del mundo. En estas condiciones, se logra una expansión inusitada del capital a escala mundial y con ello se forma un mercado de trabajo concomitante, que se alimenta continuamente con el desbordamiento de trabajo barato y, en consecuencia, de la proliferación de trabajadores migrantes indocumentados o ilegales, con distintos grados de calificación, que en su movilidad diversificaron y profundizaron las rutas migratorias de origen, tránsito y destino. Con la égida del capital global se amplificó el caudal de los flujos migratorios en los planos nacional e internacional. El dato significativo fue el de la sobreoferta mundial de trabajadores migrantes de Europa del Este, India, China, África, Asia y América Latina, que en conjunto configuran una colosal economía global del trabajo barato que posibilitó la relocalización de aparatos industriales hacia esas demarcaciones con el afán de abatir costos de producción mediante esquemas de subcontratación.

El derrumbe de Europa del Este precipitó la migración de trabajadores de esos países a Europa occidental, sobre todo a Alemania, en consonancia con la oleada de deslocalizaciones de capital y el influjo conjunto contra los salarios y las condiciones laborales. Economías que habían estado a expensas de los grandes movimientos del mercado mundial, como India y China, imprimen procesos de modernización capitalista, que reeditan las formas de acumulación originaria, es decir, el desarraigo de millones de trabajadores del campo, lo cual prohíja un colosal ejército de reserva de desempleados a plena disposición del capital para su explotación. Un mercado laboral saturado y la precariedad salarial vigente generaban las condiciones propicias para presionar a la baja, aún más, los costos de la fuerza laboral, lo cual fue un acicate para emprender los procesos de deslocalización del capital y aprovechar las abundantes reservas de trabajo barato.

De manera provechosa para el capital, desde la década de 1990, pese a las políticas de control migratorio, en algunos países centrales se experimentó un auge de trabajadores ilegales o indocumentados, que impactó en la rebaja de los salarios y de los costos de producción.4

Por añadidura, un gran detonador ha sido el estallido de la gran crisis del capitalismo mundial, que se distingue por ser de amplio espectro, multisectorial y de amplio alcance, con epicentro en los países centrales, pero también influye la emergencia de China como la gran potencia económica, que funge como la locomotora de la economía mundial y que en el plano geopolítico disputa la hegemonía mundial a Estados Unidos, que se encuentra en una fase de decadencia relativa.

El mundo actual, cimbrado por tensiones geopolíticas entre dos bloques económicos, y la amenaza latente de la guerra, el fenómeno de la pauperización, la pobreza y la violencia, catapulta la salida de trabajadores migrantes desde, por una parte, África, Asia y Medio Oriente y, por otra parte, de América Latina y el Caribe, con destino a las metrópolis del capital, Europa y Estados Unidos.

Segmentación de mercados laborales

En su mayoría, los Estados centrales implementaron medidas combinadas para abastecerse de fuerza de trabajo inmigrante, por una parte reclutaron a los «cerebros» o «talentos», antes conocidos como «genios» o «inventores», es decir, se apropiaron del caudal de trabajadores intelectuales de la ciencia, la tecnología, la academia y el arte formados en distintos países del mundo que estaban dispuestos o eran obligados a emigrar, y que nutrirían las filas del llamado trabajo general a disposición de las economías industriales captadoras de inmigrantes. El trabajo general se entiende como el trabajo científico-tecnológico aplicado a la producción para imprimirle mayor potencia a la productividad del trabajo, tomar una mejor posición competitiva y acceder a una plusganancia. Pero en un sentido más amplio puede incluir a la amplia gama del trabajo intelectual que nutre a la academia, la ciencia, la industria, las artes y el entretenimiento, como un complejo aparato de generación y aplicación de conocimiento que profundiza el proceso de valorización.

Adicionalmente, las economías industrializadas receptoras de trabajadores migrantes también se aprovisionaban de fuerza de trabajo manual, sin mayor calificación, sin papeles, desesperados por venderse y sobrevivir, para nutrir segmentos laborales altamente precarizados, inseguros y mal pagados. Los sectores intensivos en fuerza de trabajo, como la industria, la construcción, la agricultura y los servicios demandan grandes cantidades de trabajadores inmigrantes.

Los mercados laborales de las economías nacionales reinsertadas a la economía global son subconjuntos o distritos industriales subordinados al capital global. Se benefician de la abundancia de trabajadores y de la movilidad internacional para organizar enclaves productivos en parques industriales y talleres del moderno trabajo esclavo.

En los tres casos se configura una suerte de saqueo de trabajo vivo de las economías periféricas, sin que signifique ningún costo de formación para la economía receptora, y con ello se logra generar presión en sus mercados laborales nacionales con la generalización de las políticas de flexibilización y precarización para abatir la participación del trabajo en el ingreso nacional.

En las economías centrales, bajo la gestión del Estado, en varias ramas productivas se organizan mercados laborales paralelos y clandestinos, donde se aprovisionan de trabajadores inmigrantes y refugiados, que en su desesperación por venderse y sobrevivir son sometidos a formas de chantaje y extorsión, donde sus documentos pueden ser robados y vivir aislados en refugios improvisados. Un caso prototípico es el agrícola, donde predominan trabajadores inmigrantes, sobre todo ilegales, inclusive bajo la figura de programa de trabajadores temporales. En Estados Unidos la mayoría de los trabajadores agrícolas son inmigrantes indocumentados de origen mexicano expuestos a condiciones de superexplotación. Algo similar ocurre en Europa, por ejemplo en Italia, la mayoría de trabajadores agrícolas son indocumentados. En aquella región, el desplome del bloque soviético abrió las puertas a emigrantes para trabajar en ese sector.

Uno de los sectores laborales más demandantes de inmigrantes es el de la construcción. En Estados Unidos y algunos países europeos, el boom del sector inmobiliario, previo al estallido de la burbuja especulativa y posterior a su recuperación, ha sido construido con el trabajo de inmigrantes, sobre todo de ilegales mal pagados procedentes de América Latina, Europa del Este y África, según sea el caso.

Los empleos de servicio doméstico y de construcción son muy demandantes de trabajadores inmigrantes en zonas económicas dinámicas y de altos ingresos en Norteamérica, Europa, Asia y el golfo Pérsico. Los trabajadores migrantes de diversas nacionalidades están predispuestos o inclusive son adiestrados para trabajar en esos sectores en condiciones de esclavitud moderna.

Algunas actividades laborales «grises» o mercados negros, controladas por el crimen organizado, como la prostitución, se basan en la importación de trabajadoras inmigrantes de los países periféricos de Europa del Este, de países de Oriente, de África, de Asia y de América Latina para trabajar en Europa occidental y Norteamérica, pero también en países de mediano desarrollo o en centros paradisíacos de gran turismo, de sol y playa. Estos centros además son espacios para la venta de drogas tradicionales como la marihuana, heroína y cocaína, o las emergentes, como metanfetaminas y fentanilo.

La crisis de la pandemia puso de relieve el papel de los trabajadores migrantes indocumentados, quienes quedaron en activo en actividades «esenciales», es decir, son considerados como trabajadores «esenciales» para el funcionamiento de las economías desarrolladas. En tanto que el Reino Unido enfrenta la crisis del brexit y la pandemia con un déficit de trabajadores inmigrantes retirados por la desconexión con la Unión Europea y añorados por la carencia de trabajadores en sectores del transporte, la construcción y los servicios.

Estatalidad recargada

Los poderes de los Estados, articulados por sistemas de Estado en torno a intereses geopolíticos e imperialistas, imponen medidas de fuerza para contener y rechazar los flujos migratorios de los trabajadores pobres sin papeles. Pero más que resolver el despliegue de las violencias de Estado genera una crisis global de las migraciones, que no es sino una arista peliaguda de la crisis de civilización.

La función de «control social» del Estado sobre las migraciones y sobre el mundo del trabajo tiene el cometido de diferenciar y dividir a la clase trabajadora y de establecer mecanismos de selección, disuasión y expulsión de migrantes según las necesidades de los mercados laborales que administra, asimismo de establecer las políticas de precarización, salarios, inspección de empresas, etcétera. con objeto de preservar el régimen del capital sobre el trabajo.

El papel del Estado ha sido determinante para ejercer un control totalitario sobre las poblaciones. Las guerras mundiales y sus secuelas abrieron el paso a un periodo de expansión del capitalismo que desembocaría, sin embargo, en una espiral de crisis, que ha requerido el concurso del Estado para su rescate y gestión, al grado en que las grandes corporaciones multinacionales que expanden sus fronteras tienen como plataforma de lanzamiento la gestión activa del Estado y los acuerdos interestatales. Al contrario de una mayor exigencia de libertad de mercado y libre circulación de mercancías, en la órbita de los Estados nacionales se implementaron mecanismos de control burocrático para intervenir y orquestar la vida social, utilizando nuevas tecnologías de información, comunicación, vigilancia e inteligencia.

En los linderos de los Estados nacionales, la gestión de las fronteras se ha tornado más restrictiva y selectiva, por lo que las poblaciones exiliadas y refugiadas y los trabajadores migrantes sin papeles, es decir, es el escalón más vulnerable del proletariado internacional nómada, han padecido el incremento de los abusos y mecanismos de control que se establecen a nombre de la seguridad nacional, los acuerdos militares y los intereses geopolíticos que representan los Estados.

Los Estados se configuran como entidades blindadas o refractarias, fortalezas resguardadas con muros o fuerzas militares que rechazan a los inmigrantes indocumentados. Operan como si fueran un búnker infranqueable. Esta configuración se acentúa debido a la crisis permanente del capital de sobreproducción de mercancías y competencia abierta entre las potencias mundiales. En esas circunstancias, los inmigrantes se topan no sólo contra los límites estructurales del mercado debido a que el capital no puede integrar a la desbordante fuerza laboral que busca integrarse y rechazar a la mayoría de trabajadores solicitantes de empleo, sino contra las fuerzas militares y policiales de los Estados que acrecientan sus restricciones legales y los desplantes de fuerza bruta.

A diferencia de la etapa previa a la Primera Guerra Mundial, en lo sucesivo las migraciones internacionales estarán sometidas a un sinnúmero de restricciones, con la implementación de procedimientos administrativos decididamente antiinmigrantes, antiextranjeros. Durante el despliegue de las guerras, los Estados adoptaron controles policiacos para contener los desplazamientos de población, que era examinada para descifrar su identidad y fichar, inclusive, sospechar de los extranjeros, sobre todo de los países enemigos o de los que no fueran aliados.5

Los Estados centrales imbuidos en la fantasmagoría nacionalismo, xenofobia y neofascismo, despliegan políticas e ideologías paranoicas contra los extranjeros, particularmente contra los trabajadores pobres, que suelen ser motejados como amenazantes, peligrosos y sospechosos de trastornar el orden público, la cultura y la economía. Los gobiernos erigen grandes muros de cemento y metal para demarcar las fronteras y repeler a los supuestos invasores, además de que están coronados con alambre de púas y electrificados. A su manera, rememoran la malla perimetral de los campos de exterminio que caracterizaron a la Segunda Guerra Mundial. Cínicamente, los Estados europeos del capitalismo triunfante festejan la caída del «muro de la vergüenza» en Berlín, que a su decir ese «telón de acero» era una ignominia, en tanto que su derrumbe representaba un acto simbólico de libertad, democracia y derechos humanos, cuando son esos mismos gobiernos los que hipócritamente están construyendo muros que dividen el norte del sur, el desarrollo del subdesarrollo. Las políticas de control de las fronteras se han seguido endureciendo con dispositivos tecnológicos, militares y policiales, acompañados de campañas mediáticas y políticas en contra de los migrantes y con la intención no declarada de confundir y dividir a las clases trabajadoras de uno y otro lado del espacio migratorio.

La implementación de un sistema de «cuotas» en Estados Unidos modifica la apertura a la inmigración vigente desde antes de la Primera Guerra Mundial, con objeto de bloquear y seleccionar el ingreso, incluso se construyó una muralla en la frontera con México, el llamado «muro de la tortilla», que cobró la vida de mexicanos; además de detenciones, trata de personas, entre otras vejaciones, como en otra época ocurriera con los balseros de Asia expuestos a tragedias humanitarias.

La crisis del capitalismo de 19601970 propició que los gobiernos de los países centrales, sobre todo en Europa, erigieran una barrera más consistente en el sur del Mediterráneo, la denominada «Fortaleza europea», mediante el despliegue de una armada de barcos y patrullas que tenían la misión de hacer retroceder a los inmigrantes procedentes de África. El propósito no explícito era que los inmigrantes no ingresaran a Europa y que en todo caso regresaran a morir a su país. Los gobiernos europeos suelen acordar con sus socios africanos la implementación de servicios de bomberos, como ha sucedido en Libia o Marruecos, donde dejan que los migrantes mueran en el desierto antes de incursionar en las aguas intercontinentales mediterráneas.

Estado de excepción migratorio

En el capitalismo global se ha incubado un régimen global de seguridad orquestado por las grandes potencias capitalistas, sus pactos geopolíticos y acuerdos militares que tiene como trasfondo las confrontaciones intercapitalistas y sus presagios de una nueva guerra fría. La securitización del capital global descansa en el militarismo generalizado, el cierre de fronteras y el ascenso del fascismo, el racismo y el nacionalismo. No es el campo de concentración ni la ciudad ni el lugar de trabajo el que define al migrante forzoso, sino el vacío espacial, el desclasamiento, la condición de paria, de no ciudadano, de sin papeles, de ilegal, de sujeto de la criminalidad y de criminal en potencia.

La militarización y la gestión de las fronteras bajo el asedio de conflictos entre los bloques económicos regionales o sistemas estatales con sus intereses geopolíticos, las determinaciones de los propios Estados nacionales y los intereses contradictorios de las clases sociales dentro y fuera de sus ámbitos estatales, en conjunto establecen criterios y bloqueos al libre tránsito de los migrantes. Al calor de esas pautas, pareciera que las fronteras se han movido: la «Fortaleza europea» no está ya en el Mediterráneo sino que se ha trasladado hacia Senegal, Burkina Faso, el desierto del Sahara u otros lugares de África (Mbembe). La frontera de Estados Unidos se ha trasladado del río Bravo al río Suchiate, con la connivencia del gobierno mexicano que obra como un auxiliar de la Patrulla Fronteriza a través del nuevo cuerpo de policía militarizada, la Guardia Nacional, para contener las migraciones centroamericanas, caribeñas, latinoamericanas y extracontinentales, que pretenden cruzar México para luego ingresar a Estados Unidos. En la gestión de fronteras hay acuerdos geopolíticos entre las grandes potencias capitalistas y los gobiernos socios de los países subdesarrollados que fungen como bisagras o patios traseros de la política de seguridad («tercer país seguro»), donde los migrantes son retenidos, reprimidos, deportados o registrados y tramitados para contender por una autorización de refugio. En estas demarcaciones operan acuerdos militares, programas de vigilancia y monitoreo de los migrantes. La gestión de las fronteras se hace bajo preceptos militares, no tanto para la guerra o defensa ante una invasión militar extranjera, sino para contener la libre circulación de las personas, de los migrantes considerados indeseables. En esa modalidad existen jerarquías de poder entre los países, donde unos asumen el papel central, impenetrable, otros países intermedios o bisagras como espacios de contención, y otros países emisores ingobernables. La tendencia es extender el perímetro de seguridad de las fronteras formales del primer círculo hacia el segundo y, si fuera posible, hacia el interior del tercer perímetro. Determinados países se convierten en zonas de resguardo, contención, como prisiones virtuales.

La política migratoria interestatal y dentro de los marcos estatales propicia una mayor segregación social. De hecho, la política migratoria es la contraparte del libre comercio de mercancías, tecnología, capitales, etcétera. En abierto contraste afloran las restricciones a la libre movilidad de trabajadores, pues existen ciertas libertades o permisos a trabajadores altamente calificados con permisos legales y un cúmulo de restricciones a trabajadores manuales, con baja calificación y sin permiso, considerados ilegales. En el peor de los casos se entronizan los prejuicios nacionalistas, racistas, religiosos e ideológicos, como el clima de animadversión de la islamofobia o la latinofobia, que señala a determinados sectores de inmigrantes no sólo como extraños o invasores, sino como enemigos, delincuentes o sujetos peligrosos. Por si fuera poco, queda el hecho de que nunca antes en la historia de la humanidad había tantas personas encarceladas, deportadas y muertas por migrar.

La crisis capitalista propicia la emergencia de tendencias xenófobas atizadas por movimientos políticos neofascistas, nacionalistas o populistas. El estallido de la crisis capitalista desde 2007 estimuló los movimientos de rechazo, exclusión y expulsión hacia los inmigrantes. Por millones fueron arrojados fuera de la fuerza laboral, al mismo tiempo que se hicieron más restrictivas las leyes de extranjería se montaron más trabas para limitar la entrada de nuevos inmigrantes. Las tendencias xenófobas, es decir, el rechazo o el odio hacia los extranjeros, fueron agitadas por partidos nacionalistas y de ultraderecha, que identificaron a los inmigrantes como los causantes de la crisis, cuando en realidad fueron los más golpeados por ésta. En los últimos años se ha sumado la islamofobia, el «temor» y rechazo hacia personas musulmanas o provenientes de países árabes. De ese modo, los sectores dominantes han estimulado los sentimientos xenófobos, los prejuicios raciales y religiosos dentro de la clase trabajadora, lo que debilita a los trabajadores de conjunto frente a la ofensiva del capital.

El clima represivo de los gobiernos contra los migrantes mediante políticas opresivas a cargo de las fuerzas militares y policiales se adereza con discursos populistas de políticos burgueses y pequeñoburgueses, además de campañas de odio contra inmigrantes que en conjunto generan condiciones enervantes que degeneran en formas de barbarie social o crisis migratoria o humanitaria. El discurso populista, nacionalista y xenófobo pretende avivar reflejos de animosidad entre la población desinformada y despolitizada para que asuma con fingida naturalidad que los inmigrantes y el apelativo que designa genéricamente a lo extranjero resultan ser el origen de las crisis y del desempleo.

En determinadas circunstancias se ha propalado la especie del «peligro amarillo» para denostar a los inmigrantes asiáticos, o se ha advertido de peligros que supone la «invasión» de inmigrantes. Los medios de comunicación y los políticos afectos a manipular a la población y esparcir el miedo suelen asociar sutil o descaradamente la inmigración con problemas como el terrorismo, narcotráfico, la delincuencia y la alteración del orden público. El nacionalismo senil estigmatiza a «los extranjeros», «los ilegales», como causantes de una «competencia desleal» y de que «se benefician de los derechos sociales». El sentimiento conservador arremolinado en la idílica comunidad refractaria es un retroceso social y un acicate para el divisionismo entre las clases trabajadoras.

Por si fuera poco, al clima antiinmigrante se suman teorías conspirativas de la extrema derecha que advierten de un supuesto reemplazo demográfico que en un continente como el europeo significará el reemplazo de la población continental nativa, blanca y cristiana, que disminuye por la avalancha de inmigrantes, hordas de migrantes negros, que se reproducen sin reposo (Camus, 2011). O de la invasión de Estados Unidos por poblaciones como la mexicana, y en general latinoamericana («hispanos», en la jerga estadounidense), que amenazan a la cultura y sociedad local y van tomando mayoría demográfica en ciudades y estados del país (Huntington, 2019). El supremacismo blanco de extrema derecha alimenta el odio al extranjero, al inmigrante, y adquiere formas esperpénticas como la «islamofobia» o antimusulmanismo y la «latinofobia».

Ante ese anticlímax societal, el proletariado tiene el enorme desafío de adquirir conciencia de la situación y más allá de expresar su indignación y solidaridad, asumir que los inmigrantes son componentes de la clase trabajadora internacional como lo son ellos mismos.

Crisis humanitaria

El capitalismo encierra en su ser interno el signo de la crisis, en su desarrollo incontenible anida la tendencia a recaer en la crisis, la cual significa, en términos gruesos, una fractura del proceso de valorización, un quiebre en la dinámica de acumulación. Las episódicas crisis de sobreacumulación, que pueden expresarse como un problema aparente de subconsumo, encuentran su explicación de fondo en el colapso del proceso de valorización atado a la tendencia inexorable de la caída de la tasa de ganancia. Dada la composición de la economía global como un todo articulado, el derrumbe económico se transmite con prontitud por los circuitos financieros y productivos, que fungen como el sistema nervioso y circulatorio del sistema mundial. El colapso económico tiene consecuencias, como la destrucción de formas de capital y trabajo que se consideran obsoletas, que no son competitivas.

En el contexto de las crisis recurrentes del capitalismo, por sobreproducción de capital y mercancías, caída de la tasa de ganancia, y la sobreposición de la crisis civilizatoria o el quebrante del metabolismo sociedad-naturaleza, se destruyen capitales y puestos de trabajo, se cierran fábricas, en tanto que se quebrantan las cadenas de suministro de materias primas, insumos, energía, y compran intercapitalistas. A costa de la depuración de capitales improductivos, obsoletos y en bancarrota, los trabajadores en general son afectados por la crisis y aumenta la pobreza, sean o no migrantes. En ese marco, la división y competencia por los trabajadores indocumentados pierde sentido y significado cuando merma la actividad económica.

A expensas de la ideología en boga, que implora por la retirada estatal de la economía, la tarea central que asume el Estado es restablecer los ciclos de acumulación de capital, sin importar que en esas tareas de rescate se sacrifiquen a los trabajadores, producto de la generalización del desempleo, la pobreza y la precarización. Adicionalmente, la respuesta estatal a las crisis busca abrir nuevos espacios de valorización y en ese impulso acometer nuevas embestidas para emprender el despojo de territorios y sus recursos naturales, además de apropiarse de bienes públicos y disolver derechos sociales.

En realidad, el pago de la factura de los programas de rescate se pasará a los trabajadores, quienes tendrán que generar ese valor agregado con el cual se habrán de sufragar deudas y programas fiscales de recuperación. De modo que las crisis aprietan a las clases trabajadoras y se impulsan condiciones de descomposición social, violencia y criminalidad, el caldo de cultivo de nuevas migraciones forzadas.

El desarrollo desigual y las crisis recurrentes arrojan un saldo social negativo. La migración de trabajadores en los planos nacional e internacional no sólo significa una válvula de escape de economías nacionales incapaces de ofrecer empleo formal a su población y condiciones mínimas de subsistencia, sino que se traduce en la movilidad de fuerza de trabajo y por tanto, de mercancía humana, llamada a contribuir eventualmente al desarrollo de las fuerzas productivas técnicas allende las fronteras o en su propio país, al insertarse productivamente a los mercados laborales, ahí donde sea requerida, sino que entraña la migración de seres humanos que han sido despojados, violentados, expulsados, lo cual supone una degradación de los sujetos en procesos truncos o desorbitados del desarrollo de las fuerzas productivas procreativas, en la medida en que se reproducen hijos o dependientes económicos para emigrar, cuando se sabe de antemano que ese será su destino.

Este proceso supone la gestación de un sujeto desposeído, de un sujeto sin objeto, de una subjetividad sin sustancia. Hay una fragmentación del sujeto, una dislocación de fuerzas productivas a favor de la reproducción del capital, en detrimento de la reproducción de la vida humana.

Las contradicciones sociales procrean nuevas y abundantes camadas de sobrepoblación relativa, en tanto que las presiones a la migración forzada ejercen grandes presiones en contra de los migrantes, que al ser expulsados de sus territorios o de sus países, por la vía de los hechos, son desconocidos por sus Estados, dejan de ser ciudadanos y sujetos de derecho, y en su travesía migratoria son cercados, acosados, reprimidos o encarcelados por los Estados por donde transitan o a donde pretenden arribar. Por si fuera poco, también son atacados, acosados y violentados por los grupos criminales, al tiempo que son repudiados por agrupaciones conservadoras, nacionalistas y protofascistas.

No deja de ser sintomático de la crisis civilizatoria del capitalismo que las rutas migratorias por tierra o mar se hayan convertido en lugares donde se juega la vida y muchos peregrinos encuentran la muerte. La crisis humanitaria de las migraciones forzadas es un síntoma de la crisis del capitalismo, de la crisis civilizatoria. La muerte de más de miles de inmigrantes en el Mediterráneo y en los terrenos inhóspitos para arribar a Estados Unidos, en los trenes o a manos de criminales, que en conjunto representan la fosa común del capitalismo y desvelan el reverso de las crisis económicas del capitalismo, su lado humano, los enormes peligros que significa la migración forzada y los inconmensurables costos humanos.

En la actualidad se combinan dos tendencias que producen verdaderas tragedias sociales. Desde la perspectiva de los países desarrollados que son destino de las mayores oleadas migratorias, la crisis ha conllevado a adoptar políticas restrictivas y punitivas, comenzando con el «cierre de fronteras», el crecimiento de la xenofobia y el aumento de la represión a los inmigrantes, medidas que condenan a la ilegalidad la movilidad humana al tiempo que encarecen y hacen más peligroso el periplo migratorio. Desde la óptica de los países subdesarrollados expulsores de migrantes, las crisis económicas, las catástrofes naturales, las guerras y los conflictos acrecientan las tendencias migratorias hacia Estados Unidos o Europa por vías «ilegales», lo cual abre un mercado negro muy lucrativo para las redes de traficantes de personas, que suelen estar involucradas en otras actividades ilícitas como el tráfico de drogas y armas, la prostitución y otros delitos. El lanzamiento de amplios contingentes de personas por los conductos de la migración forzada es una aventura plagada de peligros que pone en predicamento la vida, un riesgo que se asume ante las condiciones de violencia, pobreza y desesperación en sus lugares de origen.

La muerte de migrantes en el tránsito es producto de las contradicciones del desarrollo desigual, de la maquinaria de hierro del capitalismo que se alimenta de sangre humana. Cuando la vida humana no puede ser garantizada y protegida por los Estados y sus instituciones, sea por catástrofes naturales, conflictos armados, problemas sanitarios o contingencias sociales, cuando se impone un clima social de crímenes, amenazas y muertes, entonces afloran las crisis humanitarias, que tienen como reducto, no obstante, la irracionalidad capitalista. La crisis humanitaria expresa el filón más dramático de la crisis civilizatoria del capitalismo, puesto que significa un atentado contra la reproducción de la vida humana. La barbarie social se manifiesta cuando la vida humana está expuesta e inerme, aflora la vida nuda, predomina el cuadro patológico de violencia y crimen. El desarraigo y la superexplotación que en esas condiciones lacerantes sufren los migrantes también son un síntoma peliagudo de una crisis humanitaria de enormes proporciones. Una muestra inobjetable de la deshumanización del capitalismo, de la enajenación sistémica que lo caracteriza y que permite una tolerancia a la destrucción de vidas humanas, como si fuesen daños colaterales de una guerra, efectos no intencionales de una catástrofe, un costo que pagar por la carrera desenfrenada del tren del progreso.

Gestión de las migraciones o el cinismo político

Las clases dominantes, los medios de comunicación y los políticos profesionales pueden manifestar desconcierto y condolerse porque miles de personas mueren naufragando en las costas mediterráneas o mueren en el intento por cruzar el desierto estadounidense o son acribilladas por criminales mexicanos, lo que obedece al escándalo de la visibilidad y magnitud del fenómeno migratorio, por el carácter despiadado y el número de víctimas que arroja, hechos funestos que en algunos casos se trasminan hacia la población que puede asumir una posición de indignación y crítica hacia el gobierno, sin desconocer que también alimenta los sentimientos antiinmigrantes y xenófobos.

Episódicamente, la polémica sobre la falta de asistencia a los migrantes desvalidos es una ocasión para buscar chivos expiatorios, mientras las leyes criminalizan a los que intentan ayudar a los inmigrantes. La cobertura mediática tiende una cortina de humo mientras opera el arsenal represivo de los Estados. La trampa ideológica incluye la mezcla de sentimientos xenófobos y el discurso burgués «humanitario» de «los derechos humanos», en tanto que eficazmente divide a los inmigrantes de los demás proletarios, quienes no se reconocen como iguales.

Las crisis recurrentes del capitalismo mundial han generado una política de los Estados centrales que antepone la necesidad de «controlar» las migraciones internacionales de los trabajadores y refugiados. Bajo el paraguas de la «gobernabilidad» o «gestión» de las migraciones, bajo el señuelo de ser ordenada y justa, se ha instaurado en realidad una época de las deportaciones (y de deportaciones masivas), campos de concentración y de refugiados. Ejemplo de ello son los millones de refugiados palestinos, el genocidio de los armenios que ocasionó los primeros movimientos masivos de refugiados en el siglo XX, los millones de desplazados o evacuados en Europa por las guerras, los desplazamientos masivos de población por la destrucción y fragmentación de Estados, etcétera.

La «cortina de hierro» durante la llamada Guerra Fría se convertiría en un muro de contención del éxodo del este al oeste de Europa, por lo que el aprovisionamiento de fuerza de trabajo barata que demandaba el capitalismo europeo provendría del sur del Mediterráneo y de África. Por otra parte, durante y después de la Guerra Fría, al fragor de los movimientos de «liberación nacional», las crisis y el imperialismo, en los países subdesarrollados de la periferia capitalista (América Latina y el Caribe, África y Asia) se forzó el desplazamiento masivo de campesinos depauperados a los barrios marginales de las megaciudades, un fenómeno asociado al mercado negro de las drogas, armas, prostitución y muchos más a cargo de mafias. Por si fuera poco, las diversas crisis y desastres verificados en los siglos XX y XXI multiplicaron los campos de refugiados permanentes en todas partes del mundo, incluyendo el Medio Oriente y África, que encierran grandes contingentes (palestinos, africanos) en condiciones extremas de mera supervivencia, con signos de enfermedad, hambre y asedio de las mafias.

Asistencia humanitaria y radicalidad política

En el capitalismo mundial contemporáneo, signado por la gran crisis de sobreproducción y la caída secular de la tasa de ganancias, aunado a la crisis civilizatoria del entorno de la materialidad capitalista, que da al traste con las fuentes torales de la riqueza material, la naturaleza y los trabajadores, el problema migratorio expone, con crudeza, el filón más crítico de la crisis: la errancia humana, el éxodo de los parias, las marchas del hambre.

La política bienintencionada de organizaciones piadosas confesionales o civiles que practican la simple asistencia despolitizada a los migrantes en su travesía para resarcir los estragos del hambre y el cuidado personal, además de suministrar orientación evangélica, y ofrendar sus buenos oficios para recobrar la vitalidad decaída de los migrantes, aunado a la presunta generosidad de organismos públicos que se valen de eufemismos para «rescatar» y «proteger» a los migrantes que pueden ser detenidos, apresados, deportados y violentados por esas mismas instancias. Paradójicamente, el asistencialismo y la generosidad oficiosa se entremezclan, y se da lo que se quiere dar, o lo que se puede dar, pero no lo que el migrante verdaderamente necesita.

La práctica de la simple asistencia por instituciones del poder o por organizaciones izquierdistas u organizaciones humanitarias terminan por reducir a los migrantes a una condición de víctima, a la migración en un martirologio o, a lo sumo, a la migración forzada en un drama humano que estará sujeto a una política de control migratorio que puede tratarse por separado, en un reducto del derecho burgués y de la gobernanza capitalista, desencajado de la estructura capitalista.

Un problema crítico como la migración forzada y la crisis humanitaria requiere soluciones radicales, más allá de políticas asistencialistas y la protección relativa de derechos humanos, sin pretender cambiar las sociedades y sus relaciones productivas. El problema migratorio supone el entramado de las relaciones sociales mercantiles del capitalismo como causa estructural subyacente. Un problema estructural es la abolición del desbordante ejército industrial de reserva. Otra cuestión es abolir la sobrecarga de trabajo, la precarización generalizada y las formas de superexplotación que se ciernen sobre la mayoría de los trabajadores migrantes. Asimismo, la abolición de la migración forzada, que concita no sólo las políticas de discriminación, racismo y xenofobia, que reaniman ideologías neofascistas y nacionalismos exacerbados, sino también desmontar la sobreexplotación de los trabajadores migrantes y, en la raíz del problema, las relaciones de desarrollo desigual que toman a las economías periféricas como territorios de conquista, donde el gran capital multinacional actualiza las políticas de expropiación y explotación.

Estos propósitos no se realizarán como buenas intenciones de los foros mundiales, las declaraciones de organismos internacionales y los discursos bienintencionados, sino que dependen, fundamentalmente, de las luchas sociales emprendida por los sujetos migrantes, por los trabajadores en general, con formas de organización y proyectos de transformación social que busquen desmontar la política neocolonial y neoimperialista vigentes y construir un sistema social en el que primen los intereses sociales de los trabajadores del mundo.

El movimiento en defensa de los derechos de los inmigrantes, para terminar con las leyes de extranjería, los muros, la militarización, los centros de internamiento de extranjeros y la xenofobia, debería ser también una política central de la clase trabajadora nativa en los países receptores, para su propia defensa y para la unidad de clase internacional.

Fetichismo de las remesas salariales

La migración forzada desdobla los núcleos familiares para poner a disposición del capital a su componente productivo ahí donde sea requerido, en el propio país o el extranjero. Esta deslocalización del trabajador genera una interacción entre los miembros de la familia a partir del envío de remesas dinerarias de los trabajadores hacia sus contrapartes que son dependientes económicos y que radican en su lugar de origen, sean cónyuges, hijos, padres u otra figura.6 Este dinero es una fracción del salario devengado por el trabajador, la mayoría de las veces en condiciones de franca superexplotación, que cumple una función como cualquier salario: la subsistencia familiar, es decir, el consumo de víveres, pago de gastos educativos y médicos, vestido, transporte, recreación, compra de enseres domésticos, adquisición de propiedades, inclusive alguna inversión con los recursos remanentes que se puedan ahorrar.

Cuando los trabajadores migrantes ocupan puestos laborales precarios, inseguros y mal retribuidos en las economías receptoras, como sucede con la mayoría de los trabajadores indocumentados que desempeñan tareas manuales, reciben salarios raquíticos, por debajo del salario promedio; no obstante, en términos comparativos, merced al desequilibrado tipo de cambio entre la economía donde trabajan y la economía a donde envían las remesas, esta fracción salarial en apariencia es un sobresalario que acrecienta el poder de compra de la familia receptora y a diferencia de familias que no perciben remesas genera un poder relativo de consumo y eventualmente una capacidad de ahorro e inversión. Inclusive se puede generar un efecto inflacionario en economías locales raquíticas que comienzan a tasar algunas propiedades en la divisa en la que está soportada la remesa, por ejemplo el dólar. El efecto de dolarización de las economías locales incentiva la actividad económica al potenciar la capacidad de compra de los detentadores de las remesas, pero al mismo tiempo ejerce un efecto de diferenciación social entre quienes son receptores y quienes no lo son. Asimismo, la forma aparente de sobresalario encubre la realidad de los trabajadores, expuestos a condiciones de trabajo degradante, peligros, inseguro y mal retribuido desde el punto de vista de la economía donde son empleados y a menudo ocupan los escalones más bajos de los mercados laborales. Esta falsa apariencia, de un salario aparentemente mayor, se utiliza como recurso ideológico para encubrir la superexplotación y para preservar el discurso del «sueño americano». Teniendo en cuenta el aparente sobresalario que representa la divisa y su poder de compra asociado con las condiciones de desvalorización salarial a las que enfrenta el trabajador, se puede asumir que se trata, más bien, de un pseudosobresalario.

Desde el punto de vista de la reproducción social, las familias de los migrantes asumen la función de procrear fuerza de trabajo para suministrar la demanda de mercados laborales de las economías desarrolladas. Para ello, las propias remesas salariales cumplen un papel determinante. Los grupos familiares de países o regiones que se han especializado en exportar a migrantes terminan por subsumirse de manera sistemática al capital transnacional y la función reproductiva se pone al servicio de la provisión de esa fuerza de trabajo que se ofrendará, tarde que temprano, a la superexplotación de la fuerza de trabajo. Ante la incapacidad estructural de generar fuentes de trabajo formal que demanda su población, las economías nacionales que exportan decididamente trabajadores migrantes no sólo encuentran en esta vía una válvula de escape para conculcar problemas sociales, sino que coadyuvan a la gestión de la explotación de sus trabajadores en otros territorios, es decir, en lugar de procurar una soberanía laboral, asumen con determinación un papel de subordinación de sus fuerzas productivas procreativas para ponerlas al servicio de la valorización del capital allende las fronteras, buscando como contrapartida captar divisas mediante el ingreso de las remesas salariales que envían los trabajadores a sus familias. Estos recursos dispersados en las localidades dispersas y en familias despojadas y empobrecidas es invocada, cínicamente, por los gobiernos como un recurso necesario para mantener la precaria estabilidad social, en descargo de los programas de ayuda o del gasto social en materia educativa, salubridad, infraestructura, etcétera.

El encubrimiento de la realidad social de la explotación de los migrantes y de los salarios que de ello se devenga, entroniza el fetichismo de las remesas. En las relaciones mercantiles el fetichismo del salario en general se presenta como si fuera el precio del trabajo, lo cual oculta el trabajo impago, es decir, el proceso de explotación y la generación del plusvalor por el trabajo vivo que será apropiado por el capital bajo la forma de ganancia, interés y renta. Derivado de lo anterior, el fetichismo de la remesa salarial de migrantes se presenta como un sobresalario, un supuesto precio del trabajo superlativo, comparado con el presunto precio del trabajo en la economía exportadora de migrantes, pero en realidad se trata de un pseudosobresalario, un salario devengado en condiciones de explotación, pero más aún, de franca superexplotación, toda vez que el salario se paga por debajo del valor de la fuerza de trabajo vigente en la economía receptora de inmigrantes. Asimismo, a las remesas de migrantes, que no son sino un fracción del salario, se les confieren funciones de capital, por lo que se desnaturaliza la condición social del trabajador migrante y se presenta como un inversionista impelido por una misión empresarial que supuestamente habrá de detonar el desarrollo capitalista, ahí donde las condiciones estructurales lo han negado. Por si fuera poco, se han realizado intentos de conferirle funciones gubernamentales a las remesas de los migrantes, como recursos que suplementan o sustituyen programas públicos de infraestructura básica, obra pública y asistencia social. En el nivel nacional, las depauperadas economías nacionales se congratulan de captar remesas de migrantes como una fuente de divisas que estabiliza o apuntala la economía nacional.

En realidad, el fetichismo de las remesas encubre un fenómeno más peliagudo, la dependencia de las remesas. El brillo del dinero eclipsa las relaciones sociales que lo destellan y que encubren con su resplandor la debilidad estructural de países o regiones que requieren del ingreso de fracciones salariales de trabajadores migrantes para mantener una precaria estabilidad de sus balanzas de pagos y un apuntalamiento de su maltrecha economía, que entre más participa del PIB, más evidencia su desplome. Así las cosas, la migración forzada es una de las principales fuentes salariales y de divisas de economías extremadamente dependientes. La función básica de las remesas salariales de los migrantes es la de fungir como salario, sea como complemento salarial o como única fuente salarial, es decir, para la reproducción de fuerza de trabajo migrante que será engullida, posteriormente por el capital, sin que le cueste nada su formación.

Umbrales de la emancipación humana

Una gran crisis, de talante civilizatorio, se cierne sobre el capitalismo mundial, que horada no sólo los cimientos económicos de la valorización de capital sino que abarca prácticamente el conjunto de las esferas de la vida social, política y cultural (Márquez, 2017). Con la desbordante sobrepoblación prohijada en el mundo subdesarrollado, a fuego lento se cocina una crisis migratoria, una avalancha humana de desposeídos que persiguen al capital, para realizarse como trabajadores asalariados, por lo que su orientación básica va de las periferias a los centros, a contraflujo de los capitales externalizados por las economías desarrolladas que demandan, cada vez más, un menor contingente de trabajadores. La vulnerabilidad de estos migrantes se traduce en una crisis humanitaria, toda vez que los migrantes en tránsito y en los lugares de arribo padecen condiciones degradadas como la ausencia de derechos humanos, la carencia de derechos sociales y políticos, en tanto que son catalogados como mera población redundante que traspasa las fronteras sin permiso, de manera subrepticia, a la sombra de las instituciones. El clima de violencia generado por los Estados, grupos criminales y la hostilidad de medios de comunicación y grupos xenófobos resulta más lesivo que las condiciones inclementes que suponen, a cada momento, la travesía migratoria y los lugares inhóspitos por los cuales deambulan.

La cosificación de las relaciones sociales supone la deshumanización de las relaciones sociales. Cuando se confiere primacía a los derechos del capital, en términos prácticos no existe la defensa tácita del principio básico de la dignidad humana. En la medida en que los migrantes forzados son tratados de manera violenta y excluyente, como si fueran una especie de subhumanos, parias o personas despreciables, la condición humana de los trashumantes se convierte en una forma latente de vida sumida en la infrasubsistencia, un pálpito de vida ubicada en la indigencia transfronteriza y transnacional, lo cual equivale a una especie de muerte civil no declarada, toda vez que son considerados como no-ciudadanos, valga decir, personas nómadas que carecen de cualesquier forma de representación política y protección del Estado: no votan ni pueden ser votados, no tienen acceso a derechos sociales ni a la protección de las instituciones y son tomados como trabajadores precarizados al extremo. En definitiva, en la estructura social propia del capital global de nuestros tiempos, el migrante forzado está instalado en el escalón más bajo, y el proletariado nómada se configura como una fuerza de trabajo desechable sin derechos básicos. Los trabajadores migrantes forzados se convierten en una suerte de subjetividad sin sustancia, es decir, en un sujeto colectivo desprovisto de proyecto, representatividad y organización, o un sujeto sin objeto, esto es, en un trabajador desposeído de medios de producción y medios de vida que se moviliza a su suerte.

Desde una perspectiva crítica que recupera los postulados del llamado joven Marx (2014), la humanización de las relaciones sociales significa, necesariamente, la emancipación de la humanidad, entendida como la abrogación de las cadenas de opresión y explotación que rigen la modernidad capitalista. Ello significa asumir una espiral dialéctica de destrucción constructiva, una genuina revolución social en la que en un sentido negativo, se comience por la supresión de todas las relaciones sociales capitalistas donde el ser humano, el ser genérico de la humanidad, es sistemáticamente violentado, humillado, despojado y explotado, para, en un sentido positivo, avanzar hacia la organización de una nueva sociedad donde el ser supremo del ser humano ya no sean las formas divinizadas de la sociedad mercantil, el capital, el dinero o la mercancía, sino que tome su lugar el creador mismo de las condiciones de existencia en conjunción con la naturaleza, es decir, el sujeto productor, el trabajador colectivo, o, dicho en un sentido más amplio e incluyente, la humanidad organizada bajo otras relaciones sociales desprovistas de la dominación y explotación, donde prime el trabajo colectivo y el reino de la libertad. En el caso del migrante forzado, significa su reconocimiento como sujeto productor, como ser social, como ciudadano del mundo, como parte integrante de los trabajadores que pueden asumir otras formas de organización social.

Por tanto, la pregunta crucial por la emancipación de los migrantes y de los trabajadores en general es una pregunta de índole política. Representa una indagación por la emergencia del sujeto de la emancipación, que en definitiva no será el capital ni el Estado que le es correspondiente, ni la sociedad civil burguesa que tiene afincados sus intereses en la trama de las relaciones sociales mercantiles dominantes, sino que la respuesta tentativa está en la constitución del sujeto político colectivo emanado de las clases y sectores que son negados, excluidos, desechados por el capitalismo. Sujetos a los cuales les han sido negadas su historia y su capacidad crítica y creativa, porque los productos de su trabajo y su capacidad productiva misma ha sido, sistemáticamente, enajenada.

La crítica a la subsunción del trabajo inmediato y del trabajo general por el capital global, los dos grandes momentos del desarrollo social capitalista, significa no sólo desmontar teóricamente las cadenas modernas de explotación del trabajo humano, sino también advertir las formas emergentes, heterogéneas y segmentadas de trabajo y su movilidad en los planos nacional e internacional, lo cual supone además reinterpretar el papel de la sobrepoblación relativa y las formas de división y competencia entre trabajadores impulsadas por los capitalistas y atizadas por los prejuicios nacionalistas, como requisito para asumir una posición política inscrita en el horizonte de la emancipación humana.

Al respecto, para desvelar la situación de la clase obrera de Inglaterra y la tentativa de impulsar la emancipación, Marx detectó la confrontación entre obreros ingleses e irlandeses a partir de los prejuicios incitados por los capitalistas y sus ideólogos:

La burguesía inglesa, además de explotar la miseria irlandesa para empeorar la situación de la clase obrera de Inglaterra mediante la inmigración forzosa de irlandeses pobres, dividió al proletariado en dos campos enemigos. (…) [E]n todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletario inglés y el irlandés. El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard of life [el nivel de vida]. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como los poor whites [blancos pobres] de los estados meridionales de Norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío (Marx, 1870).

En esa tesitura, la emancipación humana en manos de los propios trabajadores supone la superación de la competencia entre los trabajadores, avivada por la sobrepoblación relativa, a efecto de generar «una cooperación planificada entre los ocupados y los desocupados para anular o paliar las consecuencias ruinosas que esa ley natural de la producción capitalista trae aparejadas para su clase (…). Toda solidaridad entre los ocupados y los desocupados perturba, en efecto, el ‹libre› juego de esa ley» (Marx, 1982:797).

De lo anterior se puede colegir que la cooperación entre los iguales que se muestran como desiguales, los trabajadores, será necesaria para unificar tanto al proletariado ocupado como a los desocupados, y desde esa fuerza social contraponerse a la legalidad capitalista de la explotación del trabajo y la acumulación de capital, que entraña, por una parte, la acumulación de riqueza, y, por la otra, la acumulación de miseria.

Al considerar el nexo entre ejército industrial de reserva y migraciones internacionales, suele considerarse, inclusive entre las filas del marxismo, que la política de «cierre de fronteras» será benéfica para la clase trabajadora nacional, al impedir que el arribo masivo de inmigrantes de países subdesarrollados significaría un bloqueo a la competencia desleal de trabajadores que habrían nacido en condiciones degradadas, semejante a los «esclavos». Empero, Marx, en su análisis de la cuestión irlandesa, aducía que: «El obrero común inglés odia al (inmigrante) irlandés que le hace la competencia rebajando los salarios y el nivel de vida. Le muestra antipatía nacional y religiosa» y que el trabajador irlandés respondía de manera semejante al considerar al trabajador inglés como un mero auxiliar de los poderosos. El punto es que la animadversión entre trabajadores nativos ingleses y emigrantes está alentada por la clase capitalista, que es consciente de alimentar esa oposición entre los trabajadores de diversa nacionalidad en un determinado país, y entraña el «verdadero secreto de su permanencia en el poder», en tanto «impide cualquier alianza seria y sincera» entre esos trabajadores confrontados, por lo que la lucha común en pos de la emancipación será imposible.

A fin de disolver esa fractura de clase, es menester contravenir el antagonismo que puede ser, en el análisis de la cuestión irlandesa realizada por Marx, dar al traste con la opresión de Inglaterra sobre Irlanda mediante el reconocimiento del derecho de autodeterminación de los irlandeses para emanciparse o separarse del yugo inglés. Esto como condición necesaria para que el proceso revolucionario sea posible en Inglaterra y se logre fraternizar a los obreros ingleses e irlandeses para emprender su tarea conjunta de liberación del dominio del capital que pende sobre ellos.

En tiempos de posestructuralismo y posmodernidad, formas del pensamiento débil de las academias dominantes de los países desarrollados, la noción de resistencia se ha sobrepuesto a la de emancipación en todos los campos de la vida social, en la medida en que también lo ha hecho la política de identidad sobre la lucha de clases. Asimismo, los movimientos políticos soberanistas o nacionalistas dividen a los trabajadores debido a circunstancias como el color de la piel, el origen étnico o la nacionalidad. La intencionalidad es disolver el precepto básico de considerar indivisibles a los trabajadores y obstruir su constitución como sujeto político colectivo. Pero no sólo las políticas de identidad están en las antípodas de los postulados de la emancipación, sino que igualan los discursos y políticas de las izquierdas y las derechas en torno a los nacionalismos y el soberanismo y en contra de los trabajadores.

Las categorías de migrantes «ilegales», «indocumentados», «irregulares», «refugiados», «asilados», y las subdivisiones por género, edad, raza, nacionalidad, calificación, son dispositivos legales e ideológicos para fragmentar, dividir, a los migrantes como clase laboral, y disuadir la posibilidad de la formación de un sujeto colectivo con un proyecto de emancipación, en vinculación con el resto de las clases trabajadoras, para en lugar de ello incentivar políticas humanitarias y asistencialistas, políticas de «resistencia» y políticas de identidad.

Al respecto, resulta ilustrativo que, con antelación, desde una perspectiva aguzadamente internacionalista, en su análisis sobre la sobreexplotación de los esclavos afroamericanos, de los trabajadores inmigrantes de India, China y otros países asiáticos (coolies), y en general del trabajo de los inmigrantes, advirtiera enfáticamente que: «El trabajo cuya piel blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra» (Marx, 1975:363).

Sin duda, el salto de la muerte que significa el tránsito de la masa desbordante de proletarios (la clase en sí) en un sujeto colectivo organizado o en un movimiento histórico que habrá de instaurar la sociedad poscapitalista (la clase para sí) que se proponga la emancipación humana, es una ruta crítica preñada de contradicciones, desafíos y algunos ejemplos ilustrativos.

En su trayectoria histórica el movimiento obrero ha sido rico y contradictorio, y en cierto modo ha cobrado vigencia con el concurso cada vez más activo del proletariado migrante. Un referente emblemático ha sido la lucha por la jornada laboral de ocho horas en Estados Unidos, que estuvo encabezada por inmigrantes irlandeses, alemanes e italianos en Chicago, pese a que sufriera el embate de polacos utilizados por los capitalistas como rompehuelgas, o de trabajadores negros del sur, inclusive de mexicanos, en funciones de esquiroles para azuzar el conflicto al seno de la clase obrera (Arias y Durand, 2008). En China, desde principios del siglo XXI, las huelgas de migrantes rurales que confluían en las ciudades, las zonas económicas especiales, que incluyen mujeres, tienen la peculiaridad de que no se definen como trabajadores o parte de la clase obrera sino como campesinos-obreros (mingong) y en lugar de una profesión se dedican a «vender su fuerza de trabajo» (Friedman, 2013), aunque no otra cosa es el proletariado moderno, por lo que se exhibe un problema de falsa conciencia; no obstante, las huelgas de los obreros chinos obligaron a las empresas extranjeras a subir los salarios, como ocurrió en Foxconn, taiwanesa que suministra a las estadounidenses Apple y Hewlett Packard, además de a la finlandesa Nokia. En Estados Unidos, el 1 de mayo de 2006 en decenas de ciudades de Estados Unidos como Chicago, Los Ángeles y Nueva York, millones de migrantes, en su mayoría indocumentados latinoamericanos, protestaron en las calles para derrocar el proyecto de ley Sensenbrenner que criminalizaba a emigrantes sin papeles (Hernández, 2020).

En Italia irrumpen huelgas del sector del transporte y reparto del sector de logística, un sector laboral donde convergen líneas estratégicas de producción orquestadas por las plataformas digitales, y que están organizados en sindicatos independientes, s.i. cobas y otros sindicatos de base. Un detonador fue la iniciativa de la multinacional FedEx TNT para cerrar su hub en Piacenza y descentralizar sus funciones en diversos almacenes, lo que puso en el desempleo a cientos de trabajadores que tuvieron que dispersarse en esos nuevos emplazamientos laborales y desde ahí organizar huelgas, que tuvieron como respuesta violencia patronal (Castrillo, 24 de junio de 2021).

Frente a la ofensiva del capital, sea bajo el programa neoliberal, la política neofascista, las embestidas ideológicas y la política de represión, los trabajadores están llamados a asumir una perspectiva histórica para entender, de manera colectiva, el mundo en que vivimos, sus contradicciones y potenciales de cambio. En ese camino parece más que conveniente estrechar lazos de solidaridad y colaboración entre trabajadores migrantes y no migrantes, toda vez que de esa unión eventualmente puede surgir un poder social que represente los intereses genuinos de las clases trabajadoras que de suyo no tienen patria, mientras esta sea un dominio exclusivo del capital. De ahí la consigna política de «elevarse a clase nacional» para tomar el poder del Estado por cuenta propia y no por supuestos interpósitos políticos profesionales que engatusan al pueblo trabajador y dicen representarlo, para entonces comenzar la odisea de la transformación social.

Valga sino recordar que en el «Discurso ante la tumba de Marx», Engels (1883) admitía que las grandes aportaciones científicas de Marx fueron desvelar la ley del desarrollo de la historia humana (la producción de los medios de vida inmediatos materiales y el desarrollo posterior de instituciones, concepciones e ideas) y el descubrimiento del plusvalor (la ley que mueve el modo de producción capitalista y la sociedad burguesa), pero advertía que este hombre de ciencia era, ante todo, un revolucionario. Su labor estuvo signada por la lucha a fin de «cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación (Engels, 1883)».

Referencias

Arias, P. y Durand, J. (2008). Mexicanos en Chicago. México: Miguel Ángel Porrúa.

Camus, R. (2011). Le Grand Remplacement. Francia: Chez l’auteur.

Castrillo, P. (24 de junio de 2021). «La cruzada patronal contra los trabajadores de la logística en Italia». El salto. Recuperado de https://www.elsaltodiario.com/italia/cruzada-patronal-contra-trabajadores-logistica-italia

Echeverría, B. (2011). Ensayos políticos. Quito: MCPGAD.

Engels, F. (1883). «Discurso ante la tumba de Marx». Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm

Friedman, E. (2013). «Las mutaciones de la resistencia obrera en China». Nueva sociedad (244).

Hernández, R. (2020). «‹No somos criminales, nosotros venimos a trabajar›: protestas y narrativas de clase entre trabajadores migrantes mexicanos en la ciudad de Nueva York». Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo (7).

Huntington, S. (2019). El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. México: Paidós.

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Luxemburg, R. (1912). La acumulación de capital. Edicions Internacionals Sedov.

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Marx, K. (1870). «Extracto de una comunicación confidencial». Recuperado de https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/educ70s.htm

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Organización Internacional del Trabajo (OIT) (2020). The migrant pay gap: understanding wage differences between migrants and nationals. Génova: OIT.

Notas

1 «En cambio, el obrero libre se vende él mismo y además, se vende en partes. Subasta 8, 10, 12, 15 horas de su vida, día tras día, entregándolas al mejor postor, al propietario de las materias primas, instrumentos de trabajo y medios de vida; es decir, al capitalista. El obrero no pertenece a ningún propietario ni está adscrito al suelo, pero las 8, 10, 12, 15 horas de su vida cotidiana pertenecen a quien se las compra. El obrero, en cuanto quiera, puede dejar al capitalista a quien se ha alquilado, y el capitalista le despide cuando se le antoja, cuando ya no le saca provecho alguno o no le saca el provecho que había calculado. Pero el obrero, cuya única fuente de ingresos es la venta de su fuerza de trabajo, no puede desprenderse de toda la clase de los compradores, es decir, de la clase de los capitalistas, sin renunciar a su existencia. No pertenece a tal o cual capitalista, sino a la clase capitalista en conjunto, y es incumbencia suya encontrar un patrono, es decir, encontrar dentro de esta clase capitalista un comprador» (Marx, 1891:157).

2 Según las estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el número de migrantes internacionales a escala mundial asciende a 281 millones en 2020, que representa 4 por ciento de la población mundial. Esto no considera a las migraciones internas que dan cuenta de los movimientos de población laboral en pos de ocuparse en centros fabriles y de servicios reubicados por el capital global, y que han reconvertido a grandes países como China e India, o regiones como América Latina y otras franjas de Asia y África. Sea como fuere, la mayoría de los migrantes forman parte de las filas del proletariado internacional, es decir, son trabajadores asalariados o propensos a integrarse al trabajo asalariado (73 por ciento están en edad de trabajar, entre 20 y 64 años). Además de que cobra mayor presencia las mujeres en estos flujos migratorios.

3 Se estima que 65 por ciento de los migrantes están en países centrales desarrollados o países que fungen como epicentro regional. En Estados Unidos se encuentran 51 millones de inmigrantes; en Alemania, 16 millones; en Arabia Saudita, 13 millones, en Rusia, 12 millones, y en Reino Unido, 9 millones. Los países que más aportan migrantes en el mundo son las potencias demográficas de mediano desarrollo o en vías de desarrollo: India con 18 millones; México, 11 millones; Rusia, 11 millones; China, 10 millones, y Siria, 8 millones, en este caso por la guerra. Entre las principales rutas migratorias destacan las del Mediterráneo, México, el mar Rojo, Venezuela, Siria y Yemen.

4 Se estima que en 2000 había en India 20 millones de inmigrantes ilegales, en Estados Unidos 12 millones y en Europa 5 millones.

5 Al respecto, la invención del documento de identidad, en Francia en 1917, sería una innovación administrativa y policial, para identificar y vigilar a los extranjeros en tiempo de guerra, aunque después se convertiría en un documento de identidad nacional para diversos trámites y usos oficiales, pero que siempre ha tenido esa funcionalidad policial y de control poblacional. Con ese artificio burocrático, los ejércitos y policías se dotaban de un instrumento que les ofrecía información sobre el movimiento de la población civil, ya fuera incidental u organizado, lo que podía interpretarse como amenazas a la seguridad nacional o una obstrucción a la actividad militar. Los Estados emitían órdenes de evacuación de la población para instrumentalizar, si fuera necesario, a los civiles o refugiados, y usarlos como si fueran armas de guerra. Además, se fueron imponiendo los campos de confinamiento. Los refugiados tenían que huir de las zonas de combates aunque pudieran recibir la solidaridad y el trabajo de las asociaciones, también muchos civiles estaban bajo el control directo de las autoridades y terminaban su doloroso éxodo en los campos. Los prisioneros se repartían por nacionalidades o «peligrosidad». Estas son las decisiones de los Estados defendiendo sus sórdidos intereses capitalistas, con los más «democráticos» a la cabeza, que fueron los auténticos carniceros de las poblaciones civiles transformadas en rehenes. Concluida la Primera Guerra Mundial, que significó la derrota del proletariado, Europa era un territorio en ruinas con su fuerza de trabajo destruida, por lo que se establecieron acuerdos para incentivar la emigración. En la década de 1920, Francia atrajo inmigrantes italianos, polacos y checoslovacos, que con el advenimiento de la crisis y la depresión desencadenarían campañas xenófobas, como parteaguas de la siguiente guerra mundial.

7 El monto de las remesas que envían los migrantes ha sido estimado en 600 y 700 mil millones de dólares en 2020 y para 2021 se calcula que circularán entre 700 y 710 mil millones de dólares. Para efectos comparativos se puede considerar que la inversión extranjera directa total ha sido superada por las remesas en más de 40 por ciento. La mayor parte de los envíos (98.9 por ciento) se está canalizando por transferencia electrónica.

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