Migración y Desarrollo, volumen 19, número 37, segundo semestre 2021, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jardín Juárez 147, colonia Centro, Zacatecas, C.P. 98000, Tel. (01492) 922 91 09, www.uaz.edu.mx, www.estudiosdeldesarrollo.net, revistamyd@estudiosdeldesarrollo.net. Editor responsable: Raúl Delgado Wise. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo Vía Red Cómputo No. 04-2015-060212200400-203. ISSN: 2448-7783, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de última actualización: Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Maximino Gerardo Luna Estrada, Campus Universitario II, avenida Preparatoria s/n, fraccionamiento Progreso, Zacatecas, C.P. 98065. Fecha de la última modificación, diciembre de 2021.
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Honduras, una máquina expulsadora de personas: ¿qué pasó antes y después de las caravanas migrantes?
Honduras, a machine expelling people: ¿what happened before and after the migrant caravans?
Recibido 17/01/21 | Aceptado 02/03/21
Vladimir López Recinos*
*Hondureño. Investigador independiente de la migración centroamericana hacia Estados Unidos.
Correo-e: vrecinos@hotmail.com
Resumen. El artículo describe y analiza el caso de Honduras, que de ser receptor de inmigrantes y refugiados se convirtió en uno de los países más expulsores de personas hacia Estados Unidos de América. Se abordan los distintos matices de la masiva migración hondureña que medios de comunicación e investigadores han calificado como algo novedoso y con el mote de «caravanas», pero que realmente no es un fenómeno nuevo, es algo que ha venido dándose desde mediados y finales de la década de 1990. Es posible afirmar con base en información estadística, social, histórica y hemerográfica referente a inmigración, emigración, detención, deportación, recepción y residencia, que es a partir de 1998 cuando esa corriente migratoria empieza a mostrar un carácter más compulsivo y multifacético.
Palabras clave: migración, Honduras, México, caravanas, expulsión.
Abstract. The article describes and analyzes the case of Honduras, which went from receiving immigrants and refugees to being one of the countries that expels the most people to the United States of America. The different nuances of the mass migration of Hondurans are addressed, which the media and researchers have described as something new and with the nickname of «caravans», but which is not really a new phenomenon, it is something that has been taking place from the media and end the 1990s. Undoubtedly, based on statistical, social, historical and hemerographic information on immigration, emigration, detention, deportation, reception and residence, it can be stated that it is from 1998, when this migratory current begins to show a more compulsive and multifaceted character.
Keywords: migration, Honduras, Mexico, caravans, expulsion.
Introducción
Hasta el 15 de enero de 2022 se contabilizan un total de 12 «caravanas» migrantes que han sido ampliamente difundidas a través de los medios de comunicación nacional e internacional y que han llamado la atención de gobiernos, organismos internacionales e investigadores. Sin embargo, las denominadas «caravanas» u oleadas de migrantes no son un evento nada nuevo. Los antecedentes de esas marchas o contingentes de personas que se desplazan en Centroamérica y hacia Norteamérica pueden ubicarse en la década de 1980, cuando pobladores salvadoreños y guatemaltecos huían de los encarnizados enfrentamientos entre la guerrilla y los militares, y buscaban refugio en la zona occidental de Honduras y el sur de México.
En aquel entonces familias completas con sus hijos en brazos se desplazaban por varios kilómetros para escapar de la violencia y salvaguardar sus vidas. El recorrido era exhausto, ingresaban por el occidente del territorio hondureño y luego algunos retornaban por allí mismo a El Salvador, o por el sur, precisamente cruzando la frontera de El Amatillo. Durante el recorrido eran auxiliados con líquidos y alimentos por la población hondureña, la cual incluso se agrupó en organizaciones de ayuda a los salvadoreños desplazados por la guerra. Eso también ocurrió en el corredor México-Estados Unidos, que en ese momento significó una salvaguarda al servir como salvoconducto para perseguidos políticos, excombatientes guerrilleros lisiados y familias que huían de guerras, zonas bélicas, matanzas y doctrinas de seguridad impuestas por el gobierno en varios países. Otro ejemplo de numerosos contingentes de personas en desplazamiento son las marchas o «peregrinaciones» de la población hondureña indígena lenca, que de igual manera que los salvadoreños, pero durante la década de 1990, se desplazó desde el occidente del departamento de Intibucá hasta Tegucigalpa, la capital de Honduras, donde miles de mujeres, hombres y niños colocaban campamentos en las afueras de las instalaciones del Congreso Nacional de la República y de la Casa Presidencial para demandar apoyos y atención del gobierno (Diario Tiempo, 1994). Líderes del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas (Copinh), como la asesinada ambientalista Berta Cáceres, organizaban esas marchas que buscaban desarrollo, salud y educación para los pueblos (Vijil, 2021).
Sin embargo, además de esos antecedentes de desplazamiento, también están los que tienen que ver directamente con el movimiento masivo de personas hondureñas en tránsito por México hacia Estados Unidos y que empezó a documentarse de manera amplia a principios del 2000 como «escape doloroso», «éxodo de la pobreza» y «hondureños expulsados» en algunos medios de comunicación hondureños (El Heraldo, 20 de septiembre de 2004:2, 3, 4 y 6). En distintos reportajes de prensa escrita figuran diversos relatos, descripciones e imágenes de cómo centenares de hondureños transitaban por agrestes rutas o viajaban apiñados en trenes de carga hacia el norte y durante el recorrido sufrían graves violaciones a sus derechos humanos y accidentes en los que podían quedar lisiados o incluso llegar a perder la vida (El Heraldo, 21, 22, 23 y 24 de septiembre de 2004). También en ese momento otros trabajos abordaron los riesgos ilimitados que enfrentaban los migrantes hondureños indocumentados en su aspiración de llegar a Estados Unidos y reportaban que centenares se encontraban desaparecidos en la ruta sin que hubiera rastros de su paradero (López, 2003).
Es a fines de la década de 1990 y comienzos del 2000 hasta la fecha que las oleadas de migrantes de Honduras son algo común, y salen casi a diario desde la central de autobuses de la norteña y calurosa ciudad de San Pedro Sula, que a partir de entonces se ha convertido en punto de reunión y de salida: cada tarde o noche emigran decenas de personas rumbo a la frontera de Guatemala para luego seguir con su recorrido hasta México y después intentar llegar a territorio estadounidense. Esa compulsiva corriente migratoria se ha mantenido durante todos estos años, pero es hasta ahora que cobra más atención de los medios de comunicación, gobiernos, organismos internacionales, académicos e investigadores, debido a las dimensiones y la anarquía que está presentando. El que no se le dio la debida atención y observación por falta de visión u omisión, es otro asunto, pero ciertamente esa marea de personas venía dándose y convergiendo en la frontera sur de México y frontera norte de Estados Unidos de manera clandestina y silenciosa, no desde ahora, sino desde un tiempo atrás.
Por tanto, este trabajo analiza y explica cuándo, en qué momento y por qué esa migración empieza a tornarse más compulsiva en el escenario. øQué pasó antes y después de las caravanas migrantes? Es la interrogante a despejar desde una perspectiva social, histórica y demográfica. En la primera parte se hace una interpretación de la migración hondureña y de Honduras como Estado expulsor de personas, se presenta como un importante y complejo caso de estudio con sus múltiples facetas que es aterrizado en un modelo conceptual de la bicicleta migratoria. Posteriormente, en la segunda, tercera, cuarta y quinta partes, se abordan antecedentes en lo referente a los flujos migratorios en la región centroamericana, pero vinculados a Honduras; mediante el análisis de cifras, bases de datos e información histórica recopilada y sistematizada se reconstruye el contexto de las guerras en Centroamérica con el propósito de explicar el papel de zona de refugio que asumió Honduras y establecer en qué momento pasa a ser una nación con un éxodo más compulsivo. Finalmente se aportan algunas conclusiones.
Una interpretación de Honduras como Estado expulsor y productor de migrantes
Sin duda, puede decirse que Honduras es hoy un laboratorio de las migraciones porque reúne una multiplicidad de causas que dan origen a una emigración de carácter compulsivo. Es difícil encontrar en América Latina otro contexto tan complejo como el hondureño, ya que en ese país centroamericano se observan un sinfín de elementos vinculados directamente a la migración internacional: históricos, políticos, sociales, económicos y ambientales, que sirven para crear un análisis de ese fenómeno en sus diferentes facetas. A diferencia del pasado, al remontarse a las primeras migraciones de hondureños a Estados Unidos (1930) puede asegurarse que dentro del actual contexto global capitalista neoliberal es un fenómeno más complejo y multifacético. Igualmente es posible conceptuarse como una migración más compulsiva y más forzada que se origina en medio de diversos cambios sociales, políticos, económicos y ambientales, hasta convertirse en un largo proceso y en una lógica de expulsión y explotación que involucra a los migrantes y sus familiares, pero también a otros actores de los países de origen, tránsito y destino final.
No es fácil establecer una frontera precisa entre migración forzada y voluntaria, ciertos autores estiman que la diferencia se limita al carácter jurídico involuntario de la primera que tiende a considerar a los migrantes como refugiados. Stephen Castles (2003) y Lelio Mármora (2002) señalan tipologías de migraciones que entran en la categoría de forzadas y la contraponen con «la voluntariedad» que tienen las personas para emigrar. Sin embargo, esa clasificación en el caso hondureño es limitada y es probable que hoy haya sido rebasada.
La migración hondureña en el actual contexto capitalista neoliberal global es compleja y multifacética porque tiene una serie de causales de diversos tipos que la hacen ser más compulsiva. El prefijo y adverbio de cantidad no es algo banal para repensar o recalificar las oleadas migratorias que desde 1990 se ha desplazado con mayor intensidad por el corredor migratorio México-Estados Unidos. El flujo migratorio hondureño ahora presenta varios componentes forzados vinculados, ya que en Honduras mujeres, hombres e infantes dejan su país, hogar, amigos, familia, estudios, trabajo o proyectos de vida, no de manera voluntaria o por el gusto de irse; es porque no tienen otra opción, prácticamente son expulsados y emigran en condiciones muy adversas.
La pobreza y el limitado desarrollo, los bajos salarios y la inflación, el desempleo y la falta de bienestar social, la recesión e inseguridad económica, la violencia, la contaminación ambiental y los desastres naturales, la corrupción, la delincuencia y los malos gobiernos, son algunos problemas que han producido una alteración en la sociedad y la vida diaria de los habitantes de Honduras. El desencadenamiento e incremento de esos conflictos hacen que el entorno que era o aparentaba ser seguro, con posibilidades y oportunidades de progreso, vaya convirtiéndose poco a poco en un ambiente hostil, desagradable y hasta peligroso. Es en medio de esa realidad, que muchos gobiernos no ven por desatención o de forma deliberada, cuando empieza a germinarse una migración más compulsiva. La exclusión, la sobreexplotación, el descontento, la frustración y el instinto de supervivencia llevan a que miles de hondureños, especialmente los más vulnerables, se vean obligados a abandonar su país para irse en la búsqueda de oportunidades, un mejor nivel de vida o al reencuentro de familiares y amigos que antes habían emigrado.
Asimismo, ese desplazamiento forzado constituye un proceso que está insertado en lo que Raúl Delgado Wise y Humberto Márquez Covarrubias (2011) reconocen como una dinámica socioeconómica del desarrollo e intercambio desigual capitalista neoliberal que ocurre entre Estados —naciones desarrolladas y subdesarrolladas, que pueden identificarse como países del centro y la periferia. Esa emigración de carácter más compulsivo, al mismo tiempo traerá́ distintos efectos para los países involucrados dentro del círculo o enclave migratorio, que puede ser de origen y destino, o de origen, tránsito y destino, como lo es hoy el éxodo de hondureños que a diario transita por territorio mexicano en dirección hacia Estados Unidos. En el actual contexto global neoliberal se da un flujo transnacional de capital y mercancías, y también de personas; casi siempre, las que tienen vía libre son las altamente calificadas con un contrato laboral y recursos económicos que les permiten desplazarse con libertad mediante una autorización o visa para su legal ingreso a países más desarrollados. Por otro lado, están las personas menos calificadas que emigran de forma más compulsiva. Son en gran parte los excluidos, explotados, desempleados o el resultado de la demanda y oferta de mano de obra barata que algunos autores también denominan como «sujetos expulsados» (Osorio, 2010:101) o «nuevos pobres» (Bauman, 2008:129). Si bien es cierto que hoy tener una visa para países más desarrollados no garantiza el ser admitido, no se diga de quienes emigran sin permiso, pues en épocas de crisis y elecciones erróneamente incluso llega a considerárseles como criminales o un problema y obstáculo, cuando en realidad muchos son sobreexplotados, discriminados y despojados desde sus países de origen, en los de tránsito y destino final; un ejemplo es el caso de los miles de migrantes hondureños desplazados producto de la desigualdad que genera el actual orden económico.
Y es que el desplazamiento compulsivo de los hondureños concuerda con lo que Delgado y Márquez (2011) conciben como enclaves laborales que se generan tanto desde el país de origen y en el de destino mediante la oferta y el requerimiento de mano de obra barata para ciertas actividades productivas. A veces no se repara en ello, pero lo cierto es que en los países de origen la emigración está asociada al capital de remesas y las políticas encubiertas de exportación de mano de obra barata para ciertas actividades productivas a las que los gobiernos recurren en un afán por incursionar en la dinámica del mercado internacional. Honduras es un claro ejemplo de esa dinámica.
La política estructural laboral administrada entre Honduras y Estados Unidos se inserta en un modelo de doble cara: expulsión-emigración/atracción-inmigración, y es un ciclo de reproducción de la explotación en el cual existe un acuerdo (no formal) de oferta y demanda de mano de obra barata que va encaminado a establecer enclaves laborales que tienen mucho beneficio para los gobiernos y las élites económicas de ambos países. Se trata de reducir al máximo la responsabilidad del Estado para que la población más desfavorecida y vulnerable busque solucionar problemas de trabajo, salud, vivienda y educación, y que además subsidien al gobierno y a sectores empresariales. Es decir, estamos frente a una sobreexplotación de los trabajadores migrantes a todo nivel.
Así́ que, como fue mencionado, la migración hondureña puede ser concebida, además de compulsiva y más obligada, como una a estrategia estructural laboral, pues se convierte en una acción que conlleva un largo proceso que afecta a los trabajadores migrantes y sus familiares, pues al mismo tiempo tiene elevados costos familiares, sociales y humanos. Igualmente, puede convertirse en una significativa pérdida económica no sólo para los migrantes y su hogar, sino para el mismo Estado expulsor que directa o indirectamente promueve o participa en esa política estructural. Es decir, se expulsa a la población en vez de protegerla, educarla, darle trabajo, buen salario y otros beneficios sociales con el fin de que en óptimas condiciones contribuya al crecimiento económico y al desarrollo.
En resumen, puede afirmarse que actualmente para una gran parte de la población hondureña el emigrar no es una acción voluntaria, sino que es algo impuesto por distintas circunstancias: ingobernabilidad, corrupción, violencia, criminalidad, narcotráfico, impunidad, desempleo, bajos salarios, secuelas de fenómenos naturales y ambientales, entre otros. Ese conjunto de factores da origen a una emigración de carácter más compulsivo y forzado, y además, es lo que ha convertido a Honduras en un Estado nación que produce migrantes para subsidiar su economía nacional y la de otros países. Es decir, que los desempleados y pobres trabajadores con escaso salario y sin prestaciones sociales son expulsados y eso se trasluce en las migraciones contemporáneas hondureñas que, hasta cierto punto para unos, parecieran ser espontáneas, pero se han estado reproduciendo en el marco de políticas económicas y eso es algo que viene ocurriendo desde algún tiempo atrás.
Todo lo expuesto con anterioridad puede conjuntarse de forma sintetizada y gráficamente en el modelo conceptual de la bicicleta migratoria (figura 1) que reúne algunas de las principales ideas, elementos y conceptos clave ya formulados para explicar la migración o el éxodo compulsivo de los hondureños hacia Estados Unidos.
Figura 1
Modelo conceptual de la bicicleta migratoria
Fuente: elaboración propia.
Honduras: de receptor de inmigrantes y refugiados a expulsor de personas
En lo referente a migración internacional centroamericana, el caso de Honduras resalta porque es el país que más oleadas de migrantes presenta en los últimos 20 años. Sin embargo, no siempre fue así y es importante destacar cómo en algún momento eran más las personas que llegaban a territorio hondureño que las que salían. Es decir, el país era considerado un polo de atracción y no de expulsión como lo es ahora. Por tanto, es vital en este trabajo mostrar en qué periodos y el por qué va ocurriendo esa transformación. Una vista pormenorizada de las migraciones en Honduras y de la migración de los hondureños a Estados Unidos explica el proceso y la mutación hacia una migración de carácter más forzado, además, permite observar un cambio en los escenarios de la migración en Centroamérica. Las cifras de anuarios estadísticos, censos de población y reportes migratorios dan cuenta de ese movimiento de personas y de que desde 1926 la llegada de inmigrantes a Honduras fue sostenida y constante hasta 1962, tal y como lo ilustran los cuadros 1 y 2.
Cuadro 1
Extranjeros en Honduras según nacionalidad (1926–1961)
Nacionalidad |
1926 |
1930 |
1935 |
1940 |
1945 |
1950 |
1961 |
Costarricenses |
182 |
178 |
207 |
203 |
162 |
275 |
123 |
Guatemaltecos |
8 358 |
7 885 |
5 694 |
8 823 |
7 613 |
6 081 |
240 |
Nicaragüenses |
3 162 |
5 907 |
4 304 |
3 298 |
2 183 |
2 760 |
340 |
Panameños |
– |
77 |
95 |
75 |
64 |
105 |
27 |
Salvadoreños |
13 452 |
18 522 |
19 268 |
21 309 |
23 029 |
20 285 |
1 357 |
Canadienses |
– |
– |
– |
– |
– |
11 |
4 |
Estadounidenses |
2 160 |
1 313 |
1 508 |
1 045 |
1 014 |
849 |
503 |
Mexicanos |
343 |
424 |
535 |
382 |
300 |
302 |
152 |
Antillanos |
177 |
1 111 |
288 |
161 |
118 |
227 |
106 |
Sudamericanos |
22 |
118 |
147 |
218 |
91 |
170 |
197 |
Europeos |
5 542 |
5 024 |
4 705 |
3 643 |
3 186 |
1 217 |
411 |
Asiáticos |
1 287 |
972 |
1 296 |
1 229 |
1 194 |
382 |
179 |
Otras |
27 |
648 |
454 |
1 026 |
75 |
39 |
8 |
Fuente: elaboración propia con información de Anuario Estadístico (1957).
Ciertamente, la mayoría de extranjeros eran centroamericanos, especialmente salvadoreños, guatemaltecos y nicaragüenses, quienes llegaban por razones de la vecindad, el comercio, la búsqueda de tierras y oportunidades laborales. Aunque también es notable que predominaban los estadounidenses, europeos y asiáticos, que en su mayoría se fueron asentando en la zona central y en el norte de Honduras por la presencia y expansión de las distintas empresas encargadas de explotar la minería y la plantación de cultivo de bananos.
El cotejo con cifras y números demográficos así lo comprueba. Por ejemplo, la ponderación neta entre inmigración y emigración, tal y como puede apreciarse con más detalle en el cuadro 2, refleja de manera clara una preponderancia a la llegada de personas que a la salida y llama la atención que la emigración más que una baja a principios de 1960 iba presentando un leve incremento variable y sostenido.
Cuadro 2
Movimiento migratorio de extranjeros y nacionales en Honduras (1950–1962*)
Año |
Inmigración |
Emigración |
1950 |
28 216 |
27 728 |
1951 |
28 838 |
29 261 |
1952 |
29 264 |
31 242 |
1953 |
35 175 |
34 780 |
1954 |
32 251 |
31 204 |
1955 |
34 800 |
33 280 |
1956 |
39 257 |
38 994 |
1957 |
29 679 |
29 545 |
1958 |
53 199 |
50 972 |
1959 |
69 013 |
68 206 |
1960 |
57 033 |
57 851 |
1961 |
58 896 |
60 811 |
1962* |
33 056 |
34 383 |
*Primer semestre.
Fuente: elaboración propia con información de Anuario Estadístico (1957).
Ese ligero incremento presentado en los índices de emigración tiene su explicación en el constante flujo de personas a raíz de los puentes comerciales y migratorios establecidos entre el norte de Honduras y algunas ciudades de Estados Unidos. Esa situación fue creando un interés en los obreros hondureños de conocer tierras estadounidenses, y así unos empezaron a realizar los primeros viajes por cuenta propia o se enrolaban como trabajadores en los barcos cargueros de productos que se dirigían hasta las ciudades donde las empresas tenían sus sucursales. Después, ese flujo migratorio que inició de forma exigua se incrementó cada vez más por la búsqueda de mejores ofertas de trabajo, salarios y oportunidades de vida frente a una baja en la productividad debido a conflictos patrono-laborales, como la huelga bananera de 1954 (López, 2007a).
Si bien en el caso centroamericano no puede desconocerse que había una antigua tradición de desplazamiento por toda la región y que existía un movimiento constante de personas, tampoco podía considerárseles como diásporas u oleadas migratorias de gran escala. Sin embargo, ese escenario y patrón migratorio, limitado en flujos y en distancias, empezó a modificarse entre 1970–1990 como resultado de los conflictos armados internos y la inestabilidad política, social y económica que predominaba en algunas naciones del istmo, específicamente en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, donde el ambiente era bélico (Selser, 1983; Aguayo, 1985; Ramírez, 1987; Guerra-Borges, 1987; Sorh, 1989).
La movilización masiva dio inicio con el régimen represivo de Anastasio Somoza Debayle (1970–1979) en Nicaragua y desde donde empezaron a huir hacia territorio hondureño centenares de familias; muchas eran indígenas misquitos o campesinos mestizos. Después, con el derrocamiento de los somocistas y la llegada al poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional, el 19 de julio de 1979, algunos decidieron retornar; entre tanto, los opositores al nuevo gobierno, conocidos en ese momento como la contra, tuvieron que partir y muchos de ellos optaron por refugiarse en Honduras y Miami. Mientras eso ocurría también se germinaba un segundo movimiento masivo, el de los salvadoreños, que a partir de 1980 empezaron a salir de su país por razones similares a los nicaragüenses. Y en 1983 fueron los guatemaltecos quienes se desplazaron en menor cantidad hacia Honduras, una gran mayoría por razones de distancia y cercanía se dirigió al sur de México.
En aquel momento, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) registró oficialmente que dos de las mayores concentraciones de refugiados estaban en Honduras y en México. Para mediados de la década de 1980 ya se estimaba que había más de 100 mil personas en el sur, oriente y occidente del territorio hondureño. En 1986, Honduras acogía aproximadamente unos 43 mil refugiados nicaragüenses, 46 mil salvadoreños y un número menor de guatemaltecos, mientras que en México vivían 460 mil refugiados guatemaltecos y también miles de salvadoreños y nicaragüenses que no estaban registrados formalmente (ACNUR, 2004).
De acuerdo con otras fuentes consultadas, las cifras eran aún mayores, ya que unos 326 mil 500 centroamericanos se habían desplazado en busca de refugio a varios de los mismos países de Centroamérica y a México, pero al sumarse 500 mil refugiados que estaban en Estados Unidos, los cálculos ascendían casi al millón de personas (Aguayo, 1985). Por otra parte, otros señalan que en esa época, a raíz de las luchas violentas y los conflictos armados, el desplazamiento fue a gran escala, y se estima en millones:
La mayoría de los 2 millones de personas que huyeron (…) se convirtieron en desplazados internos o en extranjeros indocumentados en otros países de América Central o del Norte, como Honduras, México, Costa Rica, Belice y Panamá, así como Estados Unidos y Canadá. (…) sólo 150 mil fueron reconocidos como refugiados en América Central y México. De los cientos de miles de personas que huyeron a Estados Unidos, sólo un número pequeño fue reconocido como refugiados. La mayoría no tuvo la oportunidad de solicitar el estatuto de refugiado o no lo pidió por miedo a ser expulsados en el caso de que se les denegase (Zolberg, Suhrke, Aguayo, 1989:212).
Honduras, a diferencia de sus vecinos, fue el país que experimentó menor desestabilización económica, convulsión política y social en la década de 1980, situación que lo ubicó como un receptor de migrantes y zona de refugiados. Sin lugar a dudas, el no tener que pasar por un conflicto armado interno fue un factor determinante para que no hubiera una emigración de hondureños en una mayor escala (López, 2007a).
Hasta finales de la década de los 1980, gran parte del sector gubernamental de Honduras y de la economía nacional dependía de la ayuda que recibía del gobierno estadounidense para el ramo militar. Eran millones de dólares anuales que se destinaban a cubrir diversas áreas: el gasto de los militares hondureños, así como alimentos, vivienda y servicios de tropas extranjeras (la contra nicaragüense y marines norteamericanos) que estaban instaladas en la base militar de Palmerola y en otros puntos estratégicos del territorio hondureño (Selser, 1983; Arancibia, 1987; Isacson y Olson, 1999; López, 2013). En aquel momento, el gobierno de Estados Unidos trataba de presentar a Honduras como un modelo de democracia para los otros países convulsionados por la crisis política y que además atravesaban dificultades económicas y sociales por los movimientos armados internos. En esos años, Honduras, aparentemente, tenía más estabilidad económica, no presentaba devaluación, el lempira era una moneda fuerte frente al dólar con un tipo de cambio del dos por uno, la circulación y disposición de dólares en el mercado nacional era muy basta y sin limitantes. A la par, había más recursos y un mayor dinamismo en las distintas actividades del comercio y servicios muy dependiente de la procedencia, el destino y uso que se les daba a los dólares. Esto en cierta medida sirvió de contención y contribuyó a que no hubiese un caos político, social y económico igual o peor al que presentaban las otras naciones y, al mismo tiempo, frenó un crecimiento desproporcionado de la emigración de los hondureños hacia Estados Unidos durante esa época, en especial si se contrapone con la salida compulsiva de los demás centroamericanos.
En ese sentido, para tener una visión migratoria más generalizada de la región en esas fechas pueden analizarse y compararse de las cifras de emigración a Estados Unidos entre los países de Centroamérica y observarse datos importantes que simultáneamente confirman ciertos argumentos y tendencias migratorias históricas.
Por ejemplo en 1960, Panamá con 13 mil 76 y Nicaragua con 9 mil 474 eran los países que tenían más población en Estados Unidos, situación que cambió de forma drástica en los periodos de 1970–1980 y 1980–1990, cuando se presentan cambios muy significativos en el patrón migratorio de la región; en tanto, las cifras de El Salvador, Nicaragua y Guatemala se disparan al doble y más del triple. Según los Censos de Población de Estados Unidos y de acuerdo con las cifras y estimaciones correspondientes a un periodo de 30 años se aprecia que todos los países de Centroamérica, sin excepción, fueron incrementando considerablemente su número de inmigrantes en Estados Unidos, claro está que en algunos casos fue de forma más acelerada y en menor tiempo que otros.
Concerniente a Honduras es notorio que el patrón de migración había sido constante, pero mostraba cambios en su tendencia, siendo a veces más baja y en otras a la alza, y se incrementó un poco más en términos absolutos entre 1980–1990. En el cuadro 3 se pueden observar más detalladamente las cifras de los inmigrantes hondureños y del resto de los centroamericanos en Estados Unidos de forma comparativa en la región.
Cuadro 3
Inmigrantes centroamericanos en Estados Unidos según país de origen, 1960–1990
País de origen/año |
1960 |
1970 |
1980 |
1990 |
Costa Rica |
5 425 |
16 691 |
29 639 |
43 53 |
El Salvador |
6 310 |
15 717 |
94 447 |
465 433 |
Guatemala |
5 381 |
17 356 |
63 073 |
225 739 |
Honduras |
6 503 |
19 118 |
39 154 |
108 923 |
Nicaragua |
9 474 |
16 125 |
44 166 |
168 659 |
Panamá |
13 076 |
20 046 |
60 74 |
85 737 |
Fuente: elaboración propia con datos de Census Bureau, Estados Unidos (2010).
De acuerdo con las cifras anteriores, no se puede negar que desde antes de 1960 hasta 1990 la salida de los hondureños era por excelencia hacia Estados Unidos y bien podría considerársele como una emigración de nivel bajo o medio, especialmente en comparación con los flujos migratorios del resto de centroamericanos.
La emigración de los hondureños obedecía sobre todo a las relaciones sociales, laborales y familiares más asentadas que se venían arrastrando desde hace algún tiempo atrás debido a la presencia comercial de las empresas transnacionales fruteras y de minería en el norte y centro del país. También tenía su origen en desplazamientos posteriores motivados por la búsqueda de mejores oportunidades y salarios, pues a muchas familias les resultaba difícil subsistir de la cosecha y el comercio informal. En menor grado, igualmente figura la condición de riesgo por actividades políticas. Ciertamente en muchas de las situaciones antes señaladas después de un tiempo hubo quienes regresaban a Honduras, pero otros mejor decidieron establecerse y residir en el extranjero al ir estableciendo vínculos laborales, profesionales y matrimoniales. Durante la época de inestabilidad y tiempos bélicos en la región, el movimiento de personas de origen hondureño a Estados Unidos en gran medida tenía su origen en la motivación y la necesidad de conseguir fondos económicos para luego regresar al país y tratar de dedicarse a trabajar de forma independiente en el comercio al poner un negocio o pequeña empresa. Al mismo tiempo, cabe destacar que en esos años la obtención de una visa de turismo tampoco era tan restrictiva, en particular para los nacionales de Honduras, como lo es hoy.
La misma dinámica comercial que se vivía en esa época en el país, tal y como se indicó, que estaba originada en gran parte por la presencia de militares extranjeros, generaba un mayor consumo de mercancías y de servicios. Eso motivó a muchos hondureños a irse a trabajar temporalmente a Estados Unidos y luego, con su capital obtenido, traían mercadería (ropa, calzado, joyas y otros productos) que vendían al público consumidor a través de tiendas y boutiques o bien en el comercio informal. Además, empezaron a ingresar con una diversidad de vehículos usados que eran vendidos a un precio más accesible que los autos nuevos de agencias automotrices instaladas en el país. Sin embargo, posteriormente el flujo migratorio de los hondureños con destino hacia Estados Unidos fue creciendo cada vez más ante una serie de cambios de orden económico, político y social que se presentaron en los ámbitos nacional e internacional.
El punto de quiebre de la migración hondureña hacia Estados Unidos: neoliberalismo y huracán Mitch
Los acuerdos de paz en la región1 y el fin de las luchas ideológicas puso fin a la ayuda financiera militar que Estados Unidos destinaba a Honduras, lo cual develó el real déficit de la economía nacional, ante tal situación, se producen los primeros programas de ajuste estructural a la economía (Hernández, 1992), lo que causó inmediatamente un efecto negativo en el poder adquisitivo de las familias que, sumado a la espiral inflacionaria y la falta de acceso a servicios sociales, entre otros factores, originaron un clima propicio para que fuera creciendo e incrementándose rápidamente la migración de hondureños a Estados Unidos.
En efecto, el desarrollo y la ejecución de programas de ajustes estructurales a la economía, y toda una serie de políticas económicas neoliberales complementarias que se han venido desarrollando en los distintos periodos de gobierno han provocado un deterioro en el nivel de vida e ingresos de los hondureños, y al mismo tiempo, han exacerbado los factores que desencadenan una serie de problemáticas sociales y políticas que tienen cercada a la población y no le queda otra alternativa más que emigrar para sobrevivir.
Al respecto, la migración de los hondureños a Estados Unidos había sido un fenómeno continuo en menor escala —en especial al compararlo con el caso de México y otros países centroamericanos y caribeños— pero es a partir de 1990 cuando empieza a tornarse cada vez más intensivo y compulsivo. Los resultados de análisis estadísticos propios y de otras fuentes confiables (reportes de número de personas en tránsito, detenidas deportadas, censos de población, etcétera), el cotejo de cifras y algunos elementos de juicio apoyados en cantidades y acontecimientos históricos, apuntan a que tal aseveración no es equivocada; si bien es cierto que el comportamiento y la tendencia emigratoria venía creciendo desde 1960, es hasta en los periodos de 1990–2010 y 2010–2018 cuando alcanza su máximo en términos absolutos y hoy posiblemente continúe en ascenso.
Un panorama rápido y consistente del desenvolvimiento de la migración hondureña a Estados Unidos perfectamente puede construirse a partir de 1960 cuando se estimaba que sólo había unos 6 mil 503 hondureños residentes en Estados Unidos. Una cifra no tan significativa: muy apenas 0.3 por ciento del total de la población de Honduras, que en ese año era de 1 millón 884 mil 765 habitantes (Centro Centroamericano de Población, s/f). Posteriormente, para 1970 eran 19 mil 118, en 1980 se reportan 39 mil 154 y en 1990 se estimaba que eran unos 108 mil 923 hondureños en territorio norteamericano. El Censo de los Estados Unidos de 2010 reporta que en ese país residían un total de 730 mil 227 hondureños y al restar los 108 mil 923 hondureños del Censo de 1990 se obtiene que en ese periodo de 20 años hubo un incremento de 621 mil 304, es decir, de 571 por ciento (Centro de Población de Estados Unidos, 2018). Todo apunta a que en los periodos de 1990–2000 o 1990–2010 se ha venido dando un alza en la emigración. Sin embargo, ese incremento ha seguido de forma constante y sostenida, pues en el periodo 2010–2018 se reportan 963 mil 930 hondureños, según datos proporcionados por el Censo. Ese aumento puede verse de forma comparativa y por distintos periodos en la gráfica 1.
Gráfica 1
Inmigrantes hondureños en Estados Unidos, 1960–2018
Fuente: elaboración propia con datos del Census Bureau, Estados Unidos (2010).
Por otra parte, existe información del Censo de Población y Vivienda de Honduras correspondiente al año 2001 que realizó el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) y aborda parcialmente lo relacionado con el tema. Es en ese padrón que empieza a explorarse de forma limitada la migración internacional de los hondureños y se enfoca más en conocer la población que emigró después del huracán Mitch ocurrido en 1998. El Censo arrojó resultados importantes en cuanto al flujo migratorio, ciudad de procedencia y destino internacional de los migrantes, pero posiblemente el objetivo específico o la finalidad del instrumento no permitió una explotación más a fondo de las variables relacionadas con la emigración. Sobresalen por su importancia los resultados siguientes:
1. En los hogares se reportó que un total de 58 mil 745 hondureños emigraron después del huracán Mitch.
2. Del total de los migrantes, 41 mil 141 eran hombres y 17 mil 604 mujeres.
3. Un total de 33 mil 211 vivía en el área urbana y 25 mil 534 en la zona rural.
4. Un total de 51 mil 117 se fue con destino a Estados Unidos, 469 a Canadá, mil 716 a México, 3 mil 229 a Centroamérica y 2 mil 214 a otros países, no especificados.
También está la Encuesta de Condiciones de Vida 2004 (Encovi) que fue aplicada a una muestra nacional de hogares hondureños también por el ine y tiene una sección de emigración con variables un poco más amplias que el Censo de Población y Vivienda de 2001. La base de datos de la Encuesta con sus respectivos registros permite hacer algunos análisis estadísticos, mismos que arrojan estimaciones relevantes en materia de emigración de los hondureños desde décadas atrás y que en alguna medida están relacionadas con las cifras de las fuentes de información de destino final que fueron citadas con anterioridad.
Con el análisis de inferencia y descriptivo de algunas de las variables de la base de datos Encovi 2004 se obtuvieron ciertas características de los migrantes hondureños, cabe aclarar que esa información es a partir de una visión de los parientes desde el lugar de origen, pues fueron sus familiares quienes proporcionaron los datos en la consulta.
Destacan los siguientes resultados: para 2004 existía una tendencia a la emigración de 11.83 por ciento, es decir, en 11 de cada 100 hogares hondureños algún miembro vivía en el extranjero. Siguiendo la tendencia es factible que esta cifra hoy día sea mayor, lo cual indica que el emigrar está volviéndose una práctica generalizada entre los hondureños. De acuerdo con las cifras, en los hogares se reportó que 69.2 por ciento fue una migración individual, de un miembro de la familia; no obstante, llama la atención que desde esa fecha asomaba lo que puede denominarse migraciones de carácter colectivas o familiares, en las que dos y hasta cinco personas de un mismo hogar habían emigrado y éstas alcanzaron un 29.3 por ciento. Además, se presentaron muy pocos casos, 1.5 por ciento, de lo que serían migraciones de carácter masivo en que 6 y 12 familiares que vivían en la misma casa habían emigrado a otro país, tal como se muestra en el cuadro 4 y la gráfica 2.
Cuadro 4
Tendencia de emigración en hogares hondureños, 2004
Hogares |
% |
|
Al menos una persona ha emigrado en este hogar |
170 012 |
11.83 |
En este hogar nadie ha emigrado |
1 267 076 |
88.17 |
Total hogares |
1 437 088 |
100.00 |
Fuente: elaboración propia con datos de Encovi (2004).
Gráfica 2
Personas que migraron por hogar según Encovi 2004
Fuente: elaboración propia con resultados de Encovi (2004).
Además, en los hogares se reportó emigración desde 1947 hasta 2004, año en que fue realizada la encuesta. Según los resultados del análisis estadístico en el periodo 1947–1979, hubo 2.1 por ciento de emigración, pero la salida de hondureños se incrementó durante la década de 1980, 16.4 por ciento, aunque realmente es a partir de 1990 cuando empieza a crecer de modo considerable, de acuerdo con la información proporcionada por los familiares. Conforme a los datos obtenidos, el porcentaje de emigración para distintos periodos de la década de 1990 fue el siguiente: de 1990 a 1994, 12.1 por ciento; de 1995 a 1998, 16.5 por ciento; y de 1999 a 2004, 61.6 por ciento. El porcentaje de emigración anual reportado en los hogares acorde a la salida de sus familiares se ha incrementado de forma rápida y variable en el transcurso de los distintos años; no obstante, es en 2002, 2003 y 2004 cuando se reportaron los más altos índices porcentuales: 10, 11 y 16 por ciento, respectivamente, como se aprecia en la gráfica 3.
Derivado del análisis, las personas que migraron fueron en su mayoría hombres (59 por ciento), aunque también un porcentaje significativo de mujeres (41 por ciento) decidió migrar. Con relación al aporte económico que los migrantes hacen a sus familiares, 65 por ciento de los hogares aseguró que sí habían recibido dinero o bienes, mientras que 34 por ciento dijo no haber recibido ningún tipo de ayuda de sus parientes desde el exterior. La Encovi (2004) no incluyó dentro de sus variables la utilidad que se dio a esas remesas; dato que hubiese permitido profundizar un poco más. Se estima que una gran parte del dinero que mandan los hondureños desde Estados Unidos sirve para gastos de alimentación, salud, educación, consumo de muebles y otras necesidades básicas, es casi nulo lo que se destina a desarrollar proyectos productivos.
Gráfica 3
¿En qué año dejó el país?
Fuente: elaboración propia con datos de Encovi (2004).
Por otra parte, la información suministrada en los hogares establece que la tendencia de los emigrantes hondureños por excelencia es irse a Norteamérica, aunque, de igual modo tienen contemplado como destino otros países. La mayoría (86 por ciento) se fue a Estados Unidos, 4 por ciento a México y 1 por ciento a Canadá. Lo anterior confirma el hecho de que el territorio mexicano sólo es utilizado como país de tránsito y que Estados Unidos es sin duda el destino final. En el desplazamiento hacia Europa, España aparece con 2.10 por ciento, que es hacia donde también están emigrando los hondureños, debido a ello se ha generado una importante corriente migratoria en los últimos años. Las cifras citadas pueden verse con detalle en el cuadro 5.
Cuadro 5
País a donde emigró
País |
Cantidad |
% |
Estados Unidos |
1 252 |
86.0 |
México |
60 |
4.1 |
España |
31 |
2.1 |
Guatemala |
26 |
1.8 |
El Salvador |
16 |
1.1 |
Canadá |
15 |
1.0 |
Costa Rica |
11 |
0.8 |
Nicaragua |
9 |
0.6 |
Belice |
6 |
0.4 |
Italia |
6 |
0.4 |
Colombia |
3 |
0.2 |
Japón |
3 |
0.2 |
Chile |
2 |
0.1 |
Cuba |
2 |
0.1 |
Panamá |
1 |
0.1 |
Islas Caimán |
1 |
0.1 |
Australia |
1 |
0.1 |
Otros países europeos (Alemania, Francia, Holanda, Inglaterra) |
11 |
0.8 |
Total |
1 456 |
100 |
Fuente: elaboración propia con datos de Encovi (2004).
Desde 1990 a la fecha la emigración de los hondureños se torna compulsiva con una característica más forzada que voluntaria y es de forma permanente a un alto nivel, su ascenso va desde mediados hasta finales de los 1990. Esto coincide con el advenimiento y la aplicación de una serie de políticas neoliberales y con el paso del huracán Mitch en noviembre de 1998 que devastó gran parte del país.
El huracán Mitch de categoría 5 constituye un hito en la historia de eventos extremos naturales, pues ocasionó una de las peores catástrofes en la historia del país. Después de estar dos días estacionado frente a la costa atlántica, el ciclón tocó tierra y como tormenta tropical atravesó todo el territorio dejando a su paso cuantiosas pérdidas humanas y económicas.2 Frente a tal situación y la dificultad en que se encontraba Honduras, el gobierno de Estados Unidos aprobó para miles de inmigrantes hondureños indocumentados —que llegaron a territorio estadounidense antes de diciembre de 1998— un Estatus de Protección Temporal (TPS), como una medida humanitaria ante el desastre ocurrido. Esa medida se ha extendido cada año, y funciona como una especie de salvaguarda temporal para algunos migrantes que no tienen documentos.
La migración de los hondureños en tránsito por México a Estados Unidos durante 1990–2021
De modo complementario, existe otra información que proyecta y deja al descubierto cómo ha venido creciendo la migración hondureña indocumentada en tránsito por México hacia Estados Unidos en años recientes; parte de esa realidad, puede medirse con las cifras de los indocumentados, detenidos y deportados por autoridades migratorias.
Es necesario aclarar que en la actualidad son casi inexistentes las fuentes estadísticas precisas sobre la migración indocumentada; sin embargo, puede contarse con información relativa a la detención, deportación y recepción de los migrantes hondureños tanto de México como de Estados Unidos. Tales datos únicamente nos permiten constatar la baja o el aumento de los flujos migratorios y establecer algunas tendencias importantes, asimismo, hacer proyecciones a futuro con la constante del comportamiento migratorio que se ha mantenido y desarrollado en los últimos años. Los informes de algunas instancias gubernamentales reflejan ciertos sesgos y a veces son comunicados como cifras preliminares que luego presentan modificaciones; de ahí que López Recinos (2007b) y Casillas (2012) argumentan que es conveniente la aportación de otros elementos de juicio que conduzcan a una mejor construcción de datos.
Los reportes oficiales del Instituto Nacional de Migración de México (INM) revelan que el tránsito de indocumentados hondureños con destino a Estados Unidos evidencia un aumento considerable desde 1990 hasta 2021. Una sumatoria de esos 31 años, sin contar los hondureños indocumentados que logran ingresar a Estados Unidos y los que semanalmente son deportados vía aérea desde ese país, establece de forma preliminar que más de un millón de hondureños —1 millón 216 mil 468— abandonaron el país para tratar de llegar a Estados Unidos, pero en su paso por México fueron deportados. Además, cabe mencionar que los números y registros del INM con respecto a detención y deportación de migrantes indocumentados también indican que en 2018, 2019, 2020 y 2021, Honduras ocupó el primer lugar en deportados desde México entre todos los países a escala mundial. Las cifras de los hondureños y de forma comparada por nacionalidad pueden apreciarse en los cuadros 6 y 7.
Cuadro 6
Gobiernos, migración y acontecimientos, 1990–2021
Periodo de gobierno en Honduras y partido político |
Año |
Total de hondureños asegurados y deportados |
Eventos importantes en Honduras y contexto internacional |
Rafael Leonardo Callejas Romero Partido Nacional |
1990 |
14 954 |
Programa de ajuste estructural a la economía, modelo económico neoliberal, devaluación y altos niveles de corrupción. |
1991 |
18 419 |
||
1992 |
25 546 |
||
1993 |
26 734 |
||
Carlos Roberto Reina Idiáquez Partido Liberal |
1994 |
32 414 |
Desmilitarización, fortalecimiento de justicia, funcionamiento del Ministerio Público, crisis energética, inflación, devaluación, políticas neoliberales. Protestas, marchas de pueblos indígenas. |
1995 |
27 236 |
||
1996 |
31 567 |
||
1997 |
25 524 |
||
Carlos Roberto Flores Facussé Partido Liberal |
1998 |
38 169 |
Huracán Mitch, negligencia en reconstrucción, corrupción, alza en índices de pobreza y desempleo. |
1999 |
47 007 |
||
2000 |
44 122 |
||
2001 |
39 389 |
||
Ricardo Rodolfo Maduro Joest Partido Nacional |
2002 |
41 085 |
Condonación de deuda externa, políticas neoliberales, inflación, bajos salarios, desempleo, corrupción, inseguridad y violencia, tolerancia cero a pandillas. Discurso hegemónico de remesas, ofrecimiento de empleo precario a hondureños en Irak. |
2003 |
61 184 |
||
2004 |
71 968 |
||
2005 |
77 610 |
||
*José Manuel Zelaya Rosales y Roberto Micheletti Baín Partido Liberal |
2006 |
59 963 |
Entra en vigor el TLC con Estados Unidos. |
2007 |
37 868 |
||
2008 |
29 980 |
||
2009 |
23 569 |
||
Porfirio Lobo Sosa Partido Nacional |
2010 |
23 580 |
Desempleo y pobreza, narcotráfico, lavado de activos, altos niveles de violencia y criminalidad, saqueo sistemático de instituciones educativas y de salud. |
2011 |
18 748 |
||
2012 |
29 166 |
||
2013 |
33 079 |
||
Juan Orlando Hernández Alvarado Partido Nacional |
2014 |
41 661 |
Narcotráfico, violencia, criminalidad, remilitarización, corrupción, desfalco de instituciones de salud, narco Estado, pobreza y desempleo, reelección ilegal, fraude electoral, autoritarismo, represión, violación de derechos humanos. |
2015 |
57 823 |
||
2016 |
53 857 |
||
2017 |
29 959 |
||
**Juan Orlando Hernández Alvarado Partido Nacional |
2018 |
53 571 |
|
2019 |
72 125 |
||
2020 |
25 541 |
||
2021 |
56 621 |
||
Total |
1 216 468 |
*Golpe de Estado **Reelección ilegal de gobierno
Fuente: elaboración propia con información del Instituto Nacional de Migración (1990–2021).
Cuadro 7
Extranjeros deportados de México por país y región continental (2018–2021)
Nacionalidad y región continental |
2018 |
2019 |
2020 |
2021 |
Honduras |
53 571 |
72 125 |
25 541 |
56 621 |
Guatemala |
44 680 |
50 794 |
22 166 |
45 787 |
El Salvador |
12 666 |
20 039 |
3 931 |
5 804 |
Nicaragua |
1 732 |
2 462 |
413 |
1 837 |
Costa Rica |
18 |
13 |
8 |
12 |
Belice |
52 |
68 |
5 |
92 |
Panamá |
1 |
7 |
1 |
12 |
Estados Unidos |
1 652 |
1 107 |
750 |
664 |
Canadá |
9 |
13 |
7 |
9 |
Islas del Caribe |
232 |
2 099 |
404 |
1 990 |
América del Sur |
943 |
953 |
639 |
1 465 |
Europa |
69 |
60 |
24 |
44 |
Asia |
42 |
62 |
1 |
21 |
África |
10 |
10 |
1 |
7 |
Oceanía |
9 |
0 |
0 |
1 |
Fuente: elaboración propia con información del Instituto Nacional de Migración 2018, 2019, 2020, 2021.
Una correlación de las anteriores cifras correspondientes a 31 años (1990–2021) con ciertos acontecimientos económicos, políticos y sociales del país, durante distintos periodos de gobiernos democráticos y autoritarios, permite inferir que el éxodo de los hondureños a Estados Unidos empieza a incrementarse en el gobierno de Rafael Leonardo Callejas (1990 –1993). Un gobierno que se caracterizó en gran medida por los programas de ajuste estructural a la economía, un ambiente de inseguridad y mal uso de los recursos del Estado. Luego continuó en ascenso en la administración de Carlos Roberto Reina Idiáquez (1994 –1997), quien mantuvo el mismo modelo económico neoliberal; hubo también una crisis energética que afectó a la población, y a la pequeña y mediana industria; además, un malestar en sectores políticos debido a un fortalecimiento de la sociedad civil y el debilitamiento de los militares. Un repunte en la emigración es notable a partir del gobierno de Carlos Roberto Flores Facussé (1998–2001), a la vez ocurrió la devastación provocada por el huracán Mitch. Asimismo, hubo una negligencia gubernamental para enfrentar la reconstrucción del país y las consecuencias subsiguientes generadas por la catástrofe, que al final dio como resultado un alza en los índices de la pobreza y el desempleo. Con todo, tal y como lo demuestran las cifras, es durante los gobiernos de Ricardo Maduro Joest (2002–2005); José Manuel Zelaya Rosales y Roberto Micheletti Bain (2006–2009); Porfirio Lobo Sosa (2010–2013); y Juan Orlando Hernández Alvarado (2014–2021), que se manifiesta el incremento desmedido de la pobreza, el desempleo, la inseguridad, la criminalidad, el narcotráfico, la corrupción, la recesión económica, y además las crisis políticas de 2009 y 2018 que generaron una ruptura del orden constitucional con un golpe de Estado y una reelección ilegal respectivamente, cuando más ha crecido el número de ciudadanos hondureños indocumentados deportados.
Cabe advertir que el expresidente Callejas Romero estuvo preso en Estados Unidos y condenado por actos de corrupción. Políticos cercanos al expresidente Zelaya Rosales fueron detenidos y condenados por el delito de lavado de activos. Familiares de los expresidentes Lobo Sosa y Hernández Alvarado, al igual que ellos mismos y el expresidente Zelaya Rosales han sido señalados ante la justicia norteamericana de tener nexos o haberse favorecido con el narcotráfico. Fabio Lobo, hijo del exgobernante, fue extraditado y condenado a 24 años de cárcel por el delito de narcotráfico. Y, Juan Antonio Hernández Alvarado, hermano de Hernández Alvarado, fue declarado culpable en una Corte de Nueva York por el delito de narcotráfico a gran escala y condenado a cadena perpetua, mientras que el exmandatario Hernández Alvarado, recientemente fue detenido y solicitado en extradición por la justicia estadounidense.
Con fundamento en lo expuesto se constata que el punto de quiebre y de explosión de la emigración hondureña hacia Estados Unidos surge con el advenimiento del modelo neoliberal, caracterizado por el acompañamiento de programas de ajuste estructural a la economía, y el desmantelamiento de subsidios y prestaciones sociales entre otros beneficios para la población, hecho que ha incrementado la brecha de pobreza extrema. Los anteriores factores económicos, políticos, sociales y climáticos extremos, verificados durante distintos periodos de gobiernos sugieren que la emigración hondureña a Estados Unidos tiene un carácter multifacético. Es evidente, además, un repunte migratorio en un contexto de corrupción, violencia, ingobernabilidad y narcotráfico. De igual modo, entre las diversas fuentes estadísticas consultadas y analizadas sobresale como elemento común que se trata de una emigración que ha crecido de manera constante, pero de forma más compulsiva y frecuente en las dos últimas décadas. Es probable que así continúe en los próximos años. Esa es la tendencia, a raíz de lo que ha venido ocurriendo años atrás y más recientemente en octubre y noviembre de 2018 con las denominadas «caravanas» o marchas de miles de migrantes que se originaron en la calurosa ciudad de San Pedro Sula, en Honduras, y que partieron con destino a Estados Unidos.
Hasta enero de 2022 se contabilizan un total de 12 «caravanas» que han sido muy difundidas a través de los medios de comunicación de Honduras y a escala internacional. En 2018 hubo tres (16 de octubre, 21 de octubre y 1 de diciembre); en 2019 cuatro (15 de enero, 16 de febrero, 19 de octubre y 19 de noviembre); en 2020 dos (14 de enero y 9 de marzo); en 2021 dos (14 de enero y 29 de marzo), en 2022 se reporta una que salió el 15 de enero con la modalidad de que a los migrantes hondureños se les sumaron en el camino ciudadanos de otras nacionalidades como venezolanos, haitianos, entre otros.
Ese éxodo compulsivo es muestra de una anarquía migratoria y crisis humanitaria difícil de gobernar; sin embargo, es importante reiterar que las denominadas «caravanas» no es algo nuevo. El tránsito irregular de personas se ha intensificado desde finales de la década de 1990, pero es hasta ahora que medios de comunicación, gobiernos, organismos internacionales, investigadores y estudiosos de la migración empezaron a prestarles atención y presentarlas como un hecho sin precedente, incluso espontáneos y hasta románticamente considerados movimientos de resistencia, autodefensa y transmigración (Frank-Vitale y Nuñez-Chaim, 2020; Huerta y McLean 2019, Frausto Ortega y Parra Ávila, 2019), otros han llegado al extremo de caer más en la banalización y el melodrama cuando en realidad se trata de un problema muy grave que requiere formal atención.
No se trata de un fenómeno nuevo, y en el caso de Honduras desde finales de la década de 1990 y principios de 2000 empieza a ser cada vez más notorio un desplazamiento irregular muy numeroso y con mayor nivel de vulnerabilidad y exclusión. Lo que sí resalta como un elemento nuevo es la conjunción de distintos propósitos e intereses de diversos sectores y grupos (políticos, civiles, ONG, religiosos, traficantes de indocumentados y grupos del crimen organizado) para movilizar y encaminar de forma organizada a los migrantes e incitarlos a dar portazos en ambas fronteras. Asimismo, es un factor nuevo la doble cara del gobierno de México en política migratoria, ya que primero planteó albergar y proteger a los migrantes, posteriormente cambió e inició acciones de seguridad y militarización de la frontera sur y norte. Empezó la detención y deportación vía aérea, algo inédito, pues esa había sido una práctica de los norteamericanos. Para algunos se trata de «los migrantes que no importan» (Martínez, 2012); en contraposición, sí importan, ya que son utilizados por una serie de actores políticos, civiles, ONG, religiosos, traficantes de indocumentados y grupos del crimen organizado con distintos propósitos y fines desde la utilización como discurso de odio en campañas políticas electorales hasta de moneda de cambio en el ámbito de política internacional de seguridad. A la vez como un recurso de explotación por grupos que ven en los migrantes la oportunidad de agenciarse suficientes recursos económicos ya sea mediante el tráfico irregular de personas, la trata, u otras formas de aprovechamiento.
Así que a diferencia del pasado, hoy son cada vez más los hondureños que emigran hacia Estados Unidos a pesar de que los controles son mayores, así como los obstáculos, riesgos y peligros para tratar de ingresar a ese país de forma indocumentada. Actualmente, existen fuertes intentos de Estados Unidos y de México por controlar los flujos migratorios, inclusive se han invertido grandes sumas de dinero en seguridad fronteriza; aun y con todos esos esfuerzos, no han podido detener ni reducir esa compulsiva corriente migratoria. En cambio, se ha generado una anarquía migratoria y un clima adverso a los migrantes: niños, mujeres, hombres y familias que enfrentan una violación sistemática de sus derechos humanos y arriesgan sus vidas al cruzar el Río Bravo.
Migrantes hondureños violentados, secuestrados y desaparecidos en México
De la población migrante hondureña, los niños es el sector más vulnerable y que más sufre, ante la falta de consideración y garantía de su derecho a no migrar. Así, los infantes son los más indefensos, y al mismo tiempo, los más vulnerados por el estado de Honduras. Muchos emigran no acompañados, otros en compañía de un pariente o de terceras personas (guías o coyotes) que los conducen al norte de forma irregular y sin documentos, con la intención de buscarles un reencuentro familiar, oportunidades y una esperanza de progreso. Empero, una gran parte de los infantes en el camino poco a poco van perdiendo su inocencia y dignidad. Los niños corren el riesgo de ser reclutados y obligados a hacerle de mulas (cargar y pasar drogas) y las niñas pueden llegar a ser esclavizadas sexualmente. En el camino se caen, dejan una o dos piernas bajo las ruedas de un tren y quedan lisiados de por vida, otros mueren o desaparecen. Es muy probable que eso esté ocurriendo ahora. Sólo unos cuantos llegan a su destino final para reencontrarse con sus familiares. Una gran cantidad son detenidos en la frontera y luego regresados al contexto de desesperanza del que un día salieron hastiados, y del que volverán a salir mientras sus expectativas no mejoren. Desde 2014 hasta 2020 es visible un alza en las detenciones de infantes hondureños no acompañados por las autoridades migratorias. El Departamento de Seguridad Nacional (DHS) de Estados Unidos, presta mucha atención a los infantes migrantes y ha hecho pública su preocupación por el aumento de niños indocumentados no acompañados y acompañados a través de México. Según registros del DHS, 13 mil 6 infantes hondureños no acompañados fueron detenidos el año fiscal 2016 (desde octubre de 2015 a junio de 2016), mientras que estadísticas del INM revelan que en 2016 en territorio mexicano fueron detenidos 11 mil 464.
Recuentos más recientes del INM con respecto a detención de menores hondureños señalan que durante los últimos años el flujo ha aumentado notablemente: 2017 (5 mil 552), 2018 (12 mil 456), 2019 (25 mil 442) respectivamente, aunque para 2020, se reporta una baja de 4 mil 669 infantes aprehendidos cuando transitaban por México. Este descenso se debió a la emergencia de salud por la pandemia del SARS-CoV-2, más que a políticas públicas del país de origen encaminadas en atender esa emigración de menores. Para 2021 vuelve a incrementar el tránsito irregular de menores de Honduras por territorio mexicano en dirección a Estados Unidos, la cifra de detenciones asciende a 32 mil 447.
Desde principios de la década de 1990 se advertía la importancia que debía dársele al estudio de los flujos migratorios indocumentados por la frontera noreste, pues se creía que estaban pasando desapercibidos debido a la rapidez con que cruzaban el territorio mexicano e incursionaban en suelo estadounidense. Asimismo, se indicaba el entronque de Matamoros (Tamaulipas) y Brownsville (Texas) como uno de los más idóneos, en cuanto a la lógica de distancia, ya que esa zona era la más cercana para acceder a Estados Unidos desde el sur de México, lo que la convertía en una frontera muy apetecida por los centroamericanos, quienes tenían entre sus destinos Miami, Houston, Nueva York, Washington y Chicago (Alanís, 1999). Desde el siglo XX existe registro de infantes centroamericanos no acompañados y sin visas, que circulaban por territorio mexicano. En 1995, la Comisión Nacional de Derechos Humanos alertó sobre las violaciones a los derechos humanos de los migrantes en la frontera sur de México. En ese entonces, se hacía mención especial de los infantes que buscaban una reunificación con sus padres, además había preocupación de que quedarán desamparados o ser víctimas del tráfico de personas (CNDH, 1995).
Igualmente existen antecedentes de la situación vulnerable que enfrentan los migrantes centroamericanos en Tamaulipas y otras ciudades de México, desde comienzos de los 1990, cuando se destacaban acciones irregulares y la dramática situación, ya que su presencia había «creado nuevas posibilidades de ingresos extralegales para los agentes de los cuerpos de seguridad pública y los agentes de migración» (Sánchez, 1993:187). De modo complementario, hubo un señalamiento en el informe de la Relatora Especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, 2003) sobre los derechos humanos de los migrantes, en él se advierte una especial consternación por las acusaciones de acciones xenófobas y racistas. Exhorta además a las autoridades a «llevar a cabo investigaciones imparciales y exhaustivas» a raíz de las denuncias interpuestas por los migrantes sobre la violación de sus derechos por civiles y funcionarios. Al mismo tiempo recomendó qué «medidas administrativas o incluso penales deben ser tomadas contra los responsables de violencia física y psicológica» (ONU, 2003:16); se tomó en cuenta que tanto en «Estados Unidos como en México son necesarias campañas contra la discriminación y la xenofobia hacia los migrantes» (ONU, 2003:18).
Es evidente, entonces, que no estamos frente a problemas nuevos, aunque a veces así lo perciban organismos internacionales y gobiernos de países de origen, tránsito y destino final. La vulnerabilidad y las constantes violaciones a los derechos humanos que sufren los migrantes hondureños en el recorrido hacia Estados Unidos es un asunto grave que sobresale en el tránsito por el extenso territorio mexicano, que hoy se ha convertido en una de la rutas más peligrosas donde existe explotación, violencia, secuestros e incontables abusos de parte de autoridades y civiles (López, 2013; CNDH, 2011). Los riesgos que enfrentan estos migrantes indocumentados en su aspiración por llegar a Estados Unidos son ilimitados, se acrecientan debido a la no protección y garantía de sus derechos humanos, pues ahora también los cárteles del narcotráfico tienen una pugna por el control de distintas zonas, especialmente la frontera sur y norte, que son puntos estratégicos para el trasiego de drogas, pero además de armas, tráfico y trata de personas. La situación de inseguridad y violencia ha tomado tal magnitud que se ha convertido en algo cotidiano en distintos lugares de México. Muchas de las disputas entre cárteles se dan en la región noreste, principalmente en el estado de Tamaulipas, espacio estratégico para migrantes y traficantes de personas y drogas. Tamaulipas tiene tres puntos fronterizos (Nuevo Laredo, Matamoros y Reynosa) que conectan con la vecina nación del norte. De acuerdo con el Departamento de Justicia de Estados Unidos (2008), 90 por ciento de la cocaína que se consume en Estados Unidos ingresa a través de México.
El tráfico de personas ahora es una actividad no desvinculada del tráfico de drogas, puesto que los grupos del crimen organizado actualmente controlan cualquier ilícito. Así es como en los últimos años existe más tráfico de personas, más abusos en contra de los migrantes y un mayor costo de la migración indocumentada con efectos negativos para los migrantes, sus familias y comunidades. A medida que aumentan las dificultades para migrar de manera autónoma, los migrantes recurren a redes clandestinas y son presa fácil para las organizaciones criminales dedicadas al tráfico y a la trata de personas. Esos grupos delictivos se han fortalecido y han ampliado su actividad ilegal con el tráfico de drogas y armas, según informes del Departamento de Estado de Estados Unidos (2019).
Conforme ha incrementado el flujo migratorio han cambiado los escenarios, hoy las rutas y las formas de migrar hacia Estados Unidos están adquiriendo una dimensión más compleja, de ahí que se han tornado en un grave problema por el incremento de los niveles de inseguridad y delincuencia, en particular en la ruta del golfo y noreste de México. Destacan algunos hechos violentos como la masacre de San Fernando (2010) en Tamaulipas, donde 32 de las 72 víctimas provenían de Honduras. De igual forma, en Cadereyta, Nuevo León, en mayo de 2012 fueron abandonados 49 cuerpos de personas decapitadas y sin extremidades; a pesar de la dificultad de las identificaciones, se sabe, cinco años después, que al menos 10 de estas personas eran migrantes hondureños (López y Arzaluz, 2018). Otro grave problema, tampoco nuevo, es el de los migrantes hondureños desaparecidos en tránsito por México hacia Estados Unidos. En 2003 se expuso la problemática de que había un registro de 258 migrantes desaparecidos, de los cuales 73.4 por ciento estarían en territorio mexicano (López, 2003); no obstante, el asunto ha sido soslayado y poco investigado a lo largo de varios años. Una muestra más de la displicencia en atender los problemas que luego se vuelven una vorágine de violencia desmedida. Este último trabajo es uno de los primeros que evidencia y sirve como antecedente de las desapariciones de migrantes en México. Hoy se estima que los casos de migrantes desaparecidos podrían ser muchos más, ya que organizaciones civiles aducen entre 308 y 541 casos de búsqueda (Cofamipro y Cofamicenh, 2015). Todos estos hechos reflejan el alto grado de vulnerabilidad de la población migrante que queda atrapada en un círculo de la violencia por falta de protección y seguridad en su lugar de origen, durante su tránsito por México y hasta su destino final en Estados Unidos.
En el presente existe una grave crisis de derechos humanos y la desaparición forzada es uno de los delitos que mayor impacto tiene en la sociedad mexicana, hasta diciembre de 2016 se tenían registrados 32 mil 226 casos (CNDH, 2017). En un comunicado de ocho páginas del 25 de abril de 2021, la Federación Mexicana de Organismos Públicos de Derechos Humanos (FMOPDH), que integra a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y a las Comisiones Estatales de las 32 entidades federativas, afirmó que «en México se tiene registro de al menos 2 mil personas migrantes desaparecidas, las cuales han sido reportadas por sus familiares» (FMOPDH, 2021:2). Esas cifras parecieran ser muy reservadas si se toman en cuenta los niveles de violencia y abusos que se cometen contra la población migrante en México. Además, la desaparición de los migrantes es un asunto añejo que data desde antes de 2003 y que se ha extendido hasta nuestros días con el incremento de la violencia e inseguridad. Este es el escenario por el que cruzan los migrantes centroamericanos —especialmente los hondureños— en su paso por México. Como se ha constatado, entre los hechos violentos de los que han sido víctimas estas personas, tenemos entonces un contexto en el que la conjugación de una serie de factores pone en alto riesgo a los migrantes. La discriminación y xenofobia hacia cierto grupo de migrantes que transitan de forma indocumentada, se reporta en algunos informes de instancias como el Consejo Nacional de Prevención contra la Discriminación (Conapred, 2013 y 2015).
Por otra parte, aunque tampoco es algo nuevo, el secuestro de migrantes hondureños en las ciudades fronterizas mexicanas como el caso de Nuevo Laredo, Tamaulipas, ha aumentado una vez que estos son deportados por las autoridades migratorias de Estados Unidos como parte de los protocolos de control de enfermedades establecidos por la covid-19 o por los procedimientos, mientras se resuelven las solicitudes de refugio.
Un informe de Leutert (2021) arroja luz sobre los secuestros de migrantes en esa ciudad fronteriza ante la política estadounidense de devolución a solicitantes de asilo, 60 por ciento de las víctimas de secuestro corresponden a migrantes de Honduras, a quienes grupos de la delincuencia organizada exigen entre 5 mil y 10 mil dólares para dejarlos en libertad.
Conclusiones
Indudablemente, hoy día el actual desplazamiento irregular de los hondureños tiende a ser cada vez más numeroso, aunque también más visibilizado por la prensa nacional e internacional, así como, por los gobiernos, ONG, organismos internacionales, investigadores y estudiosos de la migración quienes califican al flujo migratorio hondureño de novedoso, incluso le han puesto el mote de «caravanas» migrantes. No debe olvidarse que se trata de un fenómeno presente desde mediados y finales de la década de 1990. Con base en cifras de deportados, detenidos y otros registros, es a partir de 1998 que esa corriente migratoria empieza a mostrar un carácter más compulsivo y Honduras se transforma en uno de los países más expulsores de personas hacia Estados Unidos. En este estudio se abordaron los distintos matices de la emigración masiva de los hondureños que en la actualidad se ha convertido en un flujo más forzado y de carácter multifacético.
En realidad ese compulsivo flujo migratorio de sur a norte puede considerarse a través de la oferta de puestos de trabajo y la demanda de mano de obra barata, de la misma forma, entre el intercambio económico desigual que existe entre las naciones más desarrolladas (centro-atracción) y los países menos desarrollados (periferia-expulsión). En efecto, la migración irregular y más compulsiva es algo que ha caracterizado a Honduras en los últimos 20 años y es parte de un proceso inmerso en una dinámica económica, política y social cambiante, inestable y asimétrica. Esa migración humana gradualmente tiende a ser menos libre, y resulta contrastante con las transferencias e imposición de los flujos de capital que hoy circulan con total libertad por todo el mundo.
De las migraciones internacionales en Centroamérica, la emigración de los hondureños hacia Estados Unidos es la que ha despuntado en años recientes a raíz de una serie de problemáticas estructurales que ha acumulado desde décadas atrás, pero que al conjuntarse deriva en una compulsiva salida de la población.
Si bien es cierto que la emigración de la población joven y productiva hondureña ha sido permanente desde finales del siglo XX, no siempre fue así. Décadas atrás era a la inversa, estadounidenses, salvadoreños y otros vecinos centroamericanos emigraban a territorio hondureño, atraídos por la paz y las oportunidades que allí podían encontrarse.
En ese sentido, la pobreza, los bajos salarios y la inflación, el desempleo, la falta de bienestar social, la recesión económica, la ingobernabilidad, la violencia, la corrupción, la delincuencia y los malos gobiernos, son algunos de los problemas que producen una alteración en la sociedad y la vida diaria de los hondureños, en concreto en los más vulnerables que se ven obligados a abandonar su país y enrolarse en una travesía llena de peligros, obstáculos y explotación: migrar irregularmente.
La limitante económica puede ser la causa de emigraciones voluntarias cuando el que emigra quiere mejorar su condición monetaria, pero quien es expulsado o huye por motivos de inseguridad alimentaria y en condiciones de alta vulnerabilidad no es un migrante voluntario. De igual modo las persecuciones políticas, la violencia y la criminalidad provocan migraciones contra la voluntad, así́ como quien emigra por desastres naturales (catástrofes, sequías, inundaciones) y desastres humanos (contaminaciones ecológicas, guerras civiles y gobiernos autoritarios) tampoco es un emigrante voluntario. Hoy el movimiento migratorio de los hondureños hacia Estados Unidos difícilmente puede basarse en una voluntariedad, puesto que sería concebir esa migración a partir de alguna planificación y un proyecto preconcebido de parte de los migrantes, el cual no presentaría mayores cambios y contingencias. Es posible que se den migraciones de esa forma; sin embargo, esa tipología de migraciones actualmente no representa a la mayoría en el caso específico hondureño. Lo anterior se infiere debido a que un proyecto de emigrar de forma segura no existe en muchos casos, ya que eso no depende de la voluntad de los migrantes, pues existen condicionantes y factores sociales, económicos, políticos y ambientales, más allá́ de sus pretensiones personales que los obligan a emigrar de manera constante de su país de origen y transitar por países que son altamente peligrosos y controlados por el crimen organizado.
Por otra parte, las consecuencias del migrar de manera indocumentada hacia Estados Unidos, se ha modificado en la medida que los distintos escenarios están transformándose. Conforme los espacios se tornan más violentos e inseguros aumenta el nivel de vulnerabilidad de los migrantes, especialmente de las mujeres y los niños, quienes al igual que los hombres, diariamente mueren en el trayecto hacia Estados Unidos. Informes y estudios revelan que lo más crítico está en las rutas de tránsito que se escogen para evadir los controles migratorios. Es ahí donde muchos son víctimas de robo, extorsión, golpes, prostitución involuntaria e incluso homicidios por parte de civiles y autoridades. Es indispensable mencionar que varios migrantes hondureños están quedando lisiados, ello repercute más en el subdesarrollo del país. Asimismo, otros están registrados como desaparecidos y su paradero aún es desconocido. Decenas han sido víctimas de la vorágine de violencia que hoy se vive en diversas regiones de México.
Si bien es cierto que después de la matanza ocurrida en San Fernando, Tamaulipas, se ha prestado mayor atención a la problemática por distintos sectores civiles, internacionales e instancias gubernamentales de los países involucrados en la problemática, se perciben hechos que todavía siguen sin esclarecer relativo a la migración y la violencia.
Las oleadas de migrantes hondureños al igual que las constantes violaciones a sus derechos humanos por parte de autoridades y civiles son asuntos que no han sido atendidos en su momento, y se han acumulado en el transcurso de los últimos años. A veces pareciera que se tratase de asuntos algo «novedosos», pero no es así, han sido postergados hasta convertirse en graves problemáticas que continúan extendiéndose hasta el siglo XXI.
Es fundamental seguir investigando y hacer más análisis científicos sociales sobre la realidad del fenómeno de la migración y del caso particular de Honduras. Hoy que la migración hondureña en tránsito por México hacia Estados Unidos constituye un importante objeto de estudio que debe ser atendido y analizado por instituciones académicas e investigadores, gobiernos, organismos internacionales, así como distintos sectores de la sociedad.
El 27 de enero de 2022 asumirá como primera presidenta de Honduras, Iris Xiomara Castro Sarmiento, esposa del expresidente Zelaya Rosales, y se espera que con el nuevo gobierno se atiendan las causas estructurales de la migración hondureña; aunque está por verse, no es una tarea fácil y seguramente el flujo migratorio hacia el norte continuará.
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Notas
1 Para más detalles sobre los acuerdos del proceso de paz puede consultarse el portal de la Fundación Arias: www.arias.or.cr
2 Para más detalles consúltese Plan Maestro de Reconstrucción y Transformación Nacional (1999, pp. 4–5); Informe CEPAL (2000).
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