Migración y Desarrollo, volumen 20, número 38, primer semestre 2022, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jardín Juárez 147, colonia Centro, Zacatecas, C.P. 98000, Tel. (01492) 922 91 09, www.uaz.edu.mx, www.estudiosdeldesarrollo.net, revistamyd@estudiosdeldesarrollo.net. Editor responsable: Raúl Delgado Wise. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo Vía Red Cómputo No. 04-2015-060212200400-203. ISSN: 2448-7783, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de última actualización: Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Maximino Gerardo Luna Estrada, Campus Universitario II, avenida Preparatoria s/n, fraccionamiento Progreso, Zacatecas, C.P. 98065. Fecha de la última modificación, mayo de 2022.

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https://doi.org/10.35533/myd.numero38

Contribuciones a la crítica del discurso dominante sobre migración y desarrollo

Contributions to the critique of the dominant discourse on migration and development

Recibido 18/08/21 | Aceptado 27/09/21

Alejandro I. Canales* | Selene Gaspar Olvera**

*Chileno. Doctor en Ciencias Sociales. Actualmente es profesor investigador de la Universidad de Guadalajara. Correo-e: acanales60@cucea.udg.mx.
**Mexicana. Maestra en Demografía Social y Actuaria por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigadora en la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, adscrita al proyecto Sistema de Información sobre Migración y Desarrollo (SIMDE-UAZ). Correo-e: selene.gasparolvera@gmail.com

Resumen. Desde una perspectiva crítica el estudio se centra en señalar uno de los sesgos metodológicos que subyacen al enfoque predominante sobre migración y desarrollo desde los países receptores. Mediante un análisis de indicadores estratégicos se visibilizan diversos aspectos de la relación migración-desarrollo que han sido subsumidos e invisibilizados a lo largo de este debate. Argumentamos que un sistema de indicadores de este tipo facilita un diálogo objetivo y razonado acerca de los diversos problemas que plantea la migración internacional contemporánea, a la vez que ofrece un marco para el análisis integral de dichos fenómenos. La inmigración permite dar sustentabilidad demográfica a la reproducción social y económica en los países de destino, este hecho es particularmente relevante en el caso de Estados Unidos.

Palabras clave: migración y desarrollo, metodología, reproducción social y económica, Estados Unidos.

Abstract. This article takes a critical perspective in drawing out one of the methodological biases that lie at the heart of the dominant perspective on migration and development from the receiving countries. Employing an analysis of strategic indicators, various aspects of the migration-development relationship are revealed that have been subsumed and made invisible throughout this debate. We argue that a system of indicators of this kind encourages an objective and reasoned dialog surrounding the many problems relating to contemporary international migration, while offering a framework for the comprehensive analysis of said phenomena. Migration leads to sustainable demographics and the social and economic reproduction of the destination countries, a fact that is particularly relevant in the case of the United States.

Keywords: migration and development, methodology, social and economic reproduction, United States.

Introducción

En las últimas décadas la migración internacional ocupa un lugar privilegiado en las agendas académicas y políticas de los gobiernos nacionales, así como de las más diversas agencias internacionales e instituciones supranacionales. No es sólo un interés académico por un fenómeno emergente, sino también un interés político y social en virtud de las dimensiones cuantitativas que ha adquirido la migración en las últimas décadas, al igual que sus potenciales impactos sociales, culturales y económicos. Desde mediados de los 1990 se han impulsado diversos programas y políticas gubernamentales, y han proliferado numerosas publicaciones, foros, conferencias y reuniones de expertos de alto nivel, en los que se discuten y se acuerdan diversas estrategias y recomendaciones para potenciar el impacto de las migraciones en los procesos de desarrollo de los países emisores.1

Aunque se plantea que la relación migración-desarrollo es un fenómeno complejo, a fin de cuentas el debate sobre sus causas y consecuencias ha estado dominado por la visión de los países receptores y de organismos internacionales. Frente a esas visiones hegemónicas se han levantado diversas propuestas que, además de cuestionar su validez conceptual y empírica, plantean propuestas alternativas tanto en lo que respecta a la comprensión del fenómeno migratorio, como al diseño de políticas y programas de acción en materia de migración y desarrollo (Puentes et al., 2011; Castles y Delgado, 2007; De Haas, 2005).

Una de las mayores inconsistencias cuestionadas a los discursos hegemónicos es la disociación en la forma y alcances que plantean la cuestión de las causas y consecuencias según se trate de la situación en los países de origen o de destino.2 En el caso de los países de destino, la cuestión migratoria se formula en términos de los problemas sociales, económicos o políticos que originaría la inmigración masiva, máxime cuando se considera también la alta proporción de migrantes indocumentados y que se establecen en forma irregular (Portes y deWind, 2004). Esto tiene una doble consecuencia. Por un lado, subestima la importancia de las condiciones estructurales del desarrollo económico y social en la explicación del fenómeno migratorio, invisibilizando así los aportes y contribuciones que los migrantes hacen a la economía, la sociedad y la demografía en las sociedades avanzadas. Por otro lado, esta visión conservadora ha abierto espacios para el surgimiento de posiciones extremistas que apoyan propuestas políticas de criminalización de la migración indocumentada, el posible cierre de fronteras, la construcción de muros a la vieja usanza de las ciudades y castillos de la Edad Media, entre otras medidas restrictivas.

En el caso de los países de origen el argumento se invierte y ya no se habla en términos de costos o problemas, sino de las oportunidades de desarrollo económico y social que la migración pudiera generar en esos países (Straubhaar y Vâdean, 2005). Por un lado, se advierte que los migrantes actuarían como agentes del cambio económico y social, pues favorecen la innovación y transferencia de conocimiento y tecnología (Portes, 2007; De Haas, 2007). Por otro lado, las remesas que ellos envían tendrían un gran potencial como instrumento para reducir la pobreza y promover el desarrollo económico en sus comunidades (Terry, 2005; Adams y Page, 2005; Ratha, 2003). Tal pareciera que desde los organismos internacionales se estuviera impulsando un nuevo paradigma del desarrollo para el tercer mundo, de acuerdo al cual la migración y las remesas asumirían una función preponderante, sustituyendo al que en anteriores esquemas y paradigmas del desarrollo se le asignaba al Estado y al propio mercado y, en algunos casos, la cooperación internacional (Kapur, 2004; Chami et al., 2003).

Desde una perspectiva crítica se han desarrollado enfoques alternativos que no sólo cuestionan la validez empírica de tales argumentos, sino también sus fundamentos teóricos y políticos (Canales, 2019; Delgado y Gaspar, 2012). En particular, se cuestiona el reduccionismo y sesgo ideológico en la construcción del problema en torno a la relación migración-desarrollo. Es sin duda sospechoso que la migración internacional resulte problemática y con efectos negativos para las sociedades receptoras, a la vez que sea beneficiosa y una oportunidad única para las sociedades de origen.

En el presente texto nuestra crítica se centra en uno de los sesgos metodológicos que subyacen en ese enfoque predominante. Se trata de las categorías de análisis y observación utilizadas, así como a los indicadores e instrumentos de medición, que únicamente reflejan intereses y problemáticas que tiene la migración contemporánea desde los países de destino. Frente a ello, proponemos un análisis a partir de una serie de indicadores estratégicos que permitan visibilizar diversos aspectos de la relación migración-desarrollo que han sido subsumidos e invisibilizados a lo largo de este debate. Argumentamos que un sistema de indicadores de este tipo facilita un diálogo objetivo y razonado acerca de los diversos problemas que plantea la migración internacional contemporánea, a la vez que ofrece un marco para el análisis integral de dichos fenómenos.

Al respecto, nos centraremos en diferentes indicadores estratégicos que permitan cuestionar las supuestas consecuencias negativas de la inmigración en los países de destino. Nuestra tesis es que esta visión negativa de la migración invisibiliza la contribución de los inmigrantes a las sociedades, contribución en términos económicos, demográficos, sociales y culturales (Delgado, Márquez y Puentes, 2010; Puentes et al., 2011). La inmigración no es sólo originada por el subdesarrollo en el Sur, sino que en su desencadenamiento tiene un papel fundamental la transformación y modernización de la estructura económica y de los mercados de trabajo en las economías del Norte, las que para mantener y ganar competitividad mundial en un espacio económico globalizado se sustentan en una demanda de fuerza de trabajo barata, flexible y desregulada, la cual es aportada en gran medida por la migración internacional (Canales, 2018; Sassen, 2007; Zlolniski, 2006). Por ende, es necesario documentar tanto el papel de las condiciones estructurales que prevalecen en las sociedades avanzadas y que actuarían como detonantes de la inmigración, así como documentar las múltiples contribuciones de la migración y los migrantes a esas sociedades.

Hemos organizado el texto en tres grandes apartados. En la primera sección analizamos las causas de la migración, enfatizando el papel de las asimetrías económicas entre origen y destino. En la segunda sección analizamos y documentamos la contribución de la migración para cubrir los déficits demográficos y laborales en Estados Unidos. Finalmente, analizamos y documentamos las contribuciones de los migrantes al crecimiento económico de Estados Unidos.

Causas de la migración contemporánea

El análisis de las causas de la migración suele centrarse en las condiciones estructurales que promueven la expulsión de población desde los países de origen. Pobreza, precariedad, subdesarrollo, violencia e inseguridad pública, estructuras productivas débiles, insuficiencia económica e informalidad, son algunos de los argumentos más esgrimidos a la hora de buscar factores estructurales desencadenantes de los flujos migratorios. Sin negar validez a estos análisis y enfoques, hay un excesivo énfasis en establecer las causas de la migración en la situación o estado de los países emisores (el estado de su economía, de su sistema político, de la situación social, entre muchos otros), y no tanto en los procesos que llevaron a esas situaciones.

Desde nuestra perspectiva, la cuestión de las causas de la migración es algo mucho más complejo. No es sólo la falta de desarrollo lo que genera la emigración masiva, sino principalmente, es el estilo de desarrollo y, en particular, la persistencia en el tiempo de procesos de desarrollo desigual que se manifiestan en el incremento de las asimetrías económicas, sociales y productivas entre los países de origen y de destino de la migración (Canales, 2011; Delgado, Márquez y Puentes, 2010).

No basta con analizar las características desventajosas de la situación de las sociedades de origen, sino que también deben considerarse los procesos económicos que estructuran esas situaciones o estados de subdesarrollo, pobreza, inseguridad y atraso social. Destacan por su importancia los procesos de desarrollo desigual y polarización económica y social entre regiones y países, derivados de la forma que asume la acumulación capitalista en la era de la globalización. Es cómo las sociedades periféricas se integran en los procesos de globalización económica y productiva lo que determina, en última instancia, las condiciones de expulsión de población y fuerza de trabajo. En este plano, resalta la inserción de las economías periféricas al capitalismo global como apéndices en las cadenas globales de producción, ya sea a través de la exportación de commodities (Cypher, 2010; Vivares, 2018), o bien de la oferta de mano de obra barata, tanto para los procesos de relocalización industrial desde el centro hacia la periferia, como de la relocalización de mano de obra en sentido inverso, y que dan origen a las migraciones laborales en esta era de globalización (Delgado, 2021; Sassen, 1998).

El corolario de esta tesis es claro y sugerente. Si la causa principal de las migraciones no es tanto la cuestión de la ausencia de desarrollo sino el estilo de desarrollo, entonces la alternativa pasa necesariamente por reformular esos patrones de acumulación periférico y establecer otros mecanismos y modos de incorporación al capitalismo global. En otras palabras, «el problema no está sólo y exclusivamente en nuestra situación de subdesarrollo, sino también y preponderantemente, en cómo nos subdesarrollamos» (Canales, 2021:89).

Nuestra crítica apunta directamente al modelo neoliberal que ha dominado el proceso de globalización de las economías periféricas y del tercer mundo. Este modelo, más que promover espacios de desarrollo y modernización productiva y económico-social, promueve un sistema renovado y posmoderno de dependencia y transferencias netas de recursos y rentas, en el que a la tradicional especialización productiva en la exportación de commodities y recursos naturales, se agrega la exportación de fuerza de trabajo barata, flexible y vulnerable social y políticamente, misma que adopta la forma de migraciones laborales internacionales (Acosta et al., 2015).

Los datos para América Latina permiten ilustrar esta tesis. Como se observa en el cuadro 1, entre 1990 y 2019, América Latina muestra un importante crecimiento económico. El producto interno bruto (PIB) real creció a una tasa de 3.7% anual promedio en las últimas tres décadas, lo que hizo que prácticamente se duplicara, a la vez que el PIB per cápita creció en 42% acumulado. Tales datos indican que incluso a pesar de los efectos negativos de la crisis de fines de la década pasada, América Latina ha experimentado un crecimiento económico constante y sostenido.

Cuadro 1.
América Latina, 1990220. Datos económicos y migratorios

Fuentes: SIMDE-UAZ. Estimaciones de los autores basadas en la us Census Bureau, Current Population Survey, ASEC 1995 a 2019, Censo de Población 1990, y Cepal, CEPASTAT, Bases de Datos y Publicaciones Estadísticas.

No obstante, en el mismo periodo la emigración latinoamericana a Estados Unidos se ha incrementado en forma exponencial. Entre 1990 y 2019 el volumen de inmigrantes latinoamericanos que residen en Estados Unidos se incrementó en 2.9 veces. Ello implicó que se pasara de una tasa de emigración de 1.82% en 1990, a una de 3.59% en 2019.

Estos datos son elocuentes e indican que aun cuando América Latina ha experimentado un notable proceso de crecimiento económico, se ha dado simultáneamente un importante incremento de la emigración a Estados Unidos. Esta combinación de crecimiento económico con alta emigración internacional se explicaría por el estilo de desarrollo que sustenta dicho crecimiento económico. Se trata de un modo de desarrollo que profundiza las brechas productivas y económicas con Estados Unidos y las economías centrales, factor que, en definitiva, permite explicar el auge de la emigración internacional desde América Latina en las últimas décadas.

En ese mismo periodo la economía de América Latina muestra una sistemática pérdida de productividad relativa respecto a la economía de Estados Unidos. Entre 1990 y 2019 la brecha de productividad se habría incrementado en 63% a favor de Estados Unidos; es decir, en 2019, la productividad relativa de América Latina respecto a la de Estados Unidos se ha reducido en más de dos tercios respecto a la que prevalecía 29 años antes. Se trata de una tendencia estructural de largo plazo que, aunque tendió a frenarse entre 2005 y 2015, en el último lustro ha retomado su tendencia histórica.

Asociado a las asimetrías en el ámbito productivo se producen tendencias igualmente asimétricas en las tendencias de los salarios y remuneraciones de los trabajadores. Los datos son claros y favorecen las tesis estructuralistas, pues todo indica que las asimetrías económicas y productivas no sólo se han mantenido, sino que se han acentuado en las últimas tres décadas. Para ilustrar esta hipótesis nos centraremos en el análisis de las brechas salariales y productivas entre México y Estados Unidos.

En el caso de la brecha salarial, la tendencia es igualmente acentuada y a favor de Estados Unidos. Si en el quinquenio 19901995 el salario anual promedio era 3.1 veces superior en ese país respecto a México, para el quinquenio 20152020 la diferencia se incrementó de tal modo que el salario promedio era 4.0 veces superior (cuadro 2). En este caso el incremento de la brecha salarial se debe al hecho de que los salarios en Estados Unidos han tenido un crecimiento muy superior al que experimentan en México. Mientras en Estados Unidos el salario promedio pasó de 47.8 mil dólares anuales en el quinquenio 19901995, a 65.6 mil dólares en el quinquenio 20152020, en el caso de México el salario promedio apenas se incrementó en 5%, pasando de 15.6 mil a 16.5 mil dólares en el mismo periodo. Esta tendencia en la brecha salarial entre ambos países es consistente con la tendencia de la brecha de productividad laboral y refleja en forma sintética nuestra tesis de que el crecimiento de la economía mexicana, en este caso, se sustenta en un modelo que, a pesar de su profunda integración económica con Estados Unidos, genera procesos de desarrollo desigual a través de la transferencia neta de recursos, rentas y fuerza de trabajo barata y flexible.

Cuadro 2.
Productividad y salarios en México y Estados Unidos, y brechas salariales y de productividad

Fuentes: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en OECD, 2021.

Migración y reproducción demográfica en las sociedades avanzadas

Las migraciones contemporáneas constituyen un mecanismo de transferencias demográficas desde los países periféricos hacia las sociedades avanzadas. Este mecanismo de transferencia se basa en

la complementariedad de la dinámica poblacional de las regiones de origen con la dinámica de los países de destino. En los países emisores, el bono demográfico genera un excedente de población activa. En los países receptores el envejecimiento y la disminución de las tasas de natalidad generan brechas y déficits en la población en edad de trabajar. Ambos regímenes se complementan entre sí y mediante la migración se integran como un sistema global de reproducción demográfica (Canales, 2021:149).

Este contexto de cambios demográficos globales permite comprender el significado de la migración para las sociedades avanzadas, así como estimar el volumen y la naturaleza de las contribuciones demográficas y económicas de la migración en esas sociedades.

En las sociedades avanzadas, el envejecimiento de su población es el resultado de dos procesos complementarios. Por un lado, el descenso de la tasa de fecundidad, que ha reducido sustancialmente la natalidad y con ello, la base de la pirámide de edad; y por otro lado, el hecho de que la mayoría de las personas sobrevive hasta la vejez. Es lo que se ha venido a denominar como madurez de masas o democratización de la vejez (Pérez, 2002), lo que indicaría que se alcanzó una etapa avanzada en el proceso de modernización. La consecuencia inmediata de ese proceso es la modificación de la estructura por edades de la población.

La estructura por edades indica la proporción que los individuos de cada sexo y edad supone sobre el total de la población y se representa gráficamente en la pirámide de población. Precisamente el nombre de «pirámide» proviene de los regímenes demográficos clásicos, que adoptaban esa típica forma geométrica caracterizada por una base amplia producto de las altas tasas de fecundidad y natalidad, y una cúspide baja y angosta, resultado de los altos niveles de mortalidad. Con el progresivo envejecimiento de la población la estructura etaria de la población adquiere una forma ovalada u ojival caracterizada por una base en continuo estrechamiento derivado de la reducción de los nacimientos, y una cúspide que a la vez que se eleva también se ensancha, a consecuencia de la reducción de la mortalidad y el incremento en la esperanza de vida de las personas.

Los cambios en la estructura por edad de la población blanca no latina en Estados Unidos ilustran esta tendencia. Como puede observarse en la figura 1, la composición etaria de la población blanca en 1980 aún mantenía la forma piramidal clásica, con una base más amplia que su cúspide, incluso cuando ya se vislumbraban los efectos del descenso de la fecundidad que reducía la población infantil menor de 15 años. A ello cabe agregar el impacto demográfico del baby boom de la posguerra, que incrementó el volumen de nacimientos desde fines de los 1940 hasta mediados de los 1960. Los baby boomers corresponderían, en 1980, a la población de 15 a 35 años aproximadamente, que es en ese año el tramo etario con mayor volumen de personas. Este dato es relevante, pues estos baby boomers serán los que experimentarán el proceso de envejecimiento y ampliarán la cúspide de la pirámide de edades.

Tal fenómeno ya se observa en el 2021, cuando la estructura etaria ha pasado de su forma piramidal a una forma de ojiva, en la que la base infantil tiende a ser menos voluminosa que la cúspide, especialmente de población mayor de 60 años. Los baby boomers tienen un papel fundamental en el aumento de la población adulta mayor, quienes en el 2021 ya tenían entre 55 y 75 años, lo que corresponde al tramo etario más voluminoso de la pirámide de edades para ese año.

Figura 1.
Estados Unidos, 1980 y 2021. Pirámide poblacional blanca no latina

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en us Census Bureau, Population Census 1980 y CPS-ASEC, 2021.

El envejecimiento de la población que actualmente experimenta Estados Unidos, así como las naciones del mundo desarrollado, genera importantes desequilibrios y déficits de población en edades jóvenes (Gaspar, 2021). Como se advierte en la pirámide de edades de 2021, la población menor de 50 años tiende a ser sistemáticamente menos cuantiosa en cada tramo de edad, respecto a la población de 55 a 70 años. Esto conforma una relación de dependencia peculiar. Desde los 1990, y de acuerdo a lo que proyecta el Buró del Censo para las siguientes décadas de este siglo, tenderá a incrementarse sistemáticamente la carga demográfica que representa la población adulta mayor respecto a la población en edades activas. El aumento de la dependencia demográfica que plantea el envejecimiento demográfico se debe a un creciente déficit de población en edades laborales y reproductivas. Lo primero (aspecto laboral) plantea un grave problema para la dinámica productiva y sustentabilidad de la economía norteamericana; y lo segundo (aspecto reproductivo) constituye también un riesgo no menor para la reproducción demográfica de la sociedad norteamericana.

En el contexto de envejecimiento de la población blanca no latina destaca el papel de la migración para cubrir los déficits demográficos en edades activas y reproductivas. Un modo de dimensionar el papel de la migración es con el análisis de la composición del crecimiento demográfico en Estados Unidos, según grandes categorías étnico-demográficas de la población. Entre 2000 y 2021, la población de Estados Unidos se incrementó en poco más de 52 millones de personas, lo que representó una tasa acumulada de 19% (menos de 1% anual promedio). Sin embargo, la composición étnico-demográfica de ese crecimiento revela los impactos del proceso de envejecimiento. Los grupos que más aportaron al crecimiento fueron los latinos y otras minorías étnicas nacidas en Estados Unidos, quienes aportaron 20.5 y 13.3 millones de nuevos habitantes, lo que representó en conjunto 65% de todo el crecimiento del periodo. Por su parte, los inmigrantes latinoamericanos y en menor medida los provenientes de otras regiones subdesarrolladas aportaron 8.7 y 8.2 millones de personas, lo que representa 17 y 16%, respectivamente. Por el contrario, la población blanca no latina prácticamente no creció, al mantenerse en 185 millones de personas.

En síntesis, el aporte de la migración internacional, de manera directa y a través de su descendencia, ha resultado fundamental para mantener el dinamismo demográfico del país. Frente al declive demográfico que experimenta la población blanca no latina, como resultado del avanzado grado de envejecimiento, los inmigrantes y sus descendientes se han convertido en una fuente de gran valor para sustentar el crecimiento demográfico y en particular proveer de población en edades activas y reproductivas.

El nulo crecimiento de la población blanca no latina ya documentado se expresa como un cambio relevante en su composición etaria. Entre 2000 y 2021, la población blanca no latina mayor de 50 años creció en 24 millones de personas, lo que refleja uno de los efectos del envejecimiento. Ello ha ido acompañado de un descenso absoluto de la población infantil y adulta joven, como resultado del descenso de la fecundidad que comenzó en la década de 1960. En concreto, la población infantil de este grupo étnico se redujo en 10 millones de personas, a la vez que la población en edades activas y reproductivas se redujo en otros 12.5 millones de personas.

Cuadro 3.
Estados Unidos, 20002021. Crecimiento demográfico por origen étnico y migratorio

Fuentes: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en US Census Bureau, CPS-ASEC, 2000 y 2021.

Este desbalance etario que genera la dinámica demográfica de la población blanca no latina es en gran medida contrarrestado por la dinámica demográfica de las minorías étnicas, en especial de la población de origen latino. Por un lado, los latinos nacidos en Estados Unidos son el grupo étnico que más aportó al crecimiento tanto de la población infantil, como de la población de 20 a 49 años, al aportar entre 8 y 9 millones de personas en cada caso, respectivamente.

Concerniente a la población de 20 a 49 años, se agrega el aporte de los inmigrantes latinoamericanos, quienes contribuyeron con 3.2 millones de personas al crecimiento de la población en ese tramo etario. De esa forma, la población de origen latino (inmigrantes más los nacidos en Estados Unidos) prácticamente por sí sola logró contrarrestar por completo el efecto negativo del descenso de la población blanca en esas edades. Esto indica que la dinámica demográfica de los latinos constituye una fuerza demográfica no menor que ha permitido dar sustentabilidad a la dinámica de la población en la sociedad norteamericana de la actualidad.

La contribución de la inmigración para cubrir los vacíos demográficos que deja el envejecimiento de la población en Estados Unidos se refleja ya en la composición étnico-demográfica en los distintos tramos etarios. Hasta 1980 la primacía demográfica de la población blanca no latina era evidente e incuestionada. En cada tramo de edad, ellos representaban cerca de 75% de la población, alcanzando a más de 80% en las edades mayores. Esta situación comienza a cambiar en las décadas de 1980 y 1990, producto del descenso de la natalidad y el envejecimiento de ese grupo étnico. Ya en el año 2000, aun cuando mantienen su condición de mayoría demográfica en todos los estratos de edad, ésta ya no alcanza los niveles de antes. En la población menor de 40 años, la proporción de los blancos no latinos ya se había reducido a 60%, pese a que mantiene una alta primacía en edades mayores.

Hacia el año 2021, el cambio demográfico comienza a afectar esta condición de mayoría demográfica de la población blanca, especialmente en los estratos más jóvenes. De hecho, en la población de menos de 30 años, los blancos ya habrían dejado de ser una mayoría demográfica, al representar en ese año 49.8% de la población de esos tramos de edad. Asimismo, la situación en la población de 20 a 49 años (adultos jóvenes) no es muy diferente. En estas edades los blancos apenas representan 53% de la población total. Las proyecciones del Buró del Censo de Estados Unidos indican una intensificación de este proceso en el 2040. Para ese año se estima que, en todos los tramos de edad de menos de 50 años, los blancos ya no serán una mayoría demográfica, representarán alrededor de 40% en los menores de 5 años y 49% en la población de 40 a 49 años.

Esta pérdida de primacía demográfica por parte de la población blanca no latina es resultado directo de los cambios demográficos ya comentados: el descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población. Como se ha visto, en las últimas dos décadas la población blanca ha experimentado una pérdida neta en los estratos de menos de 50 años. Este desbalance demográfico tiene importantes consecuencias en la capacidad de sustentación de la reproducción demográfica de la población como un todo y, por ende, de la sociedad misma. Frente a ello, la inmigración, por un lado, y sus descendientes, por otro, han permitido contrarrestar este desequilibrio al aportar los contingentes demográficos necesarios para cubrir los déficits que deja el envejecimiento de la hasta ahora mayoría blanca.

Lo anterior se manifiesta en el hecho de que de modo creciente las minorías demográficas (inmigrantes y minorías étnicas) tienen una mayor relevancia en la composición de la población, a la vez que la mayoría blanca no latina dejará de ser una mayoría demográfica. Esto haría que Estados Unidos pase de haber sido históricamente una sociedad de mayoría blanca a constituirse en una sociedad de minorías demográficas (Massey, 2015; Canales, 2015 y 2019).

Figura 2.
Estados Unidos, 20002021. Crecimiento de la población por grupos étnicos y migratorios y grandes grupos de edad (millones de personas)

Fuentes: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en US Census Bureau, CPS-ASEC, 2000 y 2021.

Figura 3.
Estados Unidos, 19802040. Población por grupos étnicos y migratorios y estrato de edad

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en us Census Bureau, Censo de Población de 1980, CPS-ASEC, 2000 y 2021, y National Population Projections, 2014.

Migración, trabajo y capital. Las múltiples contribuciones de la migración a la economía

La migración contemporánea configura un sistema de transferencia de mano de obra desde los países de origen a los de destino (Delgado, 2021; Canales, 2019). Migran no sólo personas, sino trabajadores, es decir, población en plena edad laboral, y lo hacen por motivos laborales, en busca de un empleo que les permita mejorar su situación social y económica. Como tal, es posible analizar la contribución de los migrantes y la migración a la dinámica económica en los países receptores.

Así, las migraciones son un doble proceso de transferencias económicas. Por un lado, como transferencia de trabajadores, son parte fundamental con el propósito de sostener la dinámica de los mercados laborales en las sociedades avanzadas. Por otra parte, y a consecuencia de esta transferencia de fuerza de trabajo, constituyen un mecanismo de transferencias de valor-trabajo, es decir, del trabajo como mercancía generadora de valor, y por este medio contribuyen a sostener la dinámica económica de sociedades avanzadas. La fuerza laboral migrante contribuye a la generación de excedentes económicos que se reflejan en el PIB y su dinámica de crecimiento.

En esta y en las siguientes secciones analizaremos cada una de las dos dimensiones de las contribuciones de las migraciones contemporáneas a la economía en las sociedades avanzadas. Con ese fin tomamos como referencia empírica el caso de Estados Unidos. En ese país el debate sobre las contribuciones de la migración a la economía ha estado dominado por visiones conservadoras que ven en los migrantes un componente disruptivo del mercado de trabajo, un excedente de mano de obra que, al reducir los salarios, ha desplazado a muchos trabajadores nativos y por tanto ha generado desempleo, precariedad laboral y vulnerabilidad social (Martin, 2002; Borjas, 2001).

Desde una perspectiva crítica, sostenemos que «dichas percepciones hacen abstracción de las condiciones económico-demográficas objetivas que permiten la acogida de trabajadores inmigrantes en Estados Unidos» (García y Gaspar, 2020:356). Históricamente la industria estadounidense se ha desarrollado con la generación de una dependencia estructural respecto a la inmigración: en el siglo XIX respecto a la inmigración europea y china, y en el siglo XX respecto a la inmigración latinoamericana y en general de las diferentes regiones del mundo no desarrollado. Las actuales dimensiones que ha alcanzado la migración internacional en Estados Unidos se deben en gran medida a esa necesidad estructural (Gaspar, 2021). Diversas investigaciones demuestran las grandes contribuciones de los migrantes desde los aspectos económico y demográfico hasta la cultura y la innovación (unesco, 1995; Canales y Gaspar, 2010; Blau y Mackie, 2017; Griswold, 2018; Canales, 2019; Delgado, Márquez y Gaspar, 2015).

El carácter laboral de la migración internacional se ilustra a partir de los patrones de inserción laboral y participación económica de los migrantes. En el caso de los inmigrantes latinoamericanos y de otras regiones no desarrolladas, la tasa de participación en la fuerza de trabajo es sustancialmente superior al promedio nacional y a la de los demás grupos étnico-demográficos. Destaca el caso de los hombres latinoamericanos quienes muestran una tasa de actividad que es 13 puntos porcentuales superior al promedio nacional. Sin duda, esto indica que los migrantes son fundamentalmente personas de trabajo y que, por lo mismo, su desplazamiento obedece a las necesidades estructurales del mercado de trabajo norteamericano para mantener su dinamismo y funcionamiento y evitar situaciones de crisis y estancamiento.3

Figura 4.
Estados Unidos, 20192021. Tasa de actividad económica por sexo y origen étnico y migratorio

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en us Census Bureau, CPS-ASEC, 2000 y 2021.

Estas altas tasas de actividad, junto con los desequilibrios demográficos ya identificados, conforman el marco estructural que permite comprender el papel de la migración en la dinámica económica de los países receptores. El cambio demográfico iniciado en las últimas décadas se manifiesta cada vez más en un persistente déficit de mano de obra local. El envejecimiento de la población, al igual que la disminución de la natalidad, implica no sólo un lento y a veces nulo crecimiento de la población, sino, sobre todo, un cambio en su estructura por edades. Aumenta la población en edad adulta y se reduce la de estratos jóvenes. Este cambio demográfico ya está afectando la capacidad de las sociedades avanzadas para abastecerse internamente de la población activa que requieren con el propósito de mantener las tasas de crecimiento económico y transformación productiva. Se trata, además, de economías que necesitan generar excedentes económicos indispensables para mantener sus estilos de vida y patrones de consumo suntuoso y, en específico, mantener y reproducir una importante industria de guerra y un amplio contingente de trabajadores que administran la economía y la política internacional, sin la cual no podrían conservar su posición hegemónica privilegiada y dominante en la sociedad mundial.

En estas sociedades la demografía muestra una clara deficiencia estructural para generar los volúmenes de trabajadores necesarios que cubran los puestos de trabajo generados por la dinámica y el crecimiento económico de esos países. En aras de enfrentar este desequilibrio estructural se ha recurrido a la inmigración masiva de trabajadores, en su mayoría de países del tercer mundo, regiones donde se experimenta un régimen demográfico opuesto, caracterizado por un bono demográfico que ha permitido la generación de excedentes de población en edad activa (Canales, 2015).

Por ejemplo, en Estados Unidos, en las últimas dos décadas el crecimiento de su economía generó 19,8 millones de nuevos empleos. Sin embargo, la dinámica demográfica de su población nativa no latina apenas pudo generar una provisión de fuerza laboral de 3.2 millones de personas. Esto generó un déficit de mano de obra de 16,6 millones de personas, cifra que representa 14% de la fuerza laboral no latina entre el 2000 y el 2020, y que es 5.2 veces superior al crecimiento de su fuerza laboral nativa no latina en ese periodo.

Figura 5.
Estados Unidos, 20002020. Déficit de fuerza de trabajo (millones de personas)

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en us Census Bureau, CPS-ASEC, 2000 y 2021.

Considerando lo anterior, nuestra tesis es que en los países avanzados la inmigración internacional contribuye a llenar el vacío demográfico generado por la deficiencia estructural de su actual régimen de reproducción demográfica. Ello provoca un persistente déficit de población económicamente activa y presiona a dichas sociedades a recurrir a mano de obra migrante para cubrir los puestos de trabajo que la dinámica económica genera cada año. Ese contexto permite comprender la dinámica y el volumen de la inmigración laboral, en cuanto a su papel para contrarrestar los efectos que el envejecimiento de la población autóctona tendría sobre su dinámica económica. Tal es el caso de Estados Unidos, donde la inmigración latinoamericana junto a su descendencia (latinos nacidos en Estados Unidos) ha contribuido a cubrir 70% del crecimiento de la fuerza de trabajo entre el 2000 y el 2020.

En síntesis, más que un proceso de desplazamiento de mano de obra nativa por mano de obra inmigrante, lo que está ocurriendo en Estados Unidos y otras sociedades avanzadas es un virtual reemplazo demográfico de una etnia por otra, producto en gran medida de los cambios demográficos de la población nativa que ya hemos descrito.

Contribución de los inmigrantes al producto interno bruto (PIB) y al crecimiento económico

Las migraciones contemporáneas configuran un proceso de transferencia de trabajadores y a través de ellos de su capacidad de trabajo y de generar excedentes económicos. De acuerdo a la magnitud que han alcanzado las migraciones en décadas recientes, puede afirmarse que su contribución a la economía es igualmente significativa y representa una fuerza fundamental para dar sustentabilidad al desarrollo económico y social de las sociedades avanzadas.

Referente a Estados Unidos, este aporte de los migrantes se estima a partir de su participación en la generación del PIB y por ese medio al crecimiento económico. Para realizar las estimaciones usamos un modelo matemático que permite desagregar el PIB global del país según el origen étnico y condición migratoria de la fuerza de trabajo ocupada.4 Con base en este modelo de descomposición del PIB es posible estimar el valor del PIB generado por la fuerza de trabajo según su condición étnica y migratoria, lo cual permite calcular el aporte que han hecho al crecimiento económico reciente de Estados Unidos los inmigrantes mexicanos, latinoamericanos, así como de las diferentes categorías étnico-raciales y migratorias que componen la población ocupada.

Como se observa en el cuadro 4, entre el 2000 y el 2020 el crecimiento del PIB de Estados Unidos se sustentó fundamentalmente en el aporte que hicieron las distintas minorías étnico-migratorias. En efecto, los trabajadores nativos blancos no hispanos, a pesar de ser 60% del total de la población ocupada en 2020, contribuyeron con sólo 39% del crecimiento del PIB en las últimas dos décadas. Por otro lado, el conjunto de las minorías étnicas no latinas (afroamericanos, población aborigen, asiático-americanos, entre otras) aportaron 17.3% del crecimiento económico, aun cuando sólo representaban 15.0% de la fuerza de trabajo ocupada.

Cuadro 4.
Estados Unidos. Población ocupada en 2020, PIB y crecimiento económico (20002020) por origen étnico y migratorio de la fuerza laboral

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en us Census Bureau, CPS-ASEC, 2000 y 2021.

Por el contrario, las minorías étnicas y migratorias son las que han hecho la mayor contribución al crecimiento económico en los últimos 20 años. Por un lado, los inmigrantes latinoamericanos, así como sus descendientes, aunque sólo representan 8.5% y 6.2% de la fuerza de trabajo ocupada, aportaron con 12.9% y 13.1% del crecimiento económico en ese periodo, respectivamente. De forma similar, los inmigrantes provenientes de otras regiones del mundo subdesarrollado aportaron otro 14.7% del crecimiento económico, a pesar de que sólo representan 6.9% de la población ocupada en 2020.

Este desigual aporte al crecimiento queda aún más evidenciado cuando se estima la contribución promedio que cada trabajador hace al crecimiento económico.5 En el caso de los blancos nativos no latinos, cada trabajador habría aportado unos 20 mil dólares al crecimiento acumulado entre 2000 y 2020. Cifra que, aunque notable, es muy menor si se compara con los 45 mil dólares que habría aportado cada inmigrante latinoamericano, o los 65 mil dólares que habría aportado cada trabajador de origen latinoamericano. Asimismo, destaca aún más el aporte promedio los trabajadores inmigrantes provenientes de otras regiones del mundo subdesarrollado, quienes habrían contribuido al crecimiento económico con 67 mil dólares cada uno. Esto es, los trabajadores de las minorías migratorias o de origen migratorio duplican, y en algunos casos triplican, el aporte promedio que cada trabajador blanco ha hecho a la dinámica económica y el crecimiento del PIB de Estados Unidos en los últimos 20 años.

Los datos previos ilustran el diferente aporte de cada grupo étnico a la dinámica económica de Estados Unidos. Si tradicionalmente el crecimiento de esa economía se había sustentado en el aporte de la fuerza de trabajo nativa blanca no latina, es evidente que en las últimas décadas el crecimiento económico empieza a sustentarse cada vez más en las minorías étnicas y migratorias. Se trata de un cambio que tiene grandes implicaciones, especialmente si se considera que se trata de la principal economía del mundo que necesita la continua generación de excedentes económicos a fin de mantener su posición de liderazgo económico, político y militar a escala mundial.

Contribución al crecimiento económico en contextos de poscrisis

En 2008 la economía mundial sufrió uno de los peores colapsos desde la gran crisis de 1929. En Estados Unidos, el PIB cayó 2.6% ese año, pérdida muy superior a la crisis de la deuda en 1982 y a la crisis del petróleo en 19741975. Lo relevante para nuestra discusión es el papel diferente que ha tenido la fuerza de trabajo según origen étnico-migratorio en el proceso de recuperación que ha experimentado la economía norteamericana en la última década.

Después de la recesión experimentada en 2008, el PIB de Estados Unidos muestra un continuo repunte y recuperación, de tal modo que en términos reales creció en 20% acumulado entre 2009 y 2020. Sin embargo, el proceso de recuperación económica se sostiene fundamentalmente en el aporte que hacen tanto las minorías étnicas, como la fuerza de trabajo de origen migratorio, y no tanto por el aporte que hace la población ocupada de origen blanco no latino.

En efecto, aunque ese grupo étnico mantiene su primacía como mayoría demográfica, pues representa 60% de la fuerza de trabajo, sólo aportó 28% del crecimiento del PIB a partir de 2010. Por el contrario, las minorías étnicas y los trabajadores de origen migrante son los que mayor aportan a la recuperación económica. Por un lado, la población de origen latinoamericano (inmigrantes y migrantes de segundas generaciones) aportaron casi un tercio de la recuperación económica, a la vez que las minorías étnicas no latinas habrían aportado 21%, junto a otro 19% que corresponde al aporte de inmigrantes provenientes de otras regiones subdesarrolladas.

La desigualdad en el aporte queda aún más manifestada cuando se compara el aporte promedio por trabajador. Según dichas estimaciones, por cada dólar que habría aportado un trabajador blanco no latino a la recuperación económica en la última década, cada trabajador de origen latino (inmigrantes y segundas generaciones) habría aportado 4.2 dólares, a la vez que los inmigrantes de otras regiones subdesarrolladas habrían aportado 4.7 dólares, y las minorías étnicas no latinas 3.2 dólares.

Figura 6.
Estados Unidos, 20092020. Contribución a la recuperación del producto interno bruto por origen étnico y migratorio de la fuerza de trabajo

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en US Census Bureau, CPS-ASEC, 2000 y 2020; y US Bureau of Economic Analysis, Real Value Added by Industry.

Productividad, salarios y discriminación económica

De acuerdo a la teoría económica, el sueldo o salario que cada trabajador percibe se determina directamente a partir del valor de su productividad (Reisman, 1990; Krugman y Wells, 2006). De acuerdo a los principios del pensamiento neoclásico, en situaciones de equilibrio y no discriminación salarial, las remuneraciones salariales del trabajo han de igualar al valor del producto marginal del trabajo (Becker, 1971), esto es, al valor de mercado de lo producido por el último trabajador contratado.

Con base en ese principio, lo esperable, entonces, es que las diferencias salariales que se pueden observar entre un grupo social y otro estuvieran en función de las diferencias en sus respectivas productividades. De darse este principio de proporcionalidad estaríamos en presencia de una situación de equidad económica y salarial, en el sentido de que cada trabajador recibiría un ingreso salarial conforme a su aporte específico a la producción, el cual se expresa a través del valor de su productividad (Clark, 1899).6 En caso contrario, si el nivel de las remuneraciones es proporcionalmente inferior al de las productividades correspondientes a ese estrato de la fuerza de trabajo, estaríamos en presencia de una situación de discriminación salarial, esto es, que el salario percibido no se correspondería con lo que debiera corresponderle al trabajador de acuerdo a la teoría económica (Cain, 1986). En tal caso, la discriminación negativa que afectaría a ese grupo de trabajadores puede verse también como una forma de discriminación positiva que gozaría algún otro grupo de trabajadores. Por tanto, estaríamos en presencia de una transferencia de valor (de salarios y remuneraciones) entre los distintos estratos de trabajadores.

Lo que queremos demostrar en esta sección es que los inmigrantes latinoamericanos y sus descendientes no sólo enfrentan un panorama de discriminación social y segregación ocupacional, sino que a ello se agrega una situación de discriminación económica, de acuerdo a la cual incluso no se les paga según su aporte económico, esto es, a su productividad.

La segregación ocupacional se refiere a la segmentación del mercado de trabajo, donde los puestos son ocupados con base en formas de discriminación social, ya sea por condición étnico-migratoria, género, edad, origen geográfico, generacional, o alguna otra forma de construcción de diferenciación entre los trabajadores que permita su discriminación. La discriminación económica alude a que independientemente de la eventual segmentación del mercado laboral, los trabajadores de algún grupo social (sexo, generación, origen nacional, étnico-racial, etcétera) perciben remuneraciones inferiores a las que corresponderían según su nivel de productividad económica. En el caso de los latinos (inmigrantes y nacidos en Estados Unidos) se configura así un doble nivel de discriminación. Por un lado, la discriminación social segrega a los migrantes a determinados segmentos del mercado de trabajo, con puestos de alta flexibilidad, precarizados, vulnerables e inestables. Por otro lado, sobre esa base de discriminación social opera un segundo nivel de discriminación económica, en la que el salario que perciben es inferior incluso al valor de su productividad.

En este apartado medimos y estimamos el segundo nivel de discriminación, aquella estrictamente económica y salarial, que afecta negativamente a los trabajadores pertenecientes a distintas minorías étnico-demográficas. La discriminación salarial se mide como la distancia (diferencia) entre el salario recibido en promedio por cada categoría étnica y migratoria de la fuerza de trabajo y el valor de su contribución a la economía, medido a través del valor de las tasas medias de su productividad.7

De acuerdo con el principio de equidad económica, propuesto por la teoría neoclásica, cabría esperar que los trabajadores inmigrantes latinoamericanos recibieran una remuneración proporcional al valor de su tasa de productividad promedio. Sin embargo, las cifras disponibles para 20152020 indican que mientras la productividad de los latinoamericanos es solo 13% inferior a la de otros trabajadores, el salario promedio que reciben es 33% inferior al que reciben otros trabajadores. Asimismo, los trabajadores latinos nacidos en Estados Unidos (inmigrantes de segunda y tercera generación) se encuentran en una situación similar. Su nivel de productividad es sólo 3% inferior al promedio nacional, pero el nivel de remuneración que reciben es 24% inferior al promedio nacional.

Por el contrario, los trabajadores blancos no latinos tienen un nivel de productividad 3.0% más alto que el promedio nacional, sin embargo, reciben salarios que en promedio son 7.0% más altos que el promedio nacional. Sólo en el caso de los trabajadores pertenecientes a otras minorías étnicas existe cierta situación de equidad económica, pues el nivel de remuneración es proporcional a su nivel de productividad.

Esta discriminación se traduce en una transferencia neta del valor que generan los inmigrantes latinoamericanos y otras minorías étnicas, y que se apropian los trabajadores de origen blanco. En el periodo 20152020, por ejemplo, los trabajadores latinoamericanos recibieron en promedio salarios de 37.5 mil dólares al año y los trabajadores latinos nacidos en Estados Unidos recibieron un salario de 42.6 mil dólares al año. En ambos casos se trata de una cifra muy inferior a la que perciben los trabajadores blancos no latinos, cuyo salario promedio anual ascendió a 60 mil dólares.

No obstante, de acuerdo al principio de equidad económica (el salario debiera ser proporcional a la productividad), la remuneración promedio debería haber alcanzado 48.4 mil dólares anuales para los inmigrantes latinoamericanos y 54.2 mil dólares para los trabajadores latinos nacidos en Estados Unidos, a la vez que de 57.4 mil dólares anuales para los trabajadores blancos no latinos. Es decir, una diferencia que oscila entre 18% y 6%, respectivamente. Como puede advertirse, la brecha salarial realmente observada es significativamente mayor que la esperada si se respeta el principio de equidad económica en la determinación de sueldos y salarios de los trabajadores. Esto representó una pérdida neta en sus remuneraciones anuales de 9.5 mil dólares en el caso de los trabajadores latinoamericanos y de 4 mil dólares para las demás minorías étnicas.8

Cuadro 5.
Estados Unidos, 20152020. Transferencias salariales netas anuales entre los principales grupos étnicos y migratorios de trabajadores (dólares a precios de 2020)

Fuente: SIMDE-UAZ. Estimación de los autores basada en US Bureau of Economic Analysis, National Accounts; US Census Bureau, CPS-ASEC, 2015 a 2020.

Las cifras anteriores indican que, en promedio, durante todo el periodo de 2015 a 2020 los inmigrantes latinoamericanos se quedaron con sólo 77% del total de sueldos y salarios que les correspondían según su productividad, y 23% restante se transfirió a otros grupos sociales. Esto nos da una medida del nivel de discriminación salarial que afecta directamente a los trabajadores latinoamericanos en Estados Unidos. En la misma situación se encuentran los trabajadores latinos nacidos en Estados Unidos. Ellos sólo percibieron 79% de la remuneración que les debía corresponder según el principio neoclásico de equidad económica, mientras que 21% restante fue transferido a trabajadores de otras etnias, en este caso, trabajadores blancos no latinos.

En otras palabras, si se respetara el principio de equidad económica en la determinación de los salarios, la remuneración que reciben los trabajadores de origen latino debería incrementarse en 11 mil dólares anuales, cifra que representa casi la tercera parte de lo que perciben actualmente. Se trata de una situación que, sin duda, tendría efectos benéficos significativos en términos del nivel de vida y bienestar de la población de origen latino, tanto inmigrantes como sus descendientes.

Por el contrario, los trabajadores blancos no latinos recibieron salarios que en promedio eran 5% superiores a lo que les correspondería según el principio de productividad laboral. Esto representa una discriminación positiva a su favor y constituye una transferencia neta de recursos de los trabajadores de las diferentes minorías étnicas. Específicamente, cada trabajador perteneciente a la mayoría blanca no latina habría percibido 2.7 mil dólares adicionales al año, por encima de su nivel de productividad, cifra que indica el beneficio neto para este grupo demográfico simplemente por su condición étnica y social.

La discriminación salarial contra los trabajadores latinoamericanos va más allá de las condiciones que determinan su situación laboral, es decir, su nivel de calificación o su condición de indocumentados. Por su nivel de calificación o porque se encuentran en una situación irregular como migrantes, por ejemplo, los migrantes latinoamericanos se encuentran segregados en trabajos de menor productividad, como servicios personales, jornaleros de la construcción, conserjes, limpieza y mantenimiento, etcétera (Zlolniski, 2006; Sassen, 1988; Canales, 2019). A ello se debe agregar un segundo nivel de discriminación, el que concierne a que se les pague menos de lo que corresponde a su productividad económica. En efecto, los latinoamericanos se enfrentan a un doble proceso de discriminación.

Discriminación social (de primer orden), en virtud de la cual no pueden acceder a puestos de trabajo de mayor productividad, mejor remunerados y con actividades más dinámicas. Esta segregación ocupacional los hace precarios y vulnerables.

Discriminación económica (de segundo orden) que hace que el salario, incluso en trabajos de menor productividad, sea menor de lo que debería ser para igualar su contribución a la producción, una tasa de pago que en sí misma sería significativamente más baja que el promedio nacional. Esta discriminación económica los convierte en trabajadores sobreexplotados.

La discriminación de primer orden remite a un proceso de segregación ocupacional y es la base de la racialización de las ocupaciones comentadas en otros textos (Canales, 2019 y 2021). El segundo orden remite a un proceso de discriminación salarial, en el que junto al anterior se establece una situación que, incluso desde las perspectivas más conservadoras en teoría económica, es considerada como inequitativa, injusta y discriminatoria. Esta discriminación económica constituye la base de un sistema de transferencias de remuneraciones que refleja formas de sobreexplotación laboral que afectan directamente a los trabajadores inmigrantes y de la cual otros grupos étnicos se ven directamente favorecidos (blancos no latinos en este caso).

Estamos acostumbrados a escuchar argumentaciones que señalan que los bajos salarios de los trabajadores migrantes en Estados Unidos se deben a su baja calificación (escolaridad, capacitación laboral, capital humano, etcétera), además de su situación indocumentada. Los datos y estimaciones presentados indican que ello no es suficiente. Su menor escolaridad, condición indocumentada, entre otros, sólo explican por qué los inmigrantes latinos se insertan en puestos de trabajo precarizados y actividades económicas de baja productividad. Sin duda, esto constituye un primer nivel de discriminación que, con base en procesos de segregación ocupacional (racialización), explica una parte de los bajos ingresos y salarios que perciben los inmigrantes.

Sin embargo, a esa discriminación de primer orden se agrega un segundo tipo de discriminación estrictamente económica. Los sueldos y salarios que perciben son incluso inferiores a los que en justicia económica les debería corresponder de acuerdo a su nivel de productividad. La discriminación es doble. No sólo están segregados a puestos de baja productividad y salarios, sino que incluso allí no les pagan un salario proporcional al valor de su productividad. Por factores extraeconómicos ellos dejan de percibir (transfieren) más de un quinto del valor de sus remuneraciones que, de acuerdo a los principios de la teoría económica, les corresponderían en justa medida.

En síntesis, sobre la base de una situación de segregación y discriminación social y étnica se construye un segundo nivel de discriminación de tipo económica. La segregación ocupacional lleva a los migrantes latinos a insertarse en trabajos precarios, vulnerables y de bajos salarios. La discriminación económica hace que aún allí no puedan hacer valer el derecho de recibir una remuneración justa y conforme al valor de su productividad. Los datos y análisis sobre la segregación ocupacional, por un lado, y la discriminación económica, por otro, permiten entender la forma racializada que adopta actualmente la estructura de clases y distribución del ingreso y las remuneraciones en el capitalismo estadounidense contemporáneo. En particular, los modos de explotación y sobreexplotación de la fuerza de trabajo migrante y, con ello, la extracción de plusvalía y ganancias que sustenta la reproducción y acumulación de capital.

Reflexiones finales

Las migraciones internacionales ocupan un lugar central en la reproducción de las sociedades avanzadas. Por un lado, como componente demográfico, contribuyen a cubrir los vacíos que deja el envejecimiento y descenso de la natalidad y, de ese modo, sustentan la reproducción demográfica de la población. Por otro lado, como fuerza de trabajo contribuyen a cubrir los déficits de mano de obra y sustentar la acumulación de capital y reproducción de la economía.

El lugar central que ocupa la migración en las sociedades avanzadas no está exento de tensiones, conflictos y dilemas. Esto es particularmente cierto en el caso de Estados Unidos y Europa, donde el envejecimiento y decline demográfico de la población nativa hacen que actualmente su dinámica económica y la reproducción social de su población dependan directamente de los aportes demográficos que hace la inmigración, en especial aquella proveniente de los países del tercer mundo. No obstante, el mismo envejecimiento y decline demográfico propician que esta inmigración derive en una profunda transformación de la composición étnica de la población de los países centrales.

En otras palabras, los beneficios que este régimen demográfico genera para los países desarrollados, al dar sustentabilidad demográfica a su reproducción social y económica, van de la mano de costos sociales y políticos no menores, que se manifiestan en la magnitud del cambio en la composición de la población. Si por un lado la inmigración permite compensar los vacíos demográficos y laborales que deja el envejecimiento de la población, por otro lado, esa misma migración es la base de la transformación demográfica de dichas sociedades. La inmigración no sólo contribuye a sustentar la reproducción de la población de los países centrales, también conlleva el sino de la transformación y cambio en la composición étnica de esa misma población.

Concerniente a Estados Unidos, informes del Departamento de Salud de ese país indican que en las últimas dos décadas (2000 a 2020) sólo la mitad de los nacimientos corresponden a bebés de madres de origen blanco no latino, mientras que 50% restante corresponde a bebés de madres pertenecientes a las diferentes minorías étnico-demográficas. Entre éstas, destaca el caso de las madres de origen latino, que contribuyen con 25% de los bebés, esto es, uno de cada cuatro de los nuevos estadounidenses por nacimiento corresponde a un bebé de origen latino.

Esta tendencia en los niveles y composición de la natalidad, junto con el envejecimiento y el declive demográfico de la población blanca, es la base de los cambios en la composición étnico-demográfica que ya está experimentando la sociedad estadounidense. Tal es el caso de California, que desde el año 2000 ha dejado de ser un estado de mayoría blanca para convertirse en un estado de minorías demográficas y donde, además, desde el 2020, la población de origen latino ya supera en volumen a la población blanca no latina. En el nivel nacional se proyecta una situación similar para las próximas décadas, pues se estima que para el 2060 los blancos sólo representarán 43% de la población total, mientras que los latinos alcanzarán 30% y otras minorías representarán 27% (Canales, 2019).

Los datos previos prefiguran la dimensión y magnitud del cambio en la composición de la población de ese país según su origen étnico y migratorio. El cambio demográfico que ya se prefigura en varios estados del oeste y sur pondrá directamente en cuestión los actuales equilibrios políticos y sociales, en la medida en que se sustentan en un balance de mayorías-minorías étnico demográficas que está rápidamente transformándose.

Esta es la contradicción que se plantea en los países centrales frente al régimen global de reproducción demográfica. Por un lado, ante el envejecimiento que se vive en esos países la inmigración permite dar sustentabilidad demográfica a la reproducción social y económica de sus poblaciones. Pero, simultáneamente, la conjunción de ambos procesos, envejecimiento e inmigración, está dando origen a la transformación de la composición étnica y demográfica de las poblaciones del primer mundo. De esa forma, el dilema actual en los países centrales es que para reproducirse económica y socialmente necesitan transformarse demográficamente. El problema de ello es que no se trata de una transformación demográfica cualquiera, sino de una que conlleva el cuestionamiento y erosión de las bases que sustentan las actuales hegemonías demográficas que se quieren reproducir (de clase, étnicas, generacionales, entre otras).

En ese marco, es factible entender la profundidad y trascendencia histórica del dilema que enfrentan actualmente los países del primer mundo, a saber:

  • O bien se asegura el proceso de reproducción social y económica con base en la adopción de una política de apertura y tolerancia a la inmigración, pero que conlleva, sin embargo, una profunda transformación étnico y cultural de su población.
  • O bien se adopta una política radical de control y freno a la inmigración masiva, pero a riesgo de entrar en un proceso de insustentabilidad demográfica que pondría en peligro no sólo la estabilidad poblacional, sino también la estabilidad económica y social de esos países.

Se trata de un dilema de naturaleza demográfica que tiene decisivas implicaciones económicas, sociales y políticas. Su importancia radica en los impactos que tendría una reducción de la población activa sobre el desarrollo de las fuerzas productivas y económicas de los países centrales. En otras palabras, de no mantenerse esta inmigración y transformación étnica de la población, la misma economía, junto con la demografía de esos países, se verían seriamente comprometidas. Sin embargo, mantener la inmigración conlleva el riesgo de cambios estructurales en la población que se traduzcan en un eventual reemplazo demográfico y étnico de la población nativa por inmigrantes y sus descendientes.

Para asegurar su reproducción actual y futura, estas sociedades deben estar abiertas a la posibilidad no sólo de convertirse en multiculturales, sino también en sociedades donde la actual composición de mayorías y minorías sociales y étnicas pueda ser radicalmente trastocada. El problema es que tales transformaciones se darían en un contexto donde el racismo y la xenofobia siguen siendo una fuerza poderosa que divide a las sociedades. Es por ello que se trata de una situación con alto riesgo de explosividad social y política, mismo que actualmente ya experimentamos con el resurgimiento y fortalecimiento de corrientes y movimientos políticos racistas y xenófobos en las sociedades avanzadas.

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Notas

El ejemplo más reciente es el Pacto Mundial de las Migraciones impulsado por las Naciones Unidas y la Organización Internacional para las Migraciones, el cual busca establecer las condiciones para que las migraciones se desarrollen en forma segura, regular y ordenada (OIM, 2018).

2 Para más detalles de este enfoque crítico, véase Canales, 2021.

Si bien las mujeres latinoamericanas muestran una tasa de actividad menor que el promedio nacional, las distancias no son estadísticamente significativas y se refieren a menos de 3 puntos porcentuales. Esta menor participación económica de las mujeres migrantes se debe en gran parte a patrones culturales y sociales propios de este grupo étnico-migratorio.

Para descomponer el PIB usamos, por un lado, la composición de la población ocupada según las categorías étnico-migratorias que registran las encuestas continuas de población (CPS, US Census Bureau) y, por otro lado, la composición del GDP (Gross Domestic Product) por sectores económicos que registra el Bureau of Economic Analysis. El supuesto es que a niveles muy altos de desagregación de la actividad económica es posible asumir que la productividad del trabajo no es muy diferente según el origen étnico-migratorio del trabajador. Por ejemplo, puede asumirse que la productividad de un obrero de la construcción es prácticamente la misma, sin importar demasiado su origen étnico-migratorio, pues lo relevante son las condiciones técnico-productivas en que cada obrero de la construcción desempeña su labor. Lo mismo puede decirse para los trabajadores en servicios de limpieza y mantenimiento, o bien en una fábrica textil, minería y así sucesivamente. De esa forma, puede aplicarse la siguiente ecuación para estimar el PIB generado por cada categoría étnico-migratoria en que hemos clasificado a la fuerza de trabajo ocupada, a saber:

PIBLi = j=1n PLj*Lij

Donde: PIBLi es el PIB generado por la categoría étnico-migratoria «i» de la fuerza de trabajo; PLj es el producto por trabajador en el sector económico «j»; Lij es el volumen de trabajadores ocupados de la categoría étnico-migratoria «i» de la fuerza de trabajo en el sector «j» de actividad. El desarrollo y demostración matemática de esta fórmula puede consultarse en Canales, 2022.

La contribución promedio se estima como el cociente entre el volumen del crecimiento del PIB que genera cada categoría étnico-migratoria de la fuerza de trabajo y el volumen de trabajadores de esa misma categoría étnico-migratoria ocupados en 2020. Esto nos da el aporte promedio que cada trabajador habría hecho al crecimiento acumulado del PIB en ese periodo de tiempo.

6 John B. Clark fue el primer economista en formular el principio según el cual el salario de la fuerza de trabajo se determina conforme el valor de su productividad marginal. De acuerdo con él, este principio no sólo cumple con los criterios de eficiencia económica, sino que además conforma un principio de justicia y equidad económica en la distribución de la riqueza.

7 La información sobre remuneraciones proviene de la Encuesta Continua de Población (cps) y los datos sobre productividad fueron estimados a partir de cálculos anteriores ya presentados sobre aportes al PIB.

8 Los montos no se compensan porque se trata de promedios por trabajador, por lo que habría que ponderar estas diferencias por el número de trabajadores de cada grupo étnico.

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